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Santiago Muñoz Machado

“La mala fama de lo español es difícil de levantar”

11/12/2017
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El jurista Santiago Muñoz Machado ha conjugado en su último libro, Hablamos la misma lengua (Crítica), tres pasiones que le acompañaron siempre: el derecho administrativo, el idioma español y la colonización de la América hispana.

EL PAÍS 10.12.17

Se trata seguramente de la primera gran obra enciclopédica sobre la andadura de la lengua española en el Nuevo Continente, con 800 páginas que abarcan los aspectos jurídicos, políticos, sociales y lingüísticos desde la llegada de Colón, hasta la consolidación de las nuevas naciones americanas en el siglo XIX. El libro está escrito con extremo rigor en las fuentes y con un enorme respaldo documental; y derrumba muchos mitos sobre la actuación de los españoles y de sus Gobiernos.

Muñoz Machado, cordobés, es catedrático de Derecho Administrativo, y miembro de la Real Academia Española y de la Academia de Ciencias Morales y Políticas.

PREGUNTA. Usted explica que las mortandades de indígenas se debieron más a los virus que a las espadas, y que no hubo violencia alguna para imponer el castellano. ¿Es posible todavía deshacer los mitos históricos?

RESPUESTA. Para desmontar los mitos de la leyenda negra y la mala fama de los españoles hace falta en primer lugar que los españoles no nos los creamos. Ahora estamos en una época de rebelión contra la mala fama, que ojalá prospere. Los movimientos secesionistas internos están provocando una reivindicación de lo español, y al menos eso vamos a llevárnoslo puesto. Pero esa mala fama consolidada durante cuatro o cinco siglos es muy difícil de levantar. En la medida en que seamos capaces de explicar mejor nuestra acción en América, se repetirán menos esos relatos excesivos sobre la crueldad, y esa manía de diferenciar la colonización española de las demás colonizaciones. España, a diferencia de otros países europeos, hizo otras cosas: intentó una colonización mucho más amable, permitió la supervivencia de las costumbres y de las lenguas indias. Eso no ha ocurrido con otros países colonizadores.

P. ¿Bartolomé de las Casas fue lo que hoy llamamos un sensacionalista?

R. Sí. Sin duda. No puede cuestionarse su aspiración a ser el líder del partido indigenista, que diríamos ahora; ni su afán de protagonismo, ni su exageración en toda su obra. Y a la vez fue un individuo importante en la defensa de los derechos humanos y consiguió cambiar la legislación para que fuera más protectora de los indígenas. Pero ya se sabe lo que dijo Menéndez Pidal sobre él: “No es que fuera un loco, era un paranoico”.

P. Durante decenios, no se avanzó casi nada en la evangelización, no se extendía el idioma, las leyes pretendían el buen trato a los indígenas pero se incumplían sin que eso acarrease ningún castigo, hasta que con los Borbones [principios del siglo XVIII] se produce un cambio. ¿Antes no se había hecho gran cosa por generalizar el español?

R. Se dictaron muchas normas que aconsejaban que se enseñara el castellano, pero eso siempre se condicionaba a que no se hiciera por la fuerza, a que se respetasen los idiomas locales, y se ordenaba que se hiciese “amorosamente”, “dulcemente”, por usar palabras que se empleaban en las instrucciones de los monarcas. Eso llevó a que al término de la gobernación de los Austrias [dos siglos después del Descubrimiento] no se hablara español apenas, más allá de la Administración y los criollos. Después los Borbones aplican unas políticas mucho más centralistas, como ocurre en España simultáneamente. Y a partir de Carlos III [segunda mitad del XVIII] sí menudean las instrucciones de enseñanza obligatoria del español.

P. Frente a lo que se piensa, ¿la independencia de los países americanos benefició al idioma español y perjudicó a los indígenas?

R. Claro. Los indígenas domesticados eran colectividades privilegiadas. Tenían privilegios en materia tributaria y sobre la gobernación de sus propias comunidades, disfrutaban de una regulación especial que desapareció con las independencias. Porque las nuevas constituciones proclamaban la igualdad; y la igualdad de derechos les perjudicó. Por ejemplo, antes tenían derecho a mantener sus comunidades ancestrales de tierras. Cuando se declara la igualdad, se les adjudica la propiedad individual de la tierra, y esto implica que deben explotarla ellos sin mayor protección; y como no la pueden explotar, acaban quebrando y llegan los hacendados españoles para comprarles la tierra a precios irrisorios. Y en efecto, después tuvieron que aprender español obligatoriamente. Al final del siglo XVIII sólo había tres millones de hispanohablantes en América, sobre un total de 15 millones de habitantes. El español se extiende en el continente después de las independencias.

P. ¿España no fue cruel?

R. Tenemos fama de ser los que más indígenas han matado, pero no hay unas cifras científicas. Sí que hubo salvajadas en el marco de operaciones que para los españoles eran de guerra. Podían pasar a cuchillo a una población entera, pero esto no era constante por una razón elemental: la mayor riqueza para los españoles era la mano de obra indígena. Eso sí, los indios se morían de las pestes que les llegaron de España.

P. Usted recuerda en el libro que lengua y nación se asocian por vez primera en 1783 en Francia. ¿Cómo encajaría en esa realidad que Felipe V quisiera supuestamente imponer el castellano unos 70 años antes?

R. Felipe V, que era francés, no eliminó la totalidad de los derechos de los catalanes, por más que se pretenda otra cosa. Lo que hizo fue eliminar los fueros políticos, el derecho público, las instituciones, las estructuras de gobierno. Pero dejó íntegro el derecho privado. Y en el derecho privado es donde se inscribe el idioma. Al Estado le importaba muy poco entonces el idioma, en España y en América. La Corte de Madrid hablaba francés. El español se impuso en América a partir de Carlos III [hijo de Felipe V], pero no se intentó imponer en Cataluña, de ninguna manera.

P. ¿Después de este libro no le gustaría acometer una historia sobre el catalán y el castellano en Cataluña?

R. Seguramente. Hemos conseguido que se implante en América y en otros lugares del mundo un idioma que ahora hablan más de 500 millones de personas. Yo si fuera catalán o vasco amaría muchísimo esas lenguas y estaría muy orgulloso de ellas, pero no se puede dar prevalencia a esos idiomas frente a un idioma universal. Yo creo que es torpe esta política que conduce a que la gente hable un mal castellano.

P. Pero está por hacer esa historia sobre el castellano y el catalán.

R. Esa historia está por hacer, al menos con los mismos criterios de este libro. Una historia de la relación entre el castellano y el catalán. Sí.

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