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2016, un año positivo; por Antonio Garrigues Walker, Jurista

04/01/2016
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El día 2 de enero de 2016, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Antonio Garrigues Walker, en el cual el autor considera que nuestra vida política ha entrado en una fase en la que si queremos preservar un mínimo de calidad democrática habrá que combinar grandeza y pragmatismo con mucho tacto e inteligencia.

2016, UN AÑO POSITIVO

La democracia tiene como esencial virtud la de ser el único sistema político que permite la convivencia en desacuerdo, una convivencia que solo es posible por la vía del diálogo y un diálogo que para ser eficaz requiere un ánimo dispuesto a alcanzar pactos o consensos asumiendo que el otro suele tener razones tan válidas como las propias. Llevamos ya demasiado tiempo sin ejercitar estos valores básicos y habrá que ponerse a ello con urgencia e intensidad. Ese es el pan nuestro de cada día de todos los sistemas democráticos tanto en Europa como en el resto del mundo, y tenemos ejemplos -buenos y malos- para todos los gustos.

Nuestra vida política ha entrado en una fase en la que si queremos preservar un mínimo de calidad democrática habrá que combinar grandeza y pragmatismo con mucho tacto e inteligencia, y demostrar con hechos que el interés general de la ciudadanía tiene que aceptarse como un interés superior a cualquier otro, incluyendo especialmente el interés partidista, que por regla general -y como consecuencia de la escasa o nula democracia interna- acaba confundiéndose con el interés -y a veces las obsesiones y los dogmatismos- de los líderes de la organización, que es exactamente el espectáculo que estamos viendo.

Las elecciones del 20 de diciembre han generado una situación política muy compleja que en su tiempo Pío Cabanillas definiría afirmando: “Yo ya no sé si soy de los nuestros”. La dimensión real de esta complejidad solo se conocerá a fondo con certeza cuando se disipe la espesa bruma que producen estas contiendas. No sabemos todavía lo que verdaderamente ha pasado. Es posible, sin embargo, anticipar algunas reflexiones.

El mercado político no es comparable al económico, pero en muchos aspectos funciona del mismo modo. Si alguien deja un hueco sin ocupar, el competidor lo ocupa sin pérdida de tiempo. El PSOE y el PP vivían convencidos de que tenían copado el mercado en toda su amplitud y que a pesar de su comportamiento carente de rigor, y a veces de sentido, la tolerancia absoluta de la corrupción, el incumplimiento de promesas y la renuncia a acuerdos posibles en educación, sanidad y justicia, entre otros, la situación no sufriría alteración alguna y el bipartidismo, con alternancia en el poder, prevalecería. Era una actitud, además de poco responsable, muy escasa de realismo y de inteligencia. El espacio que dejaron abierto y disponible ha sido tomado plenamente. No han dejado un solo hueco vacío.

Es esta la primera lección -y será muy beneficiosa- que deben asimilar los partidos clásicos para el futuro. Su tarea inmediata no puede ser otra que transmitir su decisión de hacer muchas más cosas y cosas muy distintas de las que han hecho, para así recuperar una credibilidad que había bajado a niveles mínimos. Seguir en el inmovilismo o en el continuismo equivaldría a un suicidio político. Pueden y deben reaccionar.

Los partidos emergentes, por su parte, acabarán aprendiendo poco a poco que su éxito se debe más, o por lo menos tanto, a errores ajenos que a méritos propios y que si quieren guardar su cuota de poder tendrán, por de pronto, que comportarse eliminando, o al menos moderando, sus engreimientos y sus aires de superioridad moral, no vaya a ser que la euforia injustificada los descabalgue a las primeras de cambio. Prometer es, en verdad, cosa fácil. Cumplir es considerablemente más tortuoso y complicado. El poder modera y educa mucho, y cuanto antes lo aprendan será mejor para ellos y para todos. Estos partidos también deben ser conscientes de que la vertebración de su estructura y el reparto de cargos y responsabilidades generan serios problemas que pueden debilitar y dañar su imagen. Si los partidos clásicos y los emergentes entienden estas lecciones se habrá ganado algo importante en el enriquecimiento de nuestra vida política y pública.

Unos y otros tendrán que empezar a renunciar al peligroso juego de definir dogmáticamente los acuerdos o pactos imposibles y a acumular líneas rojas de todo tipo, con la sola excepción de la unidad de España. Visto lo que se ha visto -piénsese como ejemplo extremo en el comportamiento de Democracia y Libertad-, ningún partido está en condiciones de demostrar una mínima coherencia ni en el terreno ideológico ni en su acción política, incluyendo a los partidos emergentes que, a pesar de su juventud, tienen también una intensa y complicada historia y así mismo sus corrupciones y su doble moral. A lo largo de estos años hemos visto cuántos extraños compañeros han ocupado -por razones puramente pragmáticas- las anchas y cómodas camas de los distintos partidos e incluso las cohabitaciones contra natura. Sería poco serio alegar ahora problemas éticos o morales para excluir ciertos pactos, y aún sería menos aceptable justificar esa exclusión en una interpretación “auténtica” de la voluntad o el interés ciudadanos, una voluntad y un interés que nunca han valorado como prioridad.

España tiene en estos momentos varios problemas básicos, y fundamentalmente dos concretos, el paro y el modelo territorial, y uno general, la regeneración democrática, que tiene que iniciarse poniendo coto a la corrupción, afrontando con rigor el tema de la desigualdad social creciente y delimitando lo más claramente posible el papel del sector público y el del privado. En todos estos temas existe -como ya existió en el pasado- una clara posibilidad de llegar con razonable facilidad a unos acuerdos que -todas las encuestas lo confirman- una gran mayoría de ciudadanos (no menos del 80%) aplaudirían con satisfacción y que ayudarían decisivamente a mejorar la imagen de España, el crecimiento económico y sobre todo la calidad democrática.

Lo que no podemos permitirnos, en ningún caso, es que la complejidad de la situación política nos genere sentimientos pesimistas sobre el futuro. El año 2016 puede ser, va a ser, un año profundamente positivo. Nos queda todavía por vivir un tiempo de vueltas y revueltas que podrán confundirnos y alarmarnos, pero al final del proceso aparecerán las soluciones válidas, las soluciones civilizadas, las soluciones reales. Eso y no otra cosa es lo que se merece un pueblo que ha demostrado una resiliencia admirable, una capacidad excepcional para superar retos y una especial sensibilidad para premiar la grandeza -y no el tacticismo ni la falsedad- de las personas. Ándese, pues, con buen tiento el mundo político.

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