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LÍBANO Y LA GEOPOLÍTICA DE LA GUERRA; por Augusto Zamora R., Profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid

04/08/2006
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El viernes, día 4 de agosto de 2006, se publicó en El Mundo un artículo de Augusto Zamora R., en el cual el autor analiza las posiciones de la comunidad internacional en la guerra del Líbano. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

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LÍBANO Y LA GEOPOLÍTICA DE LA GUERRA

Desde hace semanas el mundo contempla, impávido e indolente, la destrucción del Líbano, que no parece despertar la compasión de nadie. Ciudades, puentes, carreteras, centrales eléctricas, ambulancias, puestos de Naciones Unidas... son destruidos sin que nadie haga nada efectivo por detener a Israel. Los Gobiernos se han limitado, unos a condenar formalmente la agresión, otros a justificarla invocando una inexistente legítima defensa.

La pasividad de la etérea comunidad internacional ha sido interpretada por Israel como una autorización indirecta de su guerra de agresión. A quienes critican la brutalidad de sus métodos les restriega la guerra de la OTAN contra la disminuida Yugoslavia de Serbia y Montenegro en 1999, similar en brutalidad y uso de objetivos civiles con fines militares. Razón, ciertamente, no le falta. Esto, sin embargo, no explica las causas de la pasividad internacional. Salta a la vista que la acción israelí parece satisfacer intereses diversos de los países directa o indirectamente afectados por la guerra, de forma que, cada uno de ellos por su propia causa, ajusta sus planes mientras el Líbano es destruido. El país se ha convertido en una pieza más de un juego más amplio.

Fuentes occidentales, en primer lugar Israel, apuntan a que la crisis fue promovida por Siria e Irán, para apuntalar a sus respectivos Gobiernos y crear un nuevo foco de tensión que distraiga la atención de cuestiones delicadas para estos países. En el caso de Irán, tal argumento tendría su lógica ya que el Líbano, efectivamente, ha desplazado de la atención internacional su programa nuclear y, al abrir un nuevo frente de guerra en la región más violenta del mundo, obligará necesariamente a EEUU y sus aliados a limitar la presión sobre dicho tema. Habría que agregar, siguiendo esta tesis, que al deteriorarse todavía más las relaciones entre Occidente y el mundo musulmán, un Irán terco y mejor armado vería aumentar su influencia y poder. La agresión de Israel contra el Líbano -del mismo modo que la de EEUU en Irak- no sólo no ha debilitado a Irán, sino que, al contrario, lo ha fortalecido más, dada su ascendencia sobre la comunidad chiíta y su influencia sobre Hizbulá. Irán es, hoy más que nunca, el país más influyente y estratégico de Oriente Próximo. Tiene en sus manos la capacidad de ayudar a resolver, o bien de terminar de desestabilizar, los conflictos existentes en Afganistán, Irak y, ahora, en el Líbano gracias, paradójicamente, a EEUU e Israel.

Siria también resultaría fortalecida. El asesinato de Hariri erosionó en tal extremo su situación en el Líbano que tuvo que retirar a los miles de soldados acantonados en este país desde 1982 y forzó la creación de una comisión investigadora de Naciones Unidas para esclarecer el crimen. La ofensiva antisiria había logrado éxitos notables, dejando a Damasco completamente a la defensiva, con la comisión de investigación apuntando a los servicios de inteligencia Siria. La agresión israelí y la creación de una nueva franja de seguridad en suelo libanés devuelven la situación, mutatis mutandis, a la existente en los años 80. Líbano necesitará de Siria para su defensa y reconstrucción económica y para evitar que el país se instale otra vez en la guerra civil.

Gana Hizbulá, convertida hoy por hoy en la más prestigiosa, admirada y envidiada organización antiisraeli y antiestadounidense del mundo musulmán. Un prestigio tan grande que todas las demás organizaciones de resistencia y grupos terroristas, incluyendo sus más acérrimos enemigos, como Al Qaeda, se han visto obligados a darle un apoyo irrestricto. Al establecer una zona de seguridad, Israel le restablece en su razón de ser y pone otra vez a tiro de la probada eficacia de Hizbulá a los soldados israelíes. El prestigio obtenido le asegura la afluencia de combatientes, que serán entrenados en campos fuera del alcance israelí. Necesitaban un propósito y un objetivo y ambos se los ha vuelto a regalar Israel.

¿Qué gana Israel? Este país lleva 50 años intentando destruir el movimiento palestino, sin haber alcanzado ninguno de sus objetivos estratégicos. Su política violenta, signada de asesinatos, matanzas, bombardeos brutales, represión criminal y destrucción sin límite sólo ha logrado hacer mayor la resistencia y la obstinación palestina por poseer su propio Estado. Tres veces ha agredido al Líbano, donde ocupó durante 20 años una amplia porción de su territorio, pretextando la destrucción de sus enemigos para, finalmente, abandonar el país ante el efectivo y mortal acoso de Hizbulá. Cualquier persona que sepa un mínimo de guerra irregular sabe que ésta no se gana con bombardeos indiscriminados y destrucción de objetivos civiles. Sabe también que una organización guerrillera que goce de apoyo popular, amplia retaguardia y respaldo económico y militar resulta casi imposible de vencer.

El Gobierno israelí conoce estas realidades y su acción, aunque use como pretexto una inútil guerra contra Hizbulá, está guiada por otros propósitos, dentro de los cuales tampoco cabría pensar en el desarme de esta organización. Para que el desarme pueda darse es preciso, o que el grupo acepte voluntariamente desarmarse -lo que debe descartarse completamente- o bien que la organización sea aplastada militarmente. Pero esta tarea, ¿quién la asumiría? ¿El Ejército libanés? No, porque desembocaría en una guerra civil. ¿Fuerzas de Naciones Unidas, cuatro de cuyos observadores acaban de fallecer por los bombardeos de Israel? Ningún país enviaría tropas a hacerle el trabajo sucio al Estado judío. ¿Qué busca, pues, Israel? Descartada la captura de sus soldados (si hubiera ocurrido en la frontera con Egipto no habría pasado nada), la respuesta que emerge es que el país habría llegado a la conclusión de que cuanto peor, mejor. Es decir, que cuanto más frágil y precaria sea la situación en la región, más necesitarán EEUU y Europa de Israel como gendarme regional.

Ganan también otros actores que no aparecen en este escenario de violencia y guerra. De manera clara, los países productores de petróleo, particularmente Rusia. La prolongación o agudización de la crisis en Oriente Medio garantiza precios al alza y, con ello, ingresos multimillonarios en las arcas nacionales.

La volatilidad de Oriente Medio afianza el papel de Rusia como gran suministrador de Europa y fortalece su condición de país estabilizador. Tal poder permitiría a Moscú tomar la iniciativa en sus áreas históricas de influencia, afectadas gravemente tras la desintegración de la Unión Soviética. Europa y EEUU han tenido que replegarse en Ucrania y el Cáucaso y EEUU se ha visto obligado a retroceder en Asia Central, donde Rusia ha mejorado posiciones. En el juego de suma-cero, lo que gana EEUU lo pierde Rusia y viceversa. El desastre militar y político de Washington en Irak y el empantanamiento en Afganistán han dado ventajas a Rusia. La agresión contra el Líbano aumenta el peso de Moscú en Europa y Asia Central. Sus vínculos con Irán le otorgan un papel esencial, que refuerza con ventas millonarios de armamento.

China, en fin, gana como potencia económica y comercial y fuente abundante de las divisas que Washington necesita para gastar en sus conflictos armados, de Afganistán a el Líbano. Beijing invierte en su desarrollo industrial y científico-técnico lo que otros emplean en guerras. Al tiempo que aumenta la percepción mundial de EEUU como país violento y peligroso, se expande la imagen de China como potencia tranquila, mercado inagotable y receptor y proveedor generoso de todas las inversiones que busquen oasis de paz.

El último conflicto del Líbano no es un fenómeno aislado, sino un capítulo más del sordo e implacable proceso de reordenación de fuerzas en el mundo, desatado con el suicidio de la URSS. EEUU está librando en el extenso arco que va de Pakistán a el Líbano lo que, posiblemente, será su última gran batalla por mantener la hegemonía mundial. Frente a él tiene un abigarrado, complejo y enmarañado conjunto de viejas potencias dispuestas a volver a serlo, potencias emergentes decididas a reclamar su espacio y países medios y pequeños, así como un multicolor abanico de organizaciones y grupos ilegales, resueltos a librar sus propias y particulares batallas. Europa es el convidado de piedra, que mira impotente un juego que la desborda, con la economía temblando con cada misil que estalla, temerosa de que una agudización de la crisis haga explotar la bomba petrolera.

Por eso Israel puede destruir tranquilamente el Líbano, reducido a accidente transitorio de las luchas mundiales de poder. Lo único que asoma claro es que el mundo que alumbra reducirá el papel de Occidente. Es ya un mundo multipolar y su ombligo se traslada a Asia. Queda orar (a Alá, Jehová y Jesús) que este reacomodo no termine en guerra mundial.

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