Con la vista puesta en el Supermartes, en el que una docena de Estados celebran a la vez elecciones primarias, muchos republicanos han dejado de pensar que es imposible la nominación de Donald Trump a la presidencia. Para evitarlo, sería necesario acabar con la división y cerrar filas en torno a un solo candidato, el más elegible a nivel nacional. Pero Trump no solo es beneficiario del fratricidio republicano.
Para entender su éxito electoral hasta ahora, hay que contemplar su candidatura como un intento de cabalgar a la vez dos ciclos políticos. El primero es de carácter local y entronca con el movimiento radical del Tea Party, un populismo rabioso nacido contra el aumento del gasto público tras la crisis financiera y la reforma sanitaria impulsada por Obama. Trump acentúa el componente anti-Washington y es capaz de movilizar a su favor la antipatía hacia el presidente saliente que sienten muchos trabajadores blancos, sin estudios y en situación económica precaria.
A cambio, atrae a pocos votantes independientes, universitarios y de distintas minorías, sin los cuales nadie llega a la Casa Blanca. Pero Trump también avanza gracias a otro ciclo político distinto, extendido a ambos lados del Atlántico. Se basa en la quiebra de la representación política tradicional y el cuestionamiento de los partidos de siempre. El magnate aprovecha la desafección y la inquietud de los votantes ante el futuro con mensajes simplistas y utiliza la confrontación para movilizarlos. Es lo que Peter Mair llama gobernar en el vacío, con apoyos sociales volátiles y cambiantes.
De este modo, Trump ensaya una y otra vez eslóganes sin proporción ni medida: Amo a los que no tienen una educación suficiente, mientras se reafirma en su idea de deportar a once millones de inmigrantes hispanos y levantar un muro en la frontera mexicana, costeado por su vecino.
La buena noticia es que si en el bando demócrata Hillary Clinton supera la rivalidad de Bernie Sanders, otro beneficiario del desgarro de la tela del tejido político, no habrá carrera de extremos, una expresión acertada de Michael Bloomberg, quien aún sopesa presentarse como candidato independiente.