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Hacia la conquista del caos; por Federico de Montalvo Jääskeläinen, Profesor de Derecho constitucional de la Universidad Pontificia de Comillas

20/07/2016
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El día 20 de julio de 2016, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Federico de Montalvo Jääskeläinen, en el cual el autor considera que sería bueno que nos diéramos cuenta de que el espejismo del multipartidismo no es precisamente la solución a la que recurren los Estados cuando deben afrontar futuros y difíciles retos.

HACIA LA CONQUISTA DEL CAOS

Estas recientes elecciones generales han sido vistas por algunos analistas como una especie de segunda vuelta en la que los ciudadanos han tenido la oportunidad de resolver el complejo entramado político en el que nos hemos visto envueltos desde el pasado diciembre. Sin embargo, tal idea no era más que una mera esperanza ante el desconcierto que en gran parte de la ciudadanía han generado estos inéditos meses en los que sin éxito se ha tratado de conformar un gobierno mínimamente estable. El concepto de segunda vuelta no se corresponde con una mera repetición del proceso, sino con la conformación de un nuevo marco en el que, a través de dos o más candidatos seleccionados entre las decenas que se presentan, se trata de resolver la complejidad de un modelo multipartidista. Por eso se dice que en la primera vuelta el ciudadano otorga un voto de preferencia, y en la segunda, un voto de elección que no ha de coincidir necesariamente con su preferencia política.

Así pues, no puede hablarse de segunda vuelta ni en sentido estricto ni tan siquiera figurado en la medida que el marco de decisión ha sido el mismo que en las anteriores elecciones. Sin embargo, tal referencia a la doble vuelta ha permitido que esta opción de ingeniería electoral se llegue a plantear como mecanismo para resolver en un futuro próximo la complejidad que ofrece este nuevo sistema de partidos. Dicha complejidad puede que sea vista aún como virtud por algunos, probablemente por su carácter novedoso, aunque es más que probable que la ciudadanía acabe por convencerse de las dificultades que conlleva para lograr una efectiva conformación de Gobierno. Ello es lo que ha ocurrido en la mayoría de Estados con los que compartimos acervo cultural (destacando el ejemplo de Italia, pero también en Reino Unido, donde se rechazó por una amplia mayoría de los ciudadanos -más de dos tercios- introducir un sistema electoral más proporcional hace muy pocos años, o Alemania, que con su modelo mixto mitiga los efectos de la excesiva fragmentación del Bundestag) y parece, como apunta el reciente resultado electoral, que acabará por ocurrir también aquí.

Debemos recordar que la democracia representativa no es más que un mecanismo de resolución de la complejidad, de manera que ha de combinar criterios de representatividad y eficacia. Si primamos la representatividad el sistema se transforma en ineficaz, como ocurre con los sistemas electorales puramente proporcionales ya abandonados en las democracias contemporáneas. Si, por el contrario, primamos la eficacia, podemos acabar por excluir del sistema a aquellas minorías que en breve percibirán que el sistema no les ofrece una oportunidad de obtener representación (el efecto perverso del sistema mayoritario británico).

Por ello, algunos autores ofrecen ya una fórmula de doble vuelta, no en nuestra actual versión patria, sino siguiendo el modelo francés, que recurre a la misma tanto para la elección del presidente de la República (lo que en nuestro sistema no es posible dado su condición de monarquía parlamentaria) como para la elección de los miembros de la Asamblea Nacional.

El maestro Sartori, en su último libro, bajo el elocuente título de “La carrera hacia ningún lugar”, se vuelve a postular a favor de dicha fórmula de doble vuelta, lo que reviste especial interés viniendo de quien tradicionalmente ha sido un arduo defensor del modelo parlamentario frente al presidencialista y de los sistemas electorales proporcionales frente a los mayoritarios. Tal posición favorable al sistema de doble vuelta no responde a un pretendido intento de rebajar el carácter democrático de un sistema político, inasumible en uno de los grandes autores y defensores de la democracia constitucional, sino al hastío que en el viejo sabio produce el oxímoron que surge de la pretensión de combinar un gobierno eficaz y un sistema de perfil multipartidista.

En definitiva, sería bueno que nos diéramos cuenta de que el espejismo del multipartidismo no es precisamente la solución a la que recurren los Estados cuando deben afrontar futuros y difíciles retos (sin olvidar que el bipartidismo no es una amenaza a la pluralidad ideológica como si un partido no pudiera acoger diversas posiciones como bien nos demuestra la realidad norteamericana -véase, Bush vs. Trump o Clinton vs. Sanders-). La libertad de los modernos exige conformar un modelo democrático, respetuoso con la representación de las diferentes ideologías y opciones presentes en la sociedad, pero también que aspire a la eficacia, so pena de incurrir en los errores que han puesto en riesgo muchas de las democracias contemporáneas. Reformar el sistema electoral puede ser una opción oportuna, pero no precisamente para avanzar hacia fórmulas aún más proporcionales, porque ello no parece que sea muy saludable para nuestra democracia constitucional, como lo demuestran los múltiples y casi unánimes ejemplos que encontramos a nuestro alrededor en democracias más longevas y más experimentadas que la nuestra.

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