La primera clave, en relación con todo este fenómeno de procesos judiciales (criminales y de otra índole) que estamos viviendo a través de tv y en general en los tribunales: el quid es lo que llamo la zona de lo interpretable. El problema de fondo parte de la facilidad con que algo en Derecho se convierte en interpretable, incluso de buena fe, porque basta con que una determinada persona interprete algo de forma distinta o ilegal (lo que es bastante fácil de hacer ciertamente). Sin perjuicio del especial fundamento que puede tener tal escrito contrario en el caso concreto, el caso es que basta con que alguien ofrezca una determinada interpretación contraria, para que pueda introducirse en un juzgado una causa judicial. Dicho proceso tendrá sustento, ya que precisamente habrá dos interpretaciones posibles, más la interpretación final del juzgador del caso. De este modo, tan fácil, podemos tener en jaque a una persona años y años. Y esto no hay quien lo arregle o solucione, desde el momento en que la acción ejercitada no será temeraria, precisamente por ser interpretable lo expuesto en ella. En suma, en un mundo aparentemente objetivo, reina la subjetividad de lo interpretable (factores que se relacionan con otros: las posibilidades que aportan los medios, la falta de valores superiores, la falta de otros temas más interesantes de que hablar, la facilidad con que intelectualmente puede formularse un escrito; la propia interpretación de aquello que es o no es la presunción de inocencia). Si bien habrá casos en que la acusación pueda verse especialmente fundada, la zona de lo interpretable afecta por doquier. Lo peor es la apariencia racional de un mundo que, sin embargo, es en gran medida interpretable, aleatorio y azaroso. Este planteamiento no debería pasar desapercibido porque llevaría además a un cambio de valoración de las cosas, tal como lo explico con más detalle en mi reciente libro Juicio a un abogado incrédulo, la aleatoriedad de la justicia como aleatoriedad de la vida misma, consuelos para los que un día perdieron un juicio (Editorial Civitas, enero 2016).
La segunda clave es la imposibilidad de la cultura y el ocaso de lo trascendente, tema que parece baladí pero que tiene también importancia y en el fondo tiene relación con lo anterior. Este problema, en esencia, se explica como consecuencia del triunfo de la soberanía popular (o acaso de la soberanía de la opinión pública). Esta segunda clave es muy interesante porque requiere levantar velos y superar espejismos. Se nos dice que es hoy cuando la cultura puede darse (ante el apoyo que recibe, y su cita en numerosos preceptos legales y hasta constitucionales). El propio intelectual queda maravillado con los nuevos principios del orden social y su tarea va a ser