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José Manuel Maza Martín, In Memoriam

20/11/2017
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A continuación reproducimos varios de los artículos publicados en homenaje al Fiscal General del Estado José Manuel Maza Martín.

UN HOMBRE DE LEY

Carlos Lesmes Serrano, Presidente del CGPJ y del TS

La Razón 20.11.17

En el Salón de Plenos del Tribunal Supremo y ante la Sala de Gobierno del Alto Tribunal, hace apenas un año juraba su cargo como Fiscal General del Estado José Manuel Maza Martín, hasta unos días antes magistrado de la Sala Segunda de lo Penal, en la que venía prestando servicios desde hacía varios años.

Ninguno de los allí presentes podíamos entonces mínimamente imaginar lo que iba a acontecer en nuestro país en los meses siguientes, el papel relevante que le iba a corresponder desempeñar al nuevo Fiscal y como su itinerario vital y profesional que aquel día comenzaba se vería bruscamente frustrado por una rápida y fatal enfermedad.

José Manuel era un hombre esencialmente bueno, de declarada y vivida vocación judicial y docente, muy amigo de sus amigos, afable y cordial con todos. Su ambición, si la tuvo, seguramente nunca le llevó a pensar que fuera a ser llamado a desempeñar la alta responsabilidad a la que se incorporaba aquel día. Era feliz en el Tribunal Supremo y en él sentía plenamente satisfecha su vocación judicial.

En los días posteriores a su posesión, cuando en diversas ocasiones conversamos en mi despacho sobre sus inquietudes ante el nuevo reto asumido, estaba siempre sereno, ratificado en sus convicciones más íntimas sobre lo que debía hacer al frente de la Institución para mejor servir a la sociedad. También era plenamente consciente del riguroso escrutinio de la opinión pública al que había de someterse enseguida.

Pero fue meses después, con el inicio del desafío al orden constitucional por parte de las instituciones catalanas, cuando desplegó los mejores rasgos de su carácter. El primero, su confianza plena en la ley como camino obligado para tratar de resolver el conflicto que se acababa de desatar. En segundo lugar, su sentido institucional, entendiendo rápidamente que correspondía al Ministerio Público asumir, junto al Tribunal Constitucional, el protagonismo en la defensa de la Constitución y del orden legal promoviendo la acción de la Justicia. Finalmente, su convicción de que debía obrar con autotomía del Gobierno que lo había nombrado como garantía última de la institución que presidía, representante y defensora de los intereses de la sociedad en su conjunto ante los Tribunales.

Sus decisiones fueron controvertidas, como lo son siempre las que adopta un responsable público que debe abordar un problema complejo, pero siempre nacieron de su fe ciega en la Justicia y de su convicción como jurista de que solo el transitar por los caminos trazados por la Constitución y la Ley permitirá a los Españoles alcanzar la paz social, preservar su convivencia y procurar una vida mejor a las generaciones futuras.

Ésa fue su enseñanza y el sentido de su sacrificio. Descanse en Paz.

EN PLENITUD INTELECTUAL

Manuel Marchena Gómez, Magistrado del Tribunal Supremo

ABC 19.11.17

No es fácil encontrar las palabras adecuadas cuando escribes destrozado por el dolor, cuando los renglones se desdibujan por el filtro de tus propias lágrimas. La muerte del fiscal general del Estado, José Manuel Maza, nos enfrenta a todos a la tragedia de la vida. Era un hombre en plenitud física e intelectual, un hombre feliz que cada día luchaba por nuevos proyectos. Era algo más que un buen jurista. Un hombre bueno, que dedicó toda su vida a hacer realidad un mundo más justo.

He tenido la suerte de compartir deliberaciones con él durante una década. Su presencia era garantía de que, además de la aportación de su altura técnica, el tono del debate iba a ser distendido, cordial, incluso, en aquellas ocasiones en que discutíamos sobre temas de especial trascendencia pública.

José Manuel era un soñador. Hace bien poco pudo hacer realidad una de sus viejas ilusiones, la lectura de su tesis doctoral sobre la responsabilidad penal de las personas jurídicas. La defensa del sistema constitucional y el deseo de estar a la altura de lo que de él demandaba la sociedad española constituyeron sus últimos desafíos. Su muerte crea un irreparable vacío. Descanse en paz. Bendigo la luz que ya ilumina su alma.

CABALLERO DEL DERECHO

Antonio del Moral, magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo

El Mundo 19.11.17

Intentando inútilmente contener mis nervios, paseaba por los majestuosos pasillos del Palacio de Justicia de las Salesas aguardando mi turno para encarar el primer ejercicio oral de las oposiciones de ingreso en la Carrera Judicial con un diminuto Código Civil que, de vez en cuando, abría buscando la palabra o definición que de pronto parecía resistírseme exacerbando mi inquietud, apenas disimulada.

Era una tarde de la primavera de 1983. Una escena que sigue repitiéndose muchas tardes en ese solemne edificio: nervios atenazados, un candidato arrebujado en uno de esos sillones con los ojos enfrascados en unos manoseados folios que sujeta ansiosamente entre sus dedos; otro desplazándose con pasos rápidos de aquí allá; una mujer de más edad -seguramente la madre de un opositor- a la que se nota mover los labios metódicamente asomando entre sus manos las cuentas de un rosario Tratando de domesticar los nervios y mientras oía el susurro monótono y recitativo que salía de la Sala Primera -”la servidumbre es un gravamen”- en boca del aspirante que nos precedía, entablé conversación con otra opositora con quien compartía apellido. También convocada, entrábamos uno detrás del otro. Luego también aprobaría en otra convocatoria. Ella me condujo allí mismo hacia José Manuel Maza, su preparador, que la acompañaba para arroparla. Orgullosa me lo presentó.

Allí conocí a José Manuel, con su porte elegante reforzado por su barba y su pipa -apagada: aunque entonces no regían las prohibiciones que con los años impuso la racionalidad-. Una imagen, esa, que luego se me fue haciendo muy familiar. Transmitía la paz, afabilidad y serenidad que le han acompañado hasta su inesperado y traicionero fallecimiento. Con gran empatía y dirigiéndose tanto a su alumna, Aurora, como a mí, nos distrajo con algún tema que nunca he recordado (la situación disculpa el olvido, pero lo que no olvidé nunca es que me ayudó a pasar aquél trance). A punto de entrar para extraer las bolas me dio algún consejo final regalándome una sonrisa de complicidad que expresaba, sin palabras, un ¡ánimo!, ¡podrás! Aquel instante quedó grabado en mi cabeza y esta tarde triste empuja desde dentro a mis lágrimas que no consigo detener. Siempre he pensado que José Manuel Maza, entonces titular de un juzgado de distrito de Madrid, aunque durante unos breves minutos, también fue mi preparador y contribuyó a que pudiese compartir escalafón con él. Luego he aprendido muchas más cosas de él.

Aún a costa de gastar buena parte del espacio de que dispongo para extractar algo de esos sentimientos que se agolpan y acumulan y acuden a borbotones capaces de llenar páginas y páginas desordenadas, cuento esa insignificante anécdota porque refleja algo muy característico de José Manuel: su bonhomía, su cercanía, su capacidad de atender a todos. La mantuvo en toda su trayectoria vital y profesional. En el Juzgado, en la Audiencia, luego en el Tribunal Supremo y también en la Fiscalía General del Estado hizo gala de una cordialidad que nunca debe faltar a la justicia. Nunca distante. Ojos tapados, sí; así se representa a la Justicia.

Pero José Manuel demostraba que rigor y seriedad no están reñidos con la amabilidad y el trato respetuoso que dispensaba a todos, porque creía de verdad en el hombre. No en la humanidad en abstracto; sino en cada hombre. Por eso sabía escuchar; tanto como conversar -gran conversador-; era tan permeable a los argumentos de los demás, como firme cuando llegaba a una convicción que, sin perder nunca la afabilidad, sin alzar la voz, con serenidad, defendía y hacía valer, sin importarle contradecir expectativas.

Ese celo por su independencia y autonomía de criterio, formado no en una cerrazón autista, sino tras escuchar atentamente y ponderar, ha persistido -me consta- durante su etapa en épocas muy difíciles, al frente de la Fiscalía General del Estado, sin hacer caso a la injusta incomprensión de unos u otros.

Lo reencontré luego al ser destinado a Madrid. Creo que no me engañaba cuando decía recordar aquel episodio de una tarde primaveral en unos pasillos que luego hemos recorrido muchas veces juntos estos últimos años cuando hemos sido colegas -¡colega de José Manuel Maza: qué privilegio!- en la Sala Segunda del Tribunal Supremo en donde ha dejado una honda impronta jurisdiccional y personal. Ahí están sus sentencias. Pero ahí queda sobre todo el cúmulo de recuerdos suyos (una sonrisa, un comentario, una anécdota bien contada, la pregunta que reflejaba interés real por el problema personal) que todos los que trabajamos en aquella casa guardaremos como tesoros.

Poco a poco y con actividades muy variadas -también en pistas deportivas- estreché lazos con José Manuel hasta llegar a ser muy amigo suyo. Aunque tengo la sensación -y no me decepciona- que eso es hasta vulgar: José Manuel tenía muchos muy buenos amigos.

José Manuel Maza era polifacético, con una curiosidad intelectual de humanista. Erudito, le atraían la medicina, la filosofía, la historia, la música Su temperamento inquieto le hacía implicarse en actividades diversas e impulsar iniciativas, muchas asociativas. José Manuel tenía una enorme riqueza interior, pero no era un solitario: era muy sociable.

Me embarcó en la Asociación Justicia y Opinión que fundó con juristas de muy diversos ámbitos. Ese foro nos ha permitido durante muchos años compartir todos los meses una tarde para debatir con amigos en un clima amable sobre temas de actualidad con una vertiente jurídica pero con horizontes más allá del derecho. José Manuel está en las antípodas del leguleyo o del juez que parece desorientado cuando se le aparta del mundo de Códigos y leyes.

Varias veces, hablando de la función judicial en foros públicos, le oí rememorar la frase de un Lord inglés (¿Lord Acton?) que recopilaba las cualidades de un buen juez: “Ha de ser hombre equilibrado, prudente, un caballero. Si, además sabe derecho, mejor”. José Manuel Maza sabía derecho. Sabía mucho derecho. Pero sobre todo, era un caballero en el sentido más profundo de esa palabra.

José Manuel: te voy a echar mucho de menos; la Justicia te va a echar de menos; España también te echará de menos. Muchas gracias.

CON CORAJE, CUMPLIÓ CON LA LEY

Cristina Dexeus, Presidenta de la Asociación de Fiscales

El Mundo 20.11.17

José Manuel Maza fue un hombre apasionado por la vida, por el saber y por el Derecho al que dedicó su quehacer profesional.

De formas exquisitas y trato afable, equilibrado, gran conversador, dialogante, asumía con elegancia las críticas. En absoluto engreído ni pedante, pese a una impecable trayectoria profesional culminada con el doctorado cum laude que obtuvo por su tesis sobre La Responsabilidad Penal de las Personas Jurídicas. José Manuel Maza, pertrechado de las virtudes de la sencillez y la humildad que lo hacían cercano y accesible a todos.

Llegó a la Fiscalía General del Estado en un momento complicado y encontró escollos y dificultades, reproches y reprobación.

Llegó sin conocer en profundidad la Institución hermana.

Llegó como magistrado del Tribunal Supremo y se hizo fiscal.

Un fiscal con coraje, valiente, que cumplió con la legalidad sin otra sujeción que su conciencia y su sentido del deber.

Un fiscal que, en los momentos más difíciles de nuestra democracia, supo mantener la serenidad, la firmeza y la autonomía, sin sucumbir a las presiones para aplicar la ley.

Un fiscal firme defensor de la Constitución y de la democracia y, por tanto, de la necesidad de mantener siempre vigente la separación de poderes.

Un magistrado que supo valorar el trabajo de los fiscales y su espíritu de entrega y de servicio público, pese a la tradicional escasez de recursos, valores estos que puso de relieve en reiteradas ocasiones en las sesiones del Consejo Fiscal que presidía.

Un hombre recto, sabio y bueno.

Tengo ahora bien presente en el recuerdo una tarde no muy lejana en Granada, cuando, hablando de las dificultades actuales, me comentó que cuando uno duda entre lo que hay que hacer o lo que conviene hacer siempre hay que optar por lo que hay que hacer, sin especulaciones de ningún tipo, porque además resulta ser lo más conveniente.

También me confesó que él no aspiraba a nada más. Había llegado a magistrado del Tribunal Supremo y sin esperarlo a fiscal general del Estado, y sentía ahora el orgullo de poder prestar un último servicio a su país, a España, en defensa de los valores constitucionales. Y esa era su labor cuando, lamentablemente, la muerte le sobrevino.

Siempre en el recuerdo.

MISIÓN CUMPLIDA

Álvaro Redondo Hermida, Fiscal del Tribunal Supremo

La Razón 19.11.17

Hace unos días estuve en Montevideo, participando en un acto académico con ocasión de la entrada en vigor del nuevo código de procedimiento penal. Allí comprobé una vez más el gran afecto que los pueblos iberoamericanos tienen por los españoles, y el respeto que el Derecho y la Justicia de esta tierra alcanzan al otro lado del Atlántico.

En esa ocasión, el Fiscal General del Uruguay me adelantó la noticia del próximo viaje del

Fiscal General del Reino de España, que asistiría a un Congreso en Buenos Aires, para luego pasar unos días de visita en Uruguay, invitado por nuestros colegas de dicha entrañable nación. Hace unos momentos he recibido, por el contrario, la noticia del fallecimiento en la capital argentina del gran jurista Don José Manuel Maza, Fiscal General de España.

Don José Manuel ha escrito su insigne nombre en la lista de grandes magistrados, que partiendo de la Carrera Judicial, entregaron al Ministerio Público sus mejores esfuerzos. Es difícil imaginar qué sensación de entrega, de misión cumplida, de satisfacción por el trabajo hecho y de ansias por culminar su labor, puedan haber acompañado el espíritu de José Manuel en los postreros momentos de conciencia. Lo qué sí sabemos es la impresión que a nosotros nos ha causado la noticia, que nos habla de la inesperada e injusta interrupción de su trayectoria, cuando visitaba el Nuevo Mundo para representar nuestra ley, nuestros valores, nuestra concepción de la libertad y la justicia.

José Manuel encarnó la figura emblemática del magistrado independiente e imparcial, que no se deja presionar por los poderes públicos en el cumplimiento de la ley. Una ley entendida como el mandato del pueblo, que debe cumplirse como es, sin adaptarse a la cambiante opinión pública, ni convertirse en el reflejo de pasiones políticas ni opciones coyunturales. Una ley igual para todos, promovida por Fiscales imparciales, aplicada por jueces tan responsables como independientes, cumplida por ciudadanos conscientes de que el imperio del Derecho es la base de la paz social.

José Manuel Maza transmitió en su gestión una imagen del Ministerio Público enaltecida, propia de un orden jurídico avanzado, donde el Fiscal, como promotor de la justicia, asume el protagonismo que la Constitución ha querido para él: la del defensor de la ley, valedor de los derechos fundamentales, guardián de la independencia de los Tribunales. José Manuel hubo de hacer frente a situaciones límite de nuestro sistema, que desafiaban la capacidad de la ley para resolver los conflictos. Como Fiscal General acudió a las mejores tradiciones y a la técnica jurídica más depurada, promoviendo actuaciones ajustadas a la ley, en busca de la mejor solución de los problemas, que es en definitiva el objetivo del Derecho.

Algunas de sus iniciativas sorprendieron a la opinión pública, porque hubieron de resolver planteamientos inéditos en nuestra historia, exigiendo dedicación, profundidad intelectual y altura de miras. Su comunicación abierta y cordial, en relación con situaciones de obligado debate, constituyó un referente ineludible. La opinión del Fiscal General pasó a gozar de una presencia relevante en los medios, como corresponde a una magistratura esencial para la democracia.

Es difícil comprender las razones que la vida se reserva, al permitir que ocurran acontecimientos luctuosos como el que nos sobrecoge. Podemos afirmar que el ejemplo profesional de Maza integra el acervo inmortal de la mejor de las tradiciones. La riqueza de su pensamiento motivada desde la convicción y la ecuanimidad, y la humanidad de su persona en toda su dimensión, van de la mano de la cercanía del hombre amigo, del colega intachable.

LABORIOSO, HONESTO Y RIGUROSO

José Miguel de la Rosa Cortina, fiscal jefe de la Secretaría Técnica de la Fiscalía General del Estado.

El Mundo 20.11.17

Es difícil redactar unas notas sobre José Manuel Maza cuando aún no nos hemos repuesto del impacto emocional de su inesperada muerte. José Manuel era la encarnación del impulso vital del que hablara Bergson. Era una persona que amaba la vida y ese amor por la vida tenía reflejo en su amor por sus familiares y amigos -siempre presentes en sus palabras-, por su pueblo -Segovia-, por su país y por el Derecho -parece increíble, pero se doctoró cum laude durante su complicado mandato como fiscal general del Estado-.

Tanto más dolorosa resulta su pérdida cuanto más reparamos en esas notas de vitalidad, de energía y de ilusión, definitorias de la personalidad de José Manuel.

José Manuel Maza aplicó esa fuerza vital a su mandato como fiscal general del Estado y supo pronto ganarse el cariño, el respeto y la admiración de los que tuvimos el honor de trabajar junto a él. Sus señas de identidad eran la bondad, la cercanía, la sencillez, la cordialidad y una extraña humildad que sólo poseen los verdaderamente grandes: ubi humilitas, ibi maiestas.

José Manuel tuvo que hacer frente -ya se vislumbraba meses antes de su nombramiento- a una crisis institucional de gravedad extrema. Lo hizo con abnegación, dedicación y resolución. Desde el escrupuloso respeto a la ley. Con valentía. Consciente de la grave responsabilidad que recaía sobre sus hombros. Desde la convicción de quien sabe que defiende los valores constitucionales y de que la ruptura del Estado de Derecho solamente puede llevar al desastre.

El 23 de noviembre del año pasado, José Manuel compareció ante la Comisión de Justicia del Congreso con motivo de su propuesta de nombramiento como fiscal general. En su intervención esbozó las virtudes que debía cultivar un fiscal: “Si en el fiscal han de concurrir características como las de una dedicación esforzada y laboriosa en su quehacer, honestidad de criterio y rigor técnico para sus decisiones, autonomía en el ejercicio del cargo, sentido de la responsabilidad, prudencia y valor es, simplemente, porque, en definitiva, cada una de ellas no son sino formas distintas de cumplir la ley y todas juntas integran lo que, a mi juicio, hace del fiscal general, el primer servidor de la sociedad en un Estado de derecho”.

Misión cumplida, José Manuel. Has sido un fiscal general laborioso, honesto, prudente, riguroso técnicamente. Has sido custodio de la autonomía de la Institución y, sobre todo, valiente. Has servido al Estado de Derecho. Has servido a nuestra sociedad. Has servido a tu país.

Jesús nos enseñó aquello de que “el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Quienes hemos tenido la suerte de coincidir contigo en esta extraña aventura de la vida, hemos podido comprobar cómo mantenías intactas la ilusión, el entusiasmo, la capacidad de asombro, el sentido del humor, la libertad de criterio y la amabilidad.

Descansa en paz.

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