Hoy la celebración del santo ha sucumbido frente al cumpleaños. Onomástica significa “arte de nombrar”. El Diccionario de la RAE declara: “Día en que una persona celebra su santo”. El nombre tiene importancia desde la antigüedad. En la cultura judía se impone a los ocho días. El Evangelio de Lucas refiere de San Juan Bautista: “al octavo día, al circuncidarlo preguntaron a su padre cómo quería llamarle y escribió: Juan”. Respecto de Jesús dice: “le impusieron el nombre con el que le había llamado el Ángel antes de su concepción”.
En Roma, el nombre, impuesto también al octavo día, supone la incorporación a la comunidad y su vinculación jurídica a la familia. Jenofonte y Cicerón expresan la celebración anual del nombre en día distinto del nacimiento. La Iglesia cristianiza esta costumbre pagana y en el bautismo se impone el nombre de uno de los miles de Santos o una de las ciento de advocaciones marianas.
Los “Federicos” acabamos de celebrar nuestro Santo. Un médico, “entusiasmado” con su nombre, propone al Nuncio del Papa en España, Federico Tedeschini, fundar una Congregación para honrar al Patrón y ayuda mutua entre los congregantes. Así, en 1929 se erige en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen la Congregación de San Federico. D. Adolfo, el párroco, nos cuida como “buen pastor” y D. Roberto Campillo, latinista y estudioso patrístico, en su segundo Doctorado en Roma, nos regala una reliquia autentificada. Solo pueden pertenecer los que porten este nombre.
En España no existen apenas “Federicas”, siendo en Italia más frecuente que el masculino. Los cristianos deberíamos conocer algo de nuestro Santo y encomendarnos a él. Es una pena cuando preguntas a un “Juan” cuál es su patrón de entre las decenas de “San Juanes” y se extraña porque ignora que hay varios. Por el contrario, es una delicia cuando un “Alberto” te explica que no celebra a San Alberto Magno, te da a conocer otros dos “Albertos” que no habías oído nunca, te explica sus historias y se emociona cuando relata la del suyo.