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Clinton y Trump; por Antonio Garrigues Walker, jurista

01/07/2016
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El día 1 de julio de 2016, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Antonio Garrigues Walker, en el cual el autor considera que merece la pena que los europeos tomemos nota de lo que suceda en EEUU y aprendamos alguna lección que otra del país que sigue siendo el más poderoso del mundo.

CLINTON Y TRUMP

Vivimos, ciertamente, una época intelectualmente fascinante en la que empezamos a absorber con toda naturalidad situaciones y acontecimientos que nos hubieran parecido inimaginables hace solo algunos meses. Las elecciones presidenciales americanas forman parte de este fenómeno en el que merece la pena profundizar.

Estamos viviendo cambios políticos, sociológicos, tecnológicos y científicos cuya intensidad y profundidad aún no somos capaces de reconocer y valorar. En el orden político la irrupción a escala mundial del llamado “populismo” -habrá que buscar un término mejor- debe entenderse como una clara y seria advertencia a los partidos clásicos para que se decidan a modernizar e innovar sus mensajes y a cambiar su liderazgo. Es decir, rejuvenecerse a fondo. Adecuarse al tiempo que vivimos, que es substancialmente distinto al que ellos piensan.

A los cambios políticos se unirán, especialmente en el mundo desarrollado, y más en concreto en Europa, los cambios sociológicos derivados del proceso acelerado del “invierno o suicidio” demográfico, que define aquellas situaciones de alta longevidad y baja natalidad que originan un envejecimiento de la sociedad, y con ello una pérdida de dinamismo y de capacidad de innovación y de asunción de riesgo, que obliga además a replantearse todo el sistema de jubilación, de pensiones y de seguridad social.

Dentro de estos cambios sociológicos habrá que incluir los que produce la evolución y el enriquecimiento de la vida democrática y en concreto la aparición de nuevas demandas de derechos y libertades que pueden entrar en conflicto con derechos y libertades existentes y sobre todo con intereses creados. Habrá que incluir, asimismo, en esta reflexión los cambios de raíz cultural y en especial aquellos que están alterando la jerarquía de muchos valores que hasta ahora hemos pensado que estaban consolidados e incluso que serían inalterables.

Por último, los impresionantes cambios del mundo tecno-científico, unos cambios que requieren mucha más atención y mucho más cuidado del que están recibiendo. Temas como la robótica, la nanotecnología, las manipulaciones genéticas, la inteligencia artificial, el “big data” van a alterar nuestros hábitos y comportamientos, pero además pueden afectar a derechos básicos, incluyendo el derecho a la intimidad y la privacidad, que a efectos prácticos está desapareciendo. La ignorancia o la inconsciencia sobre estos cambios son actitudes peligrosas e irresponsables.

En este ambiente hay que valorar la situación política americana, con la sorpresa absoluta de Donald Trump como candidato republicano y la difícil victoria de la candidata demócrata Hillar y Clinton, frente a un Bernie Sanders que aún no ha tirado del todo la toalla, un hombre de raza judía de 74 años de edad que se autocalifica de socialista y anti-Wall Street y que se ha visto apoyado especialmente por el voto joven. En términos objetivos es más difícil de entender la fuerte resistencia que ha opuesto Sanders, un populista de izquierdas, que la fácil victoria de Donald Trump, un populista de derechas.

El populismo en los Estados Unidos no es el mismo que el de Europa, y dentro de Europa también adopta formulaciones diferentes, pero en todos los casos hay una clave común: es un voto antisistema, un voto contra “lo establecido” y de alguna medida contra lo tradicional. Es ahí, en el deseo de un cambio intenso y aun radical, donde habrá que investigar este fenómeno, en el que intervienen sentimientos y posiciones de muy diferente contenido, pero en el que destacan tres factores claves: la larguísima crisis que estamos viviendo sin esperanzas serias de recuperación ni a corto ni a medio plazo, la desigualdad social creciente y la sensación de que la globalización está controlada por los países y los grupos poderosos.

Conviene advertir desde el primer momento que descalificando las propuestas y exagerando los riesgos del populismo no se va a controlar este fenómeno. La gente que vota a Trump ni aspira a ser tan rica como él ni piensa que Trump o Sanders les vayan a arreglar sus problemas, pero un porcentaje alto de la ciudadanía americana, que vive en el país más desigual del mundo desarrollado, está ahora en peores condiciones que hace algunos años. Al votar a Trump o a Sanders lo que dicen es que necesitan nuevas ideas y nuevas soluciones porque la triste oferta de recibir más de lo mismo “sine die” se les hace, lógicamente, insoportable.

En los últimos días han estado en España dos intelectuales importantes de los EE.UU.: el último premio Nobel de Economía, Angus Deaton, y Joseph Nye, profesor de las más importantes universidades americanas. Ambos han hablado de todos los temas anteriores y ambos coinciden en que habrá que afrontar la situación actual con más imaginación, más sentido social y más compromiso con los grandes problemas de cada país y los de la humanidad en su conjunto.

Las encuestas dan por el momento favorita a Hillary Clinton, pero muy pocos americanos se atreverían a descartar las opciones de Trump, que a partir de ahora empezará -como suelen hacer los populistas- un proceso de moderación. Va a ser una campaña -en eso coinciden todos- muy sucia, basada en confrontaciones personales y exasperadamente larga. Merecerá la pena que los europeos tomen nota de lo que suceda allí y aprendamos alguna lección que otra del país que sigue siendo el más poderoso del mundo. Las convenciones en julio de los dos partidos -en Filadelfia los demócratas y en Cleveland los republicanos- van a ser decisivas para el resultado final. Allí se intentará evitar que se manifieste en exceso la división interna en ambos partidos, que es profunda y real, porque de no controlarse se podría abrir una nueva época política en la que saltaría por los aires el bipartidismo actual. Parece imposible, pero ya no hay nada imposible. Es uno de los signos de esta época.

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