EN LA ISLA DEL TESORO
El Reino Unido es el socio europeo secretamente anhelado de Alemania, aunque éste no se deje. A la canciller le gustaría contar con Londres como aliado europeo y ganar peso mundial para la UE. La imposible pareja siente la misma inquietud sobre cómo seguir siendo competitivos en el mercado global. Y los alemanes empiezan a reaccionar, celosos como genuinos ingleses de las constantes peticiones de Bruselas de más recursos para rediseñar el euro. Pero la cuestión europea británica ha entrado en una fase no racional, dominada por las tensiones internas del partido conservador. La paradoja es que la configuración y el funcionamiento de la actual Unión de 27 Estados son en buena medida un éxito británico.
Las negociaciones de estos días sobre los dineros de la UE se han fijado el objetivo de que la Unión siga la senda de austeridad de sus Estados. Las proclamas de Van Rompuy, favorable a atacar el desempleo juvenil con fondos especiales, son para una galería que apenas disimula la unidad angloalemana en atar en corto el Presupuesto por siete años. Sin embargo, el primer ministro, sin mayoría absoluta, está en falta con su partido. Sus compromisos de renegociar los tratados de la Unión y someterlos a referéndum, ya no suenan a brindis al sol.
El británico aspira a desligarse por completo de la política social europea y a quedarse fuera de la regulación comunitaria de los servicios financieros. El 70 por ciento de estos servicios radican en el Reino Unido, lo que supondrá beneficiarse del mercado interior sin aplicar las reglas más gravosas.
Mientras camina por esa cuerda floja, David Cameron confía en que la tensión creciente entre el continente del euro y su isla se resuelva a su favor. Entre otras cosas, porque el Reino Unido, si quiere, tiene mucho que aportar una vez reinventada la moneda de los otros al siguiente capítulo decisivo de la integración: Europa en el mundo.