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El centenario de Kennedy; Rafael Navarro Valls, catedrático y presidente de las Academias Jurídicas y Sociales de Iberoamérica

01/06/2017
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El día 31 de mayo de 2017, se ha publicado en el diario elconfidencial.com un artículo de Rafael Navarro Valls en el que el autor opina que los mil días de Kennedy fueron ricos en promesas y exiguos en hechos. Su valentía, su inteligencia, el resplandor que irradiaba, su rara mezcla de juventud y autodesdén, hicieron de la política americana una explosión de “estilo” más que de contenido.

EL CENTENARIO DE KENNEDY

Los tres balazos que acabaron con JFK en una calle de Dallas fueron el principio de una leyenda en la que, como suele ocurrir, hechos superpuestos a la objetividad de la persona fueron creando una neblina que enterró al personaje entre los destellos pirotécnicos de la emotividad. Si a eso se une los rumores de “una gran conjura”, que supuestamente utilizaría al inestable Lee H. Oswald como marioneta, ya se entiende que era inevitable que la figura del joven presidente fuera engrandecida por todos aquellos a los que hizo soñar con un mundo nuevo

Ahora que se cumple el centenario de su nacimiento puede valorarse mejor su figura. Aunque sin olvidar lo que su asesor Ted Sorensen apunta: "No será fácil, para los historiadores, comparar a Kennedy con sus predecesores o sucesores..., porque resultó único en la huella que marcó en ese puesto. El primero en ser elegido a una edad tan joven. El primero en serlo profesando la fe católica. El primer presidente americano en una era de mutua capacidad atómica de destrucción total. El primero en tender, literalmente, a alcanzar la Luna y aún más allá.... El primero muriendo en la flor de la edad".

La importante fortuna de su padre, su procedencia universitaria de Harvard y su destacada carrera militar, eran un modelo para la gran familia inmigrante de Estados Unidos. El glamour que desprendía el conjunto de la saga Kennedy contribuyó a que los americanos alimentaran su fantasía creando un sucedáneo del viejo mito de Camelot - el reino del rey Arturo- con John Kennedy en el trono, su esposa Jacqueline como reina y sus familiares cercanos como la corte.

Vista en perspectiva, la dinastía fue el epicentro de una tragedia griega sobre la que siempre se cernió una maldición familiar que se transmitió desde los abuelos a los hijos y de estos a los nietos

El prólogo del drama fue su presidencia. Para ser justos, conviene recordar que la cronología tiene que ver mucho con el poder presidencial. Si estamos de acuerdo con Richard Neustadt, de los ocho posibles años de mandato de un presidente, los dos primeros sirven de aprendizaje; el cuarto se emplea en la preparación de las elecciones para un nuevo mandato; los años séptimo y octavo dejan al presidente saliente con escaso poder y pocas iniciativas. Quedan como años potencialmente “fértiles” el tercero, quinto y sexto. Kennedy solo tuvo el tercer año. No es suficiente para emitir una opinión definitiva . De ahí que me parecen aventuradas aquellas opiniones que juzgan al presidente Kennedy como un presidente mediocre, y ocasionalmente peligroso, en la línea de los chistes que corrían durante su presidencia: “Truman demostró que cualquiera puede ser Presidente; Eisenhower que nadie debía ser Presidente; Kennedy, que puede ser peligroso tener un Presidente”.

Más bien coincido con Ben Bradlee, el antiguo director del Washington Post y persona cercana al Presidente Kennedy, cuando observa que “su breve paso por el poder estuvo más lleno de promesas que de actuaciones “. Lo que es en cierto modo natural con solamente mil días en la Casa Blanca.

Lo cual no significa que Kennedy careciera de aquellas virtudes que, con tiempo por delante, pueden cuajar en un buen presidente. Era inteligente, audaz, de notable valor físico, y con un encanto personal lleno de magnetismo, con ese punto de escepticismo que lleva a contemplar los acontecimientos con la distancia que proporciona evaluarlos con cierto relativismo. Tenía una verdadera preocupación por los derechos de las minorías. De hecho, a mediados de 1963, una encuesta preguntó a los afroamericanos quién había hecho más por los derechos de la gente de color. Los tres primeros clasificados fueron la NAACP (National Association for the Advancement of Colored People), Martin Lutero King,jr., y el Presidente Kennedy.

Estas circunstancias y virtudes, sin embargo, aparecen hoy difuminadas por otros aspectos menos positivos de su carácter. Como primero, su dependencia de pulsiones irrefrenables, que -entre otras consecuencias- probablemente fueron uno de los factores indirectos de que las balas de Lee Harvey Oswald (su asesino) le destrozaran el cerebro. Me refiero a lo que cuenta Hugh Sidey, corresponsal de la revista Time: “Vino a verme una mujer a la que yo conocía y me comentó que Kennedy intentó abalanzarse sobre ella en la piscina de la Casa Blanca. Al intentar escabullirse la dama, el presidente cayó al agua y se lastimó la espalda”. El corsé que tuvo que llevar desde entonces, impediría a Kennedy doblarse a tiempo y evitar las balas de su asesino, que hizo blanco a placer sobre una figura erecta. Todo el mundo conocía sus aventuras, pero es curiosa la conspiración de silencio de sus colaboradores (ni una palabra en las obras de Ted Sorensen y Arthur Schlesenger) ni tampoco - lo que es más comprensible- en su mujer acerca de lo que se ha llamado “donjuanismo compulsivo” de Kennedy.

Otro notable engaño fue la apariencia que creó ante el pueblo americano de salud envidiable. En realidad, ésta empeoró constantemente, antes y durante su corta presidencia. Su dependencia de una serie de fármacos para mitigar el dolor de espalda, el tratamiento de una antigua enfermedad venérea y las continuas inyecciones de cortisona para controlar su enfermedad de Addison fueron cuidadosamente enmascaradas en rutinarios informes médicos para consumo público, manipulados por su personal de prensa. A lo que hay que añadir -aunque aquí hay que andarse con cautela- algunas pautas neuróticas, detectadas en él y en el conjunto de los Kennedy que, junto con sus deficiencias físicas, de algún modo influyeron en decisiones fundamentales de Kennedy como fueron el fracaso frente a Castro en Bahía de Cochinos, la transformación de la guerra de Vietnam de una contienda vietnamita a una guerra norteamericana y la responsabilidad personal del presidente en el derrocamiento y el asesinato de Ngo Dinh Diem, presidente de Vietnam del Sur.

En conclusión, la presidencia de Kennedy fue una era - y una vida- inacabada, que mostró un presidente con la fibra necesaria para serlo, pero con defectos de entidad que, vistos en perspectiva, apuntan a un posible delicado desenlace de su presidencia. Presidencia que dejó un legado sombrío en Vietnam, junto al legado esperanzador de un proyecto de legislación sobre derechos civiles, que tuvieron que desarrollar otros.

En realidad, los mil días de Kennedy fueron ricos en promesas y exiguos en hechos. Su valentía, su inteligencia, el resplandor que irradiaba, su rara mezcla de juventud y autodesdén, hicieron de la política americana una explosión de “estilo” más que de contenido. Probablemente esa explosión acabara enterrando al político y al hombre todavía inmaduro.

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