Las últimas encuestas sobre el referéndum británico muestran cómo los partidarios del Brexit reducen distancias, mientras suenan las alarmas ante la situación de incertidumbre de la segunda economía de la UE. El Reino Unido se ha dividido en dos países virtuales, entre los que apenas hay conexión. En Londres, Escocia, Gales e Irlanda del Norte el voto a favor de la UE está claro: en el resto del territorio, ocurre lo contrario. Son dos mitades divididas por criterios como la pertenencia a generaciones distintas, la capacidad económica o los estudios universitarios. Esta separación en mitades imaginadas y contrapuestas la refuerzan las campañas por la permanencia y la salida. Las dos conversaciones no tienen casi puntos de intersección: los euroescépticos hablan de inmigración, identidad y soberanía, siempre en términos emocionales y llenos de prevención hacia el futuro.
Los burócratas de Bruselas no permite que los ingleses tomen ciertos huevos negros de gaviota con sal de apio en nombre de la protección de las especies amenazadas, para algunos un grave insulto a la dignidad nacional. Los que están a favor de la permanencia utilizan datos sobre el empleo, las inversiones y la economía, así como invocaciones a la seguridad. También recurren al miedo, para conectar con la tradición pragmática del país y contrapesar la propaganda de la mayoría de los medios de comunicación, claramente pro-Brexit. No hay un verdadero debate nacional, una decisión que trata de aprovechar David Cameron. El primer ministro, responsable de jugarse el futuro de su país a una carta, sabe que perdería si se metiese a explicar todo lo que los trabajadores de países comunitarios favorecen a su país o cómo la crisis de refugiados afecta menos Reino Unido e Irlanda que a otros socios europeos. Las encuestas dan algunos puntos de ventaja a los partidarios de la permanencia, pero el 23 de junio puede ocurrir cualquier cosa, sobre todo si los estudiantes no votan. En España no prestamos suficiente atención a un proceso que puede acabar facilitando la independencia de Escocia y propulsar referendos y rupturas en el continente.