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  • EDICIÓN DE 18/11/2013
 
 

El momento de las víctimas; por Álvaro Redondo Hermida, Fiscal del Tribunal Supremo

18/11/2013
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El día 16 de noviembre de 2013 se ha publicado en el diario La Razón, un artículo de Álvaro Redondo Hermida, en el cual el autor considera que la víctima del terrorismo es el gran acreedor de la democracia, y es difícil que pueda llegar el día en que estemos seguros de haber reconocido suficientemente su dignidad, y de haberle hecho justicia.

EL MOMENTO DE LAS VÍCTIMAS

La reciente sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos del Consejo de Europa declarando contraria a Derecho la llamada “doctrina Parot”, criterio mediante el cual, con el acierto y sentido de la justicia que le es proverbial, nuestro Tribunal Supremo reguló de una manera adecuada la libertad por redención de penas, nos plantea, por un lado, la cuestión de su toma en consideración como doctrina vinculante para España y, por otro lado, nos hace ver más clara una realidad fundamental, en ocasiones olvidada: la víctima del terrorismo no es igual que las demás víctimas. Sin perjuicio de que la referida doctrina europea pueda resultar aplicable a otro tipo de penados, lo cierto es que la misma ha producido una sensación de frustración respecto de una clase de víctima que reúne características que la hacen única, y que determinan que deba ser especialmente considerada: la víctima del terrorismo.

Cuando un delincuente ataca a alguien por motivos personales, en un alarde de injusta pérdida de control, lesiona los bienes morales en juego y se hace acreedor a una respuesta penal proporcionada. Cuando en cambio un terrorista ataca a alguien, lo hace en cuanto dicha víctima representa a una categoría de personas, que es objeto de su odio y desprecio. Por ello, la víctima del terrorismo sufre una lesión doble, la que procede del daño que recibe, y la que deriva de su involuntaria representación de la colectividad a la que pertenece, lo que la convierte así en una doble víctima.

Cuando un terrorista ataca a alguien, no lo hace nunca por pérdida de control ni por decisión propia, sino en cumplimiento de un designio superior que determina su conducta. Por ello, el crimen terrorista es ciego para la víctima, pero clarividente para el agresor, y la mala voluntad del delincuente aumenta por la premeditación y la indefensión del perjudicado, ambas buscadas de propósito. Cuando un terrorista ataca a alguien, demuestra a la víctima la repulsa que le lleva a posicionarse en contra de los valores de la sociedad, de modo que su agresión es el emblema de dicho rechazo, mientras el perjudicado es el símbolo de los valores que el terrorista quiere destruir.

Cuando un terrorista ataca a alguien, puede confiadamente esperar la comprensión, cuando no el aplauso, de quienes son tan inmorales como él, y puede incluso despertar el entusiasmo de cuantos han abdicado del respeto a la vida. Cuando un terrorista ataca a alguien, es capaz de intentar la justifi cación de su acto de un modo más acabado que otros delincuentes, quienes rara vez se atreven a presumir públicamente de su torpeza. La víctima del terrorismo es por ello la única a la que algunos sectores de la sociedad se animan a pedir, a exigir incluso, que olvide por completo el daño sufrido, para de este modo, pretendidamente, facilitar la obtención de la paz, cuando lo cierto es que, como decía Pío XII, la paz sólo es posible cuando es el fruto de la justicia.

Lo antes expresado nos permite afirmar que todo pronunciamiento judicial que, de modo directo o indirecto, con razón o sin ella, implique una menor respuesta y un menor reconocimiento de la lesión sufrida por una víctima del terrorismo, deba ser considerado seriamente en orden a darle el debido cumplimiento, pero al mismo tiempo sin permitir acción alguna que potencie su inesperado efecto, y sin autorizar aprovechamiento alguno de dicha resolución que pueda implicar el aplauso de la injusta acción del terror.

La víctima del terrorismo nunca debe ser olvidada, porque ha pagado el precio de la injusticia que se ha hecho a todos los demás ciudadanos, que hemos sido agredidos por medio de ella. La víctima del terrorismo nunca debe ser testigo del elogio de su agresor, porque cada reivindicación del ataque sufrido renueva la injusticia del terror, y cada gesto de comprensión hacia el culpable es una deslegitimación del esfuerzo realizado por la sociedad para juzgar y castigar el crimen. La víctima del terrorismo no es una etapa incómoda que hay que superar, ni un daño colateral de la lucha política. La víctima del terrorismo es el gran acreedor de la democracia, y es difícil que pueda llegar el día en que estemos seguros de haber reconocido suficientemente su dignidad, y de haberle hecho justicia.

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