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Ante las elecciones del 26-J; por Fernando Vallespín y José Luis García Delgado en representación del Círculo Cívico de Opinión, del que son fundadores

24/06/2016
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El día 24 de junio de 2016, se ha publicado en el diario El Mundo, un artículo de Fernando Vallespín y José Luis García Delgado, en el cual los autores consideran que el desafío prioritario que deben afrontar todos los partidos políticos sigue siendo la relegitimación institucional y la devolución del crédito que hasta no hace mucho tenía nuestra democracia.

ANTE LAS ELECCIONES DEL 26-J

Tras la indignación, la resignada naturalidad: así parece que se ha asumido el fracaso en la formación de Gobierno después del 20-D. Quizá porque casi ninguno de los protagonistas apostó en su momento por ponerse a la tarea en serio: con perspectiva, la sensación es que, en efecto, durante los pasados cuatro meses casi todos los movimientos de los actores políticos iban dirigidos más a hacer campaña para lo que se ha calificado como una “segunda vuelta” que a cumplir con lo que era su obligación. Esto ha quedado corroborado por la fluidez con la que hemos pasado, sin apenas notarlo, de un periodo formal a otro, como si fuera parte de un continuum que nace de las elecciones europeas de finales de mayo de 2014, hasta la convocatoria formal del 26 de junio. ¡Dos años enteros!

La nueva campaña ofrece, sin embargo, importantes novedades respecto de las anteriores. Sobre todo, ahora ya en la recta final, se constata en el espacio público un considerable aumento de la polarización, ya sea para movilizar a una sociedad civil escéptica hacia tanto trajín político, o como estrategia para afirmar algunas de las opciones en liza, haciendo acto de presencia incluso una crispación que, a nuestro juicio, no se corresponde con el actual estado de la convivencia social en España.

Desde sus primeras declaraciones, el Círculo Cívico de Opinión (CCO) ha sostenido la tesis de que la disputa y la discusión pública no incumben exclusivamente a las fuerzas políticas institucionales, y que la mejor manera de resolver los problemas de todos es mediante la participación conjunta de política institucional y sociedad civil. De hecho, se han producido ya importantes avances a este respecto con la proliferación de foros de deliberación desde los que han surgido no pocas iniciativas de regeneración democrática y de fomento de una cultura pública dispuesta a dejar atrás posiciones irreconciliables. Entendemos que, con independencia de las posturas ideológicas propias de cada cual, nos une una común preocupación por el destino de nuestro país y que la prioridad máxima en este momento es adicionar voluntades para hacer frente a los más graves desafíos inmediatos; a saber, suturar la fractura social, buscar una salida digna y eficaz al problema catalán y proceder a una imprescindible regeneración política capaz de reconciliar a los ciudadanos con sus instituciones.

Precisamente porque creemos que la mejor solución para nuestro país es esta actitud cooperativa y constructiva, observamos con inquietud la aparición de nuevos discursos y actitudes que acentúan las posiciones incompatibles y dejan poco margen para que después de la cita electoral accedamos a los pactos que necesitamos. Que existan discrepancias profundas entre las fuerzas políticas forma parte de la naturalidad democrática; también, que estas se hagan más presentes durante el periodo electoral. Pero esta necesidad de diferenciarse del adversario no puede ser tan profunda como para cegar posibles acuerdos de mínimos una vez instaurado un nuevo Gobierno.

Por todo lo anterior, conviene hacer algunas propuestas:

1.- Evitar polarizaciones estériles que impidan conformar un acuerdo o resulten inviables a la hora de proceder a una reforma constitucional consensuada. Una de las características de la situación política actual es que está marcada por un triple empate, más o menos aproximadamente, entre la derecha y la izquierda, entre vieja y nueva política y, en Cataluña, entre constitucionalistas e independentistas.

En cada uno de los frentes existen a su vez diferentes sensibilidades y formas de concebir la posición de cada cual, ubicándose en uno de los extremos la opción inmovilista, que todo siga igual, y en el otro, que se proceda a una revisión radical del orden del que nos dotamos en la Transición, incluso a través de un nuevo proceso constituyente. Una, porque pretende congelar lo que ahora requiere un reajuste a los muchos cambios habidos en el país; y la otra, porque pretende hacer tabula rasa del periodo que, a pesar de sus altibajos, ha proporcionado la mayor era de libertad y prosperidad a España.

La lectura que cabe hacer del espíritu del periodo inicial de nuestra democracia no sirve, sin embargo, para justificar ninguna de esas dos posturas extremistas. El destino compartido fue más importante que afirmarse en las desavenencias ideológicas. La pluralidad entonces no era menor que ahora, y aun así encontró camino, porque se dialogó y pactó. La incapacidad para formar Gobierno no es consecuencia del empate sino consecuencia de la manifiesta incapacidad para el diálogo. La verdadera Nueva Política, con mayúsculas, es ésta: pactos, coaliciones, proyectos.

2.- Propugnar la presentación de una clara oferta de acción política a partir de programas claros que partan de un diagnóstico serio de los problemas de España, y de sus capacidades para solventarlos. La ideología, siempre difusa y sujeta al imprescindible márketing de la nueva comunicación política, se está imponiendo sobre la presentación de proyectos de políticas; los eslóganes sobre la deliberación; y lo anecdótico sobre lo sustancial. Parece que se trata más de atraer al voto a partir de la descalificación del contrario y la adscripción identitaria que por los méritos programáticos. Y, sin embargo, la campaña es el momento propicio para desvelar las prioridades programáticas, los puntos compartidos o las diferencias irreconciliables. Una eficaz discusión de los programas y una atenta ponderación de cuáles son las consecuencias de su aplicación futura deviene así en algo imprescindible.

3.- Con todo, el mayor desafío reside ahora en la necesidad de recuperar la confianza en la clase política y en las instituciones. Sean cuales fueren las causas de la desafección política, ésta se ha visto potenciada por el fracaso de los pactos, creando una sensación de frustración ciudadana a la que ahora se une un renovado escepticismo sobre lo que pueda ocurrir después del día electoral. Recuperar la credibilidad de la política y de los políticos es parte de la responsabilidad de estos. Afirmar las convicciones de cada cual no es contradictorio con mantener formas civilizadas de relación entre todos. No se trata de tomar el Estado al asalto ni de ignorar las profundas ansias de cambio. El desafío prioritario sigue siendo la relegitimación institucional y la devolución del crédito de que hasta no hace mucho gozaba nuestra democracia. Cualquier otro objetivo, por muy justificado que sea, palidece ante esta realidad evidente.

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