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La soledad de las personas mayores

13/07/2005
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Por JUAN ANTONIO SAGARDOY BENGOECHEA DE LA REAL ACADEMIA DE JURISPRUDENCIA Y LEGISLACIÓN

§1011643

El autor propone un modelo eminentemente público, pero con seguros privados como modalidad complementaria, para ayudar a las familias en el cuidado de las personas mayores dependientes a su cargo y la necesidad de aplicar cuanto antes el Libro Blanco

ES cierto, como bellamente dice Maetterlinck, que el silencio es el verdadero lenguaje del alma. Pero ello es así cuando el silencio se elige, no cuando se impone. Hoy en nuestra sociedad existe un problema importante, cual es la atención de las personas mayores que no pueden valerse por sí mismas: las personas dependientes. Para una gran parte de ellas, llegar a esas edades avanzadas en soledad es un drama al que la sociedad y el Estado no pueden dar la espalda. Pienso muchas veces que la dignidad de un pueblo radica, en buena medida, en el trato que da a sus mayores. En el orden cuantitativo y en el cualitativo. Nada más despreciable que despreciar a quienes nos cuidaron, alimentaron y formaron en nuestra juventud.

Pero aquí conviene separar los temas éticos de los prácticos. Se puede querer mucho a los padres, pero a pesar de ello no poder atenderlos por medios propios, bien sean económicos o de disponibilidad física. Y hablo de los padres, sin olvidar a otros parientes de distintos parentesco o edad.

En un reciente trabajo de la Fundación Acción Familiar, se abordan en profundidad las nuevas perspectivas de la familia y dependencia. Entre otros trabajos, el de Teresa López destaca que para las personas de 65 a 79 años el cuidador principal es el cónyuge de la persona discapacitada, y a partir de los 80, las hijas u otros parientes. Sin embargo, de los 6 a los 64 años, son las madres, en un 41,1 por ciento, seguido por los Servicios Sociales, con un 37 por ciento, los que cuidan de los dependientes.

Aun cuando la familia siga siendo la “red social” por excelencia o el “entorno de confianza” del Estado para la solución de los problemas sociales, se está viendo sometida a procesos intensos de modificación. La familia, hoy, es mucho más restringida (conyugalidad-filiación), muchas veces monoparental, frecuentemente rota y, sobre todo, con una ocupabilidad de sus componentes, a veces del cien por cien. Con ello, se hace mucho más difícil atender a los mayores, a lo que tampoco resulta ajeno el problema de la dimensión menor de las casas. Asimismo, es importante resaltar el crecimiento de los hogares unipersonales, integrados no sólo por quienes quieren vivir en soledad, sino por personas mayores que mantienen su casa independiente de la de los hijos. Gran parte de estos hogares (hasta en un 40 por ciento) están sustentados por viudas mayores de 70 años. De cualquier forma, como se resalta en el importante “Libro Blanco” sobre la Dependencia elaborado por el Ministerio de Trabajo, la familia sigue siendo el principal soporte para las personas dependientes. Se estima en un promedio de cinco horas diarias las destinadas al cuidado de un familiar enfermo o dependiente. Para sustituir ese tiempo por trabajo remunerado sería necesario crear, al menos, 600.000 puestos de trabajo. Pero este apoyo informal a la dependencia está llamado, si no a desaparecer, sí a reducirse considerablemente. Por dos razones, básicamente, aunque no sean las únicas a destacar. Primero, por razones estrictamente demográficas, ya que cada vez hay menos mujeres en edad de cuidar a personas dependientes, aunque haya más personas dependientes que requieran atención. Segundo, por la descomposición de la familia tradicional.

Hay que poner en marcha con premura los distintos mecanismo de atención a la dependencia que contempla el “Libro Blanco”, puesto que el problema no hará sino agudizarse. Los Estados miembros de la UE tienen distintos modelos. Así, uno que gira en torno a una protección universal para todos los ciudadanos y financiación mediante impuestos (países nórdicos y Holanda); otro que lo hace sobre una protección a través del sistema de Seguridad Social mediante cotizaciones (Alemania, Francia, Austria y Luxemburgo); y, por último, un modelo asistencial dirigido especialmente a los ciudadanos carentes de recursos (países del sur de Europa). En general, las prestaciones económicas se combinan con prestaciones de asistencia médica especializada o con una red de asistencia social ampliamente desarrollada.

Entre nosotros he defendido, con la profesora López Cumbre, la elección de un modelo eminentemente público pero con seguros privados como modalidad complementaria. Y tal modelo habría de basarse en la universalidad de la prestación, la igualdad de acceso al derecho y la cofinanciación por parte de los usuarios en las condiciones que se establezcan con carácter general para toda España.

Tenemos por delante en estos últimos años una hercúlea tarea, en un tema tan trascendente como éste, y en ello no podemos perder de vista la meta de que no se trata de vivir más años -que también-, sino de mejorar la calidad de vida de esos años.

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