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¡Fiat, Europa!; por Federico Fernández de Buján, Catedrático de Derecho Romano de la UNED

30/03/2017
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El día 30 de marzo de 2017, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Federico Fernández de Buján en el cual el autor opina que la “Declaración sobre la identidad europea” insta a redescubrirse.

¡FIAT, EUROPA!

Se ha celebrado en Roma el sesenta aniversario del Tratado origen de la UE. No podría encontrarse metrópoli más adecuada. Roma, ¡única!, ayer caput mundi, siempre capital de la europeidad. Para construir el futuro, no podemos olvidar nuestra historia. Las pretéritas realidades unificadas: Roma y el Sacro Imperio Romano-Germánico. Hoy, cuando la acogida de emigrantes es un grave problema sin resolver, Europa debe inspirarse -con las correcciones que imponga el tiempo presente, con viabilidad y generosidad- en la actitud y aptitud romanas para integrar a todos los pueblos. La grandeza de Roma es la romanización, equivalente a civilización.

La coronación de Carlomagno por el Papa León III, la Navidad de 800, da lugar al nacimiento del Sacro Imperio romano, sustentado en las potestas del Emperador, regalis potestas y en la auctoritas del Papa, auctoritas sacrata pontificum. Occidente, frente a Oriente, diversifica poder temporal y autoridad moral. Otón I, en 962, es coronado como Emperador del Sacro Imperio romano-germánico, que se mantiene hasta el XVIII. En 1520, nuestro César Carlos ciñe sobre sus sienes la Corona Imperial, como heredero de su abuelo Maximiliano, al tiempo que soporta el peso de una herencia política sobre la que no se pone el sol. Desde su espíritu europeísta pretende la unidad sobre el ideal de “la cristiandad”, como realidad política, religiosa y cultural.

La UE comienza, en cambio, de forma pragmática. El Mercado Común es una mera yuxtaposición de intereses económicos con libre circulación de personas y mercancías, sobre el funcionalismo sectorial de Monnet. Con la CEE se inicia el tímido diseño de una identidad política desde la diversidad nacional. Se alienta la progresiva cesión de soberanía de los Estados a una incipiente organización supraestatal. En esta fase inconclusa y traumática -amenazada hoy por trasnochados nacionalismos y peligrosos populismos insolidarios-, Europa debe mantener su esencia de ser espacio abierto y referente cultural.

El Tratado de Roma, que conmemoramos, se suscribe desde la firma de la CECA. Con el recuerdo de devastación y muerte de las dos grandes guerras, se pretende asegurar el primun vivere al viejo continente. Primero, conjurando el riesgo de otra confrontación bélica, a través de sustraer al control nacional la producción del carbón y el acero. Después, intentando mayor prosperidad económica. El primer objetivo parece cumplido, y ¡no es poco!, el segundo alcanza niveles que no se hubieran logrado sin unidad. Ahora toca mantener lo conseguido y trabajar en el deinde philosophari. Atender a lo que se ha preterido, el rescate de una civilización de principios e ideales. Los describe en Compostela, con su clarividencia, Juan Pablo Magno en 1982: “El alma de Europa además de su origen común, tiene idénticos valores la dignidad de la persona, el sentimiento de justicia, libertad, laboriosidad, espíritu de iniciativa, amor a la familia, respeto a la vida, tolerancia y deseo de cooperación y paz...”.

Madariaga, en su ensayo “Bosquejo de Europa”, afirma: “Amemos nuestra Europa luminosa de la sonrisa de Erasmo, chispeante del ingenio de Voltaire con los ojos fogosos de Dante, claros de Shakespeare (no resisto a excluirlo, por un insensato Brexit), serenos de Goethe, en la que Moisés y David surgen a la vida del mármol de Miguel Ángel, en la que el genio de Bach se alza en los aires de la melodía, donde Hamlet busca el misterio, Fausto consuelo al vacío de su pensamiento, Don Juan ansía hallar en las mujeres, Don Quijote galopa para obligar a la realidad a alzarse, Newton y Leibniz miden lo infinitesimal, y las catedrales rezan de rodillas en trajes de piedra...”.

La cumbre de los 27 se ha reunido en los Museos Capitolinos. Sobre esa colina, en el VI a. de C. se edifica el templo a Júpiter. Mil años más tarde, Miguel Ángel proyecta su elegante escalinata y majestuosa plaza. Los actos se desarrollan en la sala de los Orazi y Curiazi, en la que en 1957 se firma el Tratado de Roma. Dos monumentales estatuas de los Papas Inocencio X y Urbano VIII sellan sus laterales. Se ubica entre la estatua de Marco Aurelio, emperador exponente del pensamiento estoico griego y la galería de la Loba etrusca, representación legendaria de la fundación de la civitas. El simbolismo griego, romano y cristiano hace presente los pilares que sustentan Europa. La cuenca mediterránea la alumbra. Esos países a los que alude el jefe del Eurogrupo, Dijsselbloem, de forma abyecta y soez, al afirmar que gastan las ayudas en “copas y mujeres”.

En Europa se ha fraguado la mayor parte de las creaciones científicas, artísticas, jurídicas, filosóficas y espirituales de la historia de la Humanidad. La “Declaración sobre la identidad europea” insta a redescubrirse. No permanecerá, si no renace desde su genuidad. Si lo logra, se cumplirá el vaticinio de Madariaga: “y entonces, el Espíritu que guía la Historia habrá pronunciado las palabras creadoras: Fiat, Europa”.

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