En un año tan volátil en comportamientos electorales, en el que Occidente resiste a duras penas la plaga de los populismos, nadie puede asegurar nada. Pero a menos de cuatro semanas de las elecciones presidenciales, parece que Donald Trump cosechará un ruidoso fracaso. En la recta final el magnate ha decidido romper los grilletes y enfrentarse a los mandarines republicanos, que a buenas horas se han resuelto a repudiarlo e indignarse por su lenguaje más que soez y su largo historial de abusos a mujeres. Le veremos vociferar, insultar, provocar y dar saltos en su jaula imaginaria en la temporada final de la serie televisiva que ha producido con indudable éxito por más de un año. Pero en el campo republicano, la preocupación es doble: el 8 de noviembre no sólo la Casa Blanca seguirá en manos demócratas y de un candidato tan vulnerable como Hillary Clinton. Es que podrían despedirse de la mayoría en el legislativo, una catástrofe en un sistema constitucional en el que la separación de poderes es real. La regla no escrita dicta que si un candidato no funciona en absoluto, su partido pierde senadores y congresistas. La previsible respuesta de Trump será culpar del desaguisado a una conspiración mundial. Luego aprovechará su fama para emprender un nuevo negocio de comunicación: el show debe continuar.
Mientras, el gran y veterano partido tendrá que refugiarse en sus gobernadores de los Estados como en un cuartel de invierno y empezar su reinvención. Deberá conservar por un lado la conexión con la América profunda de los votantes blancos y desesperados que jalean a Trump y, por otro, atraer el voto de minorías raciales, mujeres y urbanitas con estudios universitarios, hoy claramente por Hillary. Son dos mundos sin intersecciones, moldeados en valores bien distintos, que no se dejan fundir en la tibia mejora de la situación económica. El pegamento de la polarizada sociedad en Estados Unidos tiene que ser una vez más el optimismo pragmático en el futuro y la capacidad de integrar en un sueño común a los ciudadanos de un país cada vez más dividido.