MARIO MONTI EL DIVINO
Mario Monti está dispuesto a seguir gobernando Italia pero no a ser candidato en las elecciones. El profesor propone una agenda de gobierno para que la firme el que quiera volver a solicitar sus servicios.
Rotos los puentes con el centro-derecha, confía en que el nuevo centro y la izquierda acepten su plataforma y lo eleven al poder. La fuerza de Monti proviene de la debilidad de los partidos italianos. A pesar de que las primarias de la izquierda fueron un éxito de participación, un humorista concurre como favorito para la segunda posición. Hay que reconocer que como jefe de gobierno Monti ha cumplido con creces y ha conseguido influir en el rediseño del euro casi tanto como Merkel. Pero es posible que el profesor esté demasiado acostumbrado a hacer política en Bruselas, donde gobernantes y expertos con frecuencia dan por supuesto que los resultados son más importantes que los procedimientos.
En la lenta evolución de la eurocracia hacia una democracia a escala continental, todavía no hay una manera clara de mandar a un gobierno a su casa ni de trasladar el resultado de las urnas europeas a la acción del poder ejecutivo. Con su desprecio del voto popular Monti esta yendo demasiado lejos. El fantasma de un país bajo control remoto es el espantajo que hasta la izquierda acabará por enarbolar si sigue este camino de hombre providencial.
Y la arrogancia propia de un tecnócrata consciente de su superioridad es el mejor regalo a un populista sin límites de ningún tipo como Berlusconi. El magnate tiene hecha la campaña electoral: basta con denunciar la dureza de las medidas de austeridad, embestir contra el euro y Angela Merkel y culpar de la recesión a Mario Monti. La baza del populismo es exacerbar el miedo a las minorías y el profesor ha dejado este flanco descubierto al dejar traslucir su propio temor a la mayoría.