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Determinación y seriedad del monarca; por Francisco Sosa Wagner, Catedrático de Derecho Administrativo

04/10/2017
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El día 4 de octubre de 2017, se ha publicado en el diario El Mundo, un artículo de Francisco Sosa Wagner, en el cual el autor opina que Felipe VI ejerció como heraldo de las trascendentales medidas que seguramente se tomarán para restablecer la autoridad del Estado en Cataluña.

DETERMINACIÓN Y SERIEDAD DEL MONARCA

En estas horas tan tristes para España se echaba de menos la voz de Don Felipe pues no olvidemos que, según el artículo 56.1, “el Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones...”.

Configurado pues como un Monarca moderno sujeto a la observancia de la Constitución, ha de limitarse a otorgar el respaldo final a las decisiones que adoptan los órganos constitucionales. Pero cuando surgen situaciones que afectan gravemente a las bases mismas de nuestro sistema político, que ponen en riesgo los fundamentos sobre los que se asienta la convivencia de los españoles y sus esferas de libertad, dignidad e igualdad, entonces su figura adquiere un realce especial, realce querido expresamente por la Constitución al subrayar su condición de símbolo de la unidad y permanencia del Estado.

Es obvio que las autoridades de Cataluña han tomado decisiones tan alejadas de la Constitución, bajo cuyo cobijo ejercen sus funciones, que las convierten en un genuino golpe de Estado que ahora toma la forma, no del decimonónico pronunciamiento de un general, sino de un parlamento del que se han excluido, en el colmo de la desvergüenza, todas las voces discrepantes. Y así, por este medio inaudito, han convenido los facciosos la independencia del territorio cuyo gobierno tienen encomendado, iniciar un período constituyente y proclamar una República dando por sentado que ésta es la forma de Estado mejor y que más conviene a los catalanes.

Se comprenderá que tales desatinos no podían dejar indiferente al Monarca precisamente porque es el garante de la unidad y permanencia del Estado del que es Jefe. Y ésta es la razón por la que anoche se dirigió a los españoles, que le echábamos de menos, y en un discurso impecable descalificó con las palabras adecuadas la actitud de los sediciosos catalanes, a quienes ha acusado de “deslealtad inadmisible”, de “socavar la armonía y convivencia en la propia sociedad catalana llegando desgraciadamente a dividirla”, de “menospreciar los afectos y los sentimientos de solidaridad que han unido y unirán al conjunto de los españoles”, y de “situarse totalmente al margen del derecho y de la democracia”, expresiones duras pero que describen ajustadamente el comportamiento de unos gobernantes que se han bajado de la peana de la autoridad legal para bajar al lodo de la bandería que practica el trabucaire.

Dispone además de otro título Don Felipe para tomar la palabra en esta hora difícil de la democracia española y es el que deriva de “arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones”. “Arbitrar” significa “idear o disponer los medios, medidas o recursos necesarios para un fin”; y “moderar” es “templar, ajustar o arreglar algo, evitando el exceso”.

Pues bien, ¿no son excesos execrables los insultos y las vejaciones que están padeciendo las fuerzas de seguridad del Estado en el territorio catalán, los atropellos a los símbolos nacionales, la denigración de todo lo que en un imaginario enfermo se considera “español”, la desobediencia sistemática de las decisiones de los jueces, de los fiscales, del Tribunal Constitucional y del Gobierno por parte de las mismísimas autoridades?

Las palabras del Rey, dichas con determinación, se agradecen. Como se agradece que haya omitido cualquier referencia a la blandenguería del diálogo que al parecer es preciso practicar con unos políticos que han estado gobernando en su región de forma ininterrumpida desde que se restauró la democracia y que, además y por si fuera poco, han estado condicionando la labor de todos los gobiernos españoles sin excepción desde la primera hora. Por eso, insisto, orillar esta meliflua referencia es un ingrediente más de la seriedad de su discurso.

No nos engañemos: está en juego la integridad territorial de España, pero está en juego el entero edificio democrático. Porque es muy difícil que resista erguido un sistema en el que casi 100 diputados o bien están alejados de los valores constitucionales o bien están a lo suyo, a sus intereses territoriales. La combinación de estos elementos más la infidelidad del Gobierno catalán son suficientes para hacer temblar cualquier régimen político. Por eso quienes lo defendemos hemos de estar muy unidos y por eso se agradece saber que contamos con el apoyo del Rey Felipe VI.

Felipe VI se vistió ayer de jefe del Estado y confirmó con su grave semblante que estamos ante la más descomunal crisis de Estado de las últimas décadas. El ropaje de jefe del Estado no es el mismo que el de Rey. Como Rey, Felipe VI puede mostrarse empático y cariñoso. Como jefe del Estado tiene la obligación de encarnar la Ley.

Nunca habíamos visto al Rey con rostro tan serio, con gesto tan firme y con ademanes que remarcaban -mediante el lenguaje de las manos- su condición de garante de la unidad y permanencia de la Nación española. Puede decirse que el Felipe VI que apareció a las 21.00 en las pantallas de televisión fue un Felipe VI desconocido. Estamos acostumbrados a verle en audiencias y actos oficiales en los que -lógicamente- trata de agradar a todos. Por lo general, el Rey siempre sale sonriente y con gesto relajado. Sus discursos de Nochebuena han intentado asimismo tener un contenido entrañable como indica el tópico de las fiestas. Esta vez, sin embargo, Felipe VI era distinto, taladraba sus contundentes frases de denuncia contra las autoridades catalanas con la mirada firme y con la seriedad de estar sentado en la mesa del despacho de jefe del Estado. La rebelión catalana amenaza seriamente la supervivencia del Estado tal y como se configuró en la Transición. Por eso era bastante raro que el jefe del Estado se hiciera esperar tanto. Tardó en aparecer, pero lo hizo por todo lo alto en cuanto al tono y a la severidad.

Cabe suponer que el Rey ha asistido a los alarmantes acontecimientos de los últimos días en las calles de Cataluña sin despegarse del teléfono y de la televisión. La rebelión catalana también va dirigida contra él. Lo pudo comprobar en la manifestación tras los atentados escuchando gritos de: “Fuera el Borbón”. Que es lo mismo que le gritaban a su bisabuelo.

Felipe VI puso firmes a las autoridades catalanas que se han situado fuera de la legalidad constitucional y estatutaria con durísimos calificativos. Y ejerció como heraldo de las trascendentales medidas que seguramente se tomarán para restablecer la autoridad del Estado en Cataluña. Una autoridad que ha quedado peligrosamente mermada después del 1-O. El Estado no logró impedir la consulta ilegal y las cargas policiales ordenadas por el Gobierno han incendiado los ánimos de los catalanes, de los independentistas, pero también de los que no lo son.

El Rey no sólo no se apartó ni un milímetro del discurso oficial del Gobierno, sino que le dio lustre y solemnidad. Su mensaje fue un chute de entusiasmo para los monárquicos, un respiro para muchos de los españoles que han puesto la bandera en el balcón de casa mirando a la calle, un “ya era hora” para los más irritados con la deriva del desafío independentista y un alivio para los que dudaban de que el Estado fuera capaz de tomar decisiones extremas en defensa de la Nación española.

Los monárquicos tienen hoy al Rey que seguramente estaban esperando como agua de mayo desde que abdicó aquel que disfrutaba metiendo las manos hasta el fondo de la política. Hasta ahora, Felipe VI había huido de los conflictos y de las polémicas, de las palabras comprometidas. A partir de ayer, nadie podrá decir que el Rey no se moja porque su discurso fue un auténtico chaparrón real.

La cuestión es si el jefe del Estado dio satisfacción ayer a todos los españoles, o sólo a una parte. La reacción de los partidos situados en el ámbito de la izquierda indica que a ellos no les gustó. Fue Pablo Iglesias el opositor más claro. El PSOE se quedó casi mudo sobre la intervención del Rey, con la excepción del PSC, que lo criticó. En los próximos días, los socialistas tendrán que tomar una decisión que no será fácil.

“Y al conjunto de los españoles, que viven con desasosiego y tristeza estos acontecimientos, les transmito un mensaje de tranquilidad, de confianza y, también, de esperanza”, dijo el Rey. No sé. Felipe VI es un hombre respetado y prudente. Pero lo de ver la situación con esperanza nos resulta francamente difícil, por no decir imposible. Ni para el Rey ni para nadie el futuro será lo que tendría que ser.

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