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Callar y pagar: un falso ‘Brexit’; Araceli Mangas, académica de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

22/03/2018
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El día 22 de marzo de 2018 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Araceli Mangas, en el cual la autora considera que el gobierno británico ha errado en su táctica y estrategia del Brexit.

CALLAR Y PAGAR: UN FALSO ‘BREXIT’

El gobierno británico ha errado en su táctica y estrategia del Brexit. Retrasar la notificación oficial del preaviso durante nueve meses, no llegó a infringir el principio de cooperación leal con la UE, pero dañó sus propios intereses. Se quedaron sin tiempo para negociar los modos de la retirada; y por no mirar la agenda de los demás se les esfumó la prórroga legal de las negociaciones (debido a las elecciones al Parlamento Europeo de 2019). Alargó tanto la notificación que tuvo que cerrar un principio de acuerdo de forma precipitada y sumisa el 8 de diciembre de 2017.

En ese acuerdo de base para la retirada, en síntesis, aceptó lo que negó siempre: habrá pleno respeto a los derechos de residencia de los ciudadanos británicos y comunitarios, asumirán su contribución a los compromisos financieros consolidados de la UE durante sus años de pertenencia y se someterán a la jurisdicción del Tribunal de Justicia sobre las obligaciones asumidas y surgidas durante su permanencia. Rendición total a las reglas de la retirada.

El Consejo Europeo había previsto en su mandato negociador (abril de 2017) la posibilidad de prolongar el acervo de la Unión durante un tiempo limitado, pero “habrían de aplicarse los instrumentos vigentes de la Unión en materia de reglamentación, presupuesto, supervisión, procedimiento judicial y ejecución”. Esto parecía casi inviable para Reino Unido al exigirle mantener sus obligaciones jurídicas y renunciar a sus derechos políticos una vez retirados.

El Gobierno británico se vio impelido a una huida hacia adelante tras los resultados de las elecciones generales anticipadas del 8 de junio de 2017 con un fuerte descenso del partido conservador. El allanamiento del Gobierno británico, al aceptar el acuerdo de principio y su plasmación jurídica ahora, muestra que quiere dejar cerrada la retirada, sin sorpresas de revocación, a cambio de expectativas más favorables en la relación futura que hagan olvidar la cesión en todas sus líneas rojas.

El descontrol de la negociación empujó al Gobierno británico a hacer una propuesta de una transición por dos años tras la retirada el 29 de marzo de 2019, para mantener y respetar las (denostadas) reglas materiales del conjunto del acervo jurídico de la UE. Se les ha aceptado una transición limitada a diciembre de 2020 para evitar interferencias con el nuevo Marco Financiero Plurianual que comienza en enero de 2021. Las líneas básicas se conocían desde diciembre, pero ahora ese período transitorio se plasma con todo detalle en el acuerdo que esta semana confirmará el Consejo Europeo.

Esa sumisa posición es un ensayo que va más allá de un Brexit blando; el Reino Unido respetará las competencias de la Unión, seguirá participando en “la totalidad del acervo de la UE”, es decir, en la unión aduanera, las políticas comunes -incluida la política comercial y la prohibición de negociar con terceros sin autorización de la UE- y programas. Se le aplicarán todos los instrumentos y estructuras existentes de la Unión en materia de regulación, presupuesto, supervisión, justicia y ejecución, incluida la competencia del Tribunal de Justicia, y mantendrá las contribuciones financieras. Callar y pagar; como si fuera socio cuando deje de ser socio.

Así, Reino Unido dominó el plazo previo (como un boomerang), pero no ha dominado ni el tempo ni el contenido de la negociación de retirada ni la transitoria y casi seguro tampoco la de la relación futura. La única materia pendiente de acuerdo en el marco transitorio -porque anticipará la relación futura- es hasta dónde llegará la porosidad de la frontera aduanera entre Irlanda e Irlanda del Norte. Goleada de la UE.

Hasta tal punto la delegación de la UE domina la negociación que ha hecho triunfar una filosofía laudable: los ciudadanos, primero. Los de la UE desplazados en cualquier circunstancia en Reino Unido, y los británicos que viven entre nosotros. Las instituciones europeas se han volcado en la idea de que la gente no debe sufrir en su vida personal, familiar, laboral y socio-económica por una decisión como la retirada. Las personas no pagarán en lo sustancial por los errores de los políticos británicos. Es de agradecer. Pensar en las personas debería ser casi el único objetivo de los políticos; los de la UE han dado una lección a los políticos miserables de España.

Para empezar a hablar del futuro acuerdo comercial, los británicos han alargado el presente; su presente continuo. Comisión, Parlamento y Consejo Europeo rechazaron todas las líneas rojas británicas al tiempo que aseguraron que no se hablaría de futuro sin cerrar el acuerdo de retirada y el del período transitorio. Y el Gobierno británico entró al trapo.

La unión se asegura que Reino Unido dejará de ser miembro formal en marzo de 2019. Este pierde los derechos como Estado en las instituciones, no podrá participar en la toma de decisiones, pero asumirá las obligaciones de cumplimiento de la unión aduanera, mercado interior, políticas, así como su financiación asegurando el cumplimiento del Marco Financiero Plurianual que termina (2013-2020) y la plena sumisión y procedimientos judiciales de la UE.

Después de una decisión tan suicida como el Brexit, tanto los acuerdos del 8 de diciembre como los de esta semana para mantener, por un lado, de forma recíproca el acervo y, por otro, de forma unilateral sus obligaciones financieras son un ejercicio de limitación de daños materiales para los británicos.

El Brexit suave era y es inaceptable para la UE. Para los medios económicos y una buena parte del Parlamento británico el Brexit duro sería inaceptable; y la aporía parece servida a menos que logre un marco general de relación futura que haga digerible el falso Brexit. El Gobierno británico, al renunciar a sus líneas rojas, también ha renunciado con ello a recuperar el control sobre el propio Reino Unido como tantas veces han proclamado. Han despertado de su ensoñación, de su imperio virtual. Toda su credibilidad se la juega en establecer un marco futuro que haga olvidar su sumisión a las exigencias de la UE en todos los ámbitos.

Puede ser premonitorio del futuro global del Reino Unido: pasar de ser un legislador como Estado miembro de la UE, a ser relegado a un tomador de reglas como país tercero. Será de momento, en estos tiempos de posverdad, un falso Brexit.

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