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Europa retrocede; por Natividad Fernández Sola, profesora de Derecho Internacional y Jean Monnet en la Universidad de Zaragoza

26/04/2016
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El día 26 de abril de 2016, se ha publicado en el diario El País, un artículo de Natividad Fernández Sola, en el cual la autora opina que un pueblo que pierde sus valores lo pierde todo y, en este momento histórico, Europa parece estar perdiendo la razón, sin ni siquiera ver las consecuencias que los hechos pueden acarrear.

EUROPA RETROCEDE

Desde que el 18 de marzo los líderes europeos dieran el visto bueno al pacto con Turquía para detener los flujos de refugiados y luchar contra las redes de trata, los acontecimientos no han hecho sino demostrar lo erróneo de tal medida. El plan de acción supone la devolución de nuevos migrantes irregulares llegados desde aquel país y el reasentamiento de refugiados sirios. En compensación al esfuerzo otomano, la UE se comprometió a acelerar las negociaciones de adhesión y la eliminación de visados, además de unos 6.000 millones de euros para el Gobierno turco. Incluso, valoró el establecimiento en Siria de “zonas más seguras”, sin ver el riesgo de un bombardeo nada selectivo por cualquiera de las partes.

En plena efervescencia de la crisis y con claros brotes xenófobos en algunos países, conocimos los resultados de las elecciones regionales alemanas. En ellas se constata el auge de Alternativa por Alemania (AfD), mientras que la CDU de Merkel ha reducido sensiblemente su apoyo popular y el socialdemócrata SPD cae estrepitosamente. Demasiado evidente para no apreciar paralelismos con otros países europeos.

Esto nos lleva a reflexionar ¿hacia dónde va la Europa de los derechos y las libertades? Por más maquillaje que se dé al pacto, difícilmente puede encubrir el desconocimiento del Derecho Internacional relativo a la protección de refugiados y de la propia Carta de los Derechos Fundamentales de la UE. Y es que la propuesta no permite distinguir a los refugiados en medio de devoluciones masivas de inmigrantes, por cierto, también prohibidas por el Derecho Internacional; ni se da la debida garantía a los demandantes de asilo no sirios.

La realidad ha sido más sensata que el pensamiento de los dirigentes y ha llevado a una suspensión temporal de la aplicación del “pacto de la vergüenza”, ante la imposibilidad de las autoridades helenas de identificar y gestionar las demandas de asilo.

Pareciera que el humo del temor al refugiado, máxime si es musulmán, nublara los ojos y el entendimiento de los europeos lo suficiente para no ver lo evidente: cerramos la puerta a un millón de refugiados que huyen de la guerra, y que por eso mismo debemos proteger, para abrirla a más de 70 millones de turcos con el único afán, legítimo por supuesto, de mejorar su nivel de vida. ¿También ante ellos los Estados europeos que han suspendido Schengen harían lo propio?

Ofrecemos millones a un Gobierno que acaba de demostrar, una vez más, su escaso compromiso hacia los valores europeos de libertades, derechos humanos y democracia, creyendo ciegamente que los destinará a los refugiados en su territorio y no para reforzar su posición en la guerra de Siria; la posición turca hasta el momento hace dudar si su prioridad es luchar contra el Daesh o debilitar a los kurdos. Si en un momento de precario alto el fuego y negociación contribuyéramos a atizar de nuevo el conflicto, aunque fuera por esta vía indirecta, el flujo de refugiados no cesaría; solo que entonces los culpables seríamos los europeos, exclusivamente.

Por fortuna, y demostrando las virtudes de un parlamentarismo denostado por otras razones, algunos Parlamentos nacionales, como el español, han elevado sus exigencias al Gobierno de obrar ante las instancias de la UE de acuerdo con los compromisos internacionales que garantizan los derechos de los demandantes de asilo. Y es que no hay mejor lucha contra las redes de trata que abrir las puertas a los refugiados, traerlos regularmente, cumplir nuestra obligación internacional de analizar individualmente sus demandas de asilo confiando en la labor policial para evitar sorpresas no deseadas, y ofrecerles nuestros derechos y libertades impidiendo que ninguno de ellos cuestione los mismos.

Cuando un pueblo pierde sus valores lo pierde todo y, en este momento histórico, Europa parece estar perdiendo la razón, sin ni siquiera ver las consecuencias que los hechos pueden acarrear.

La vieja y egoísta Europa, carente de ideas valientes, se encamina hacia su definitiva decrepitud si, además, enarbola la bandera del interés nacionalista de corta visión y del desprecio por los derechos que nos han mantenido en paz durante décadas.

Si el sentido de la solidaridad no nos invade, cúmplanse al menos las normas que nos obligan y que mejor reflejan las señas de identidad europeas, porque la libertad solo es posible en aquellos países en los que el Derecho predomina sobre las pasiones.

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