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F. PEÑA FERNÁNDEZ, LA TEMPRANA SOMBRA DE CAÍN, ALMUZARA UNIVERSIDAD, MADRID 2022, 184 PP., ISBN 9788411311625
por
SALOMÓN VERHELST MONTENEGRO
Revista General de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico del Estado 65 (2024)
Escribir sobre Caín parece ser algo sencillo. De él, aparentemente, lo sabemos todo, de ninguno como él, salvo Judas, creemos tener una imagen pre-configurada: Caín, el fratricida envidioso, epítome de la maldad. Podemos confirmarlo en el arte, la literatura y el juicio común. Sin embargo, nada más contrario a eso. Quizás Caín sea un personaje profundo, con su particular condición y forma de darse a nosotros. Y sólo con un gran esfuerzo de amor intelectual podríamos ir más allá de la superficie, ir sacando a la luz sus perfiles y componer su figura en grados mayores de complejidad. Como lo profundo por esencia se oculta tras lo superficial y suele entregársenos sólo al través de ello, con facilidad podemos incurrir en lo que Ortega (1914) llama pecado cordial, por provenir de la falta de amor, el cual consiste en cercenar pedazos de lo real por nuestras cegueras, por no querer ver. Y es que sólo el amor busca la perfección de lo amado y auxiliarlo para que sea tal cual es y alcance su plenitud, sin trampas ni subterfugios: el que ama no sólo ve, sino que, sobre todo, desea ver, indagar, trascender, en suma, comprehender. Por ello tal vez Caín no ha sido amado, pues nos hemos quedado con lo que nos presenta su superficie de golpe, su lado ensombrecido y plano.
No han faltado intentos amorosos de restituirlo, pero todos parecen quedar atrapados en la superficie, sin iluminar lo latente y latiente bajo las sombras. Ni los románticos, tan afectos a él, ni novelistas contemporáneos han podido bucear en las honduras. Ésta posiblemente sea, a nuestro entender, la mayor virtud del libro a reseñar: La temprana sombra de Caín del doctor Francisco Peña Fernández, a saber, la de haber restituido cordialmente, que en estos menesteres el corazón es importante, el carácter poliédrico de la figura de Caín y la de denunciar cómo desde muy temprano una sombra oblicua se fue posando tirana sobre dicha figura, eclipsando sus múltiples aristas hasta el presente, pero no cualquier presente, sino el nuestro, el de los hispanos e hispanoamericanos, con el fin de darnos las claves para entender eso que se ha dado en llamar el cainismo español, “del que mucho se ha hablado y publicado, pero muy poco (…) se ha profundizado en las raíces de tal evocación”. Y, como es apropiado a todo acto de justicia poética, todo esto lo hizo didácticamente, por no decir democráticamente, en un estilo llano (submissa dictio), que sin perder el rigor científico, es accesible a todo público. Por este afán de accesibilidad el autor decidió reducir al mínimo ese aparato crítico y pompas académicas, que muchas veces dificultan la lectura, dejándonos bien en claro que se puede deleitar, mover e instruir, sin pedantería.
Y nadie más adecuado para esta labor de amante justiciero de Caín y de paso de la historia hispanoamericana, que el doctor Peña Fernández, quien tiene en su haber dos doctorados: uno en Ciencias de las religiones y otro en Literatura medieval y una larga carrera como investigador de la literatura bíblica, tanto apócrifa como canónica, de las relaciones culturales, religiosas y políticas entre el cristianismo medieval y el judaísmo, como del fenómeno del anti-judaísmo cristiano. Actualmente es profesor catedrático (full professor) de la Universidad de Columbia Británica, donde dirige el programa de Literaturas del mundo y comunicaciones interculturales y, además, el proyecto, y esto es muy importante, La confluencia de culturas religiosas en la historiografía medieval, del cual este libro es un resultado de investigación. Por lo cual, desde todo punto de vista, es un acierto de la editorial Almuzara Universidad el haber acogido esta obra que, sin ninguna vacilación, se puede denominar única. En primer lugar, por estar escrita y pensada en español y, en segundo lugar, por su tema, modo de estudio y fines. Ciertamente hay obras académicas que versan sobre Caín, pero en otros idiomas y con otros fines, por ejemplo: The Mark of Cain, de Ruth Mellinkoff (1981), quien presenta las múltiples interpretaciones sobre la marca de Caín, tanto en la literatura imaginativa y el arte, como en la literatura exegética rabínica y cristiana; o el un poco más reciente estudio de Ricardo J. Quinones (1991): The Changes of Cain: Violence and the Lost Brother in Cain and Abel Literature, quien registra los diferente cambios que ha sufrido la historia de Caín y Abel en la literatura, en un amplio rango, desde su origen bíblico, pasando por Byron, la literatura norteamericana después de la segunda guerra mundial, hasta el más entrañable, para nosotros, Unamuno.
Pasemos entonces a hacer una breve disección de este texto que hemos denominado único. Este libro que por su género es un ensayo, consta de cuatro capítulos, los dos primeros configuran la primera parte del ensayo y, los otros, la segunda. En la primera, titulada: Biblia y literatura, el autor nos reconstruye la figura de nuestro personaje en la posible intención del redactor yahvista, en un sesudo análisis intratextual bíblico e intertextual con las literaturas de la antigüedad, y cómo se reconfiguró aquélla en la literatura intertestamentaria; mientras que, en la segunda, titulada: Biblia, memoria y proto-historia de España, nos conduce por el valle de sombras de la imagen de Caín como el fratricida por excelencia, con especial énfasis en las narraciones de la historiografía clásica hispánica.
En el primer capítulo, desde su título, Caín en su maldad relativa, el profesor Peña Fernández nos deja entrever su tesis y golpea de frente la superficie de la geometría plana de nuestra idea sobre Caín, pues trata de sacar, por precipitación, lo que hay al fondo: Caín en su maldad relativa, no absoluta, he ahí la cuestión. ¿Habrá mayor gesto amoroso que el de relativizar al amado, que comprenderlo en relación, que esforzarnos en aprehenderlo en su plenitud de sentido, descubriendo todas sus posibilidades?, no lo creo. Entonces, a partir de un ejercicio de comparación de Caín con héroes y antihéroes, pero principalmente de conflictos entre hermanos, en la literatura antigua, como al interior de texto bíblico, tales los que aparecen en Génesis, 2 Samuel y 1 Reyes, Peña Fernández nos restituirá a Caín en su complejidad poliédrica. Ahora bien, de todos los lados que logra sacar a la luz, el más interesante es el del Caín más que tipo del mal absoluto, el Caín ignorante, terco y reincidente, un Caín incapaz de interpretar los deseos divinos, uno que ignora la Ley, características que comparte con el profeta Balaán y con el patriarca Lot. Esta relación no es arbitraria, la establece, a partir de una exégesis muy fina del pasaje de Números 24:21-22, donde el autor yahvista, el mismo que nos cuenta la historia de Caín y Abel en el Génesis, deja sugerido dicho vínculo.
Pero, de dónde nos viene ese Caín substancia del mal, ese fratricida irredento, ese personaje superficial que nos han legado los siglos. Un intento de respuesta a la anterior pregunta será el motivo central del segundo capítulo: Caín en su maldad indiscutible. Según Peña Fernández una serie de cambios radicales durante el período intertestamentario explicarían la trasformación de la figura de Caín. Cambios teológicos: el paso de un Dios cercano y corporal, a un Dios lejano y más abstracto, o el triunfo del apocalipticismo; ontológicos: la transición de una ontología monista perfectible a una ontología dualista, donde se enfrentan el bien y el mal; filosóficos: el predominio del pensamiento helenista, en especial de la filosofía neoplatónica; narratológicos: el abandono de lo breve sublime y ambiguo, por lo detallado con meticulosidad y el gusto por las explicaciones definitivas; e incluso hermenéuticos: la predilección de la alegoría con su capacidad de referencia unívoca, sobre la interpretación literal y la metáfora más equivocas; llevarían a una reescritura y reinterpretación de los textos y de los personajes, de manera que fueran más acordes a la nueva cosmovisión. Estos cambios, si bien se alcanzan a vislumbrar en, por ejemplo, el libro de Daniel, quedarían consignados en la literatura apócrifa, la cual será de la mayor relevancia para entender a este nuevo Caín y toda la literatura posterior relacionada con él, tanto cristina (neotestamentaria), como judía (rabínica).
Ahora bien, si fue necesario de un amor intelectual para devolverle su profundidad a Caín, tuvo que ser el odio el que lo acható y aplanó. Pues, y otra vez citando las Meditaciones del Quijote, ¿no ocurre acaso que "cuando odiamos algo, ponemos entre ello y nuestra intimidad un fiero resorte de acero que impide la fusión, siquiera transitoria, de la cosa con nuestro espíritu. Sólo existe para nosotros aquel punto de ella, donde nuestro resorte de odio se fija; todo lo demás, o nos es desconocido, o lo vamos olvidando, haciéndolo ajeno a nosotros. Cada instante va siendo el objeto menos, va consumiéndose, perdiendo valor"? Entonces, en el período intertestamentario, en la literatura apócrifa, el torpe patriarca de los nómadas, fundador de ciudades y de nobles artes, que fue tratado de manera tan benevolente por Dios, se irá convirtiendo en el fratricida envidioso, hijo de satanás, irá haciéndose ajeno. Este proceso histórico de reconfiguración del villano Caín, la explicará el profesor Peña Fernández, analizando diferentes textos pseudoepigráficos, tales como El libro de los Jubileos, El primer libro de Henoc, El Pseudo-Filón o La vida de Adán y Eva, para sólo nombrar algunos títulos de los que se sirve en su exposición. Aquí ya podemos entender por qué la obra se llama La temprana sombra de Caín, pues muy pronto fue ensombrecido bajo esta interpretación enconada que se alargaría en el tiempo. Y esta sombra larga, oblicua, será por la que nos guíe nuestro Virgilio en el tercer capítulo: El recuerdo de Caín: identidad y antagonismo.
En éste el doctor Peña Fernández nos dará una lección de lo que Jan Assman (1997) denomina mnemohistoria, la cual “(…) no versa sobre el pasado en cuanto tal, sino sólo sobre el pasado tal cual se recuerda (…) La mnemohistoria es la teoría de la recepción aplicada a la historia”(1). Las escrituras y rescrituras de las narraciones que va sufriendo el texto bíblico deben entenderse en su contexto y atendiendo a los fines de quien las rememora. De modo que el Caín, poliédrico, ignorante de la ley, y todas las ambigüedades y vacíos del relato del primer redactor yahvista, adquieren pleno sentido dentro del primer proyecto historiográfico de la biblia, probablemente iniciado por el rey Ezequías, continuado por Josías y culminado por Esdras y Nehemías. Este gran proyecto histórico consistió, en su primer momento preexílico, entre otras cosas, en una ingente labor de recopilación, escritura y reescritura de la memoria cultural del pueblo hebreo, en la que se evocaba un pasado ideal de unidad, gracias a la fidelidad a Yahvé, su dios protector, y que sólo la obediencia a Éste y a sus requerimientos garantizaría la permanencia del pueblo. Luego sería continuado, después del exilio, por Esdras y Nehemías con el fin de darle un soporte ideológico a las comunidades que residían en Babilonia y Persia, y que, al retornar, tuvieron que enfrentarse a un pueblo que no compartía su visión de mundo; de ahí la relación dialéctica entre el viejo Israel y el nuevo. El viejo que ignoraba la ley (los habitantes de marras de las tierras) y el nuevo (los exiliados) que la conocía y era fiel a Dios y su voluntad. Tanto Caín, como Balaán y Lot, serían tipos del viejo Israel: ignorante, terco y reincidente. Los tres personajes están relacionados con los Amonitas, Moabitas y Quenitas, tres pueblos que, si bien rendían culto a Yahvé, no lo hacían con exclusividad.
Por otro parte, así como la figura profunda, poliédrica, de nuestro antihéroe juega un papel en la constitución de la identidad de Israel, su sombra, también, fungirá el suyo en la cristiana e hispánica. Ésta será usada ideológicamente en la cada vez más recurrente asociación dialéctica entre el nuevo y el viejo Israel, para marcar distancias y diferencias entre comunidades vecinas en pugna. En un principio por comunidades concretas en disputa al interior del judaísmo, como la de los judíos cristianos contra los fariseos y escribas, que se puede colegir del evangelio de Mateo, o con la intención más radical de separación identitaria de comunidades cristianas de sus vecinas judías, como se deduce de la literatura lucana y joánica. Sin embargo, con el tiempo, este uso se convertirá en sustancial a la identidad cristiana, la cual se definirá a partir del judaísmo, pero ya no en relación con comunidades concretas, sino contra un judaísmo imaginado e inexistente. De tal suerte que el Caín satánico y apócrifo se convertirá en el tipo del pueblo judío, del antiguo Israel. Este cainismo antijudío será un elemento esencial a la apologética cristiana, patente en toda la patrística latina y que heredará Isidoro de Sevilla.
Será en el cuarto capítulo: Caín y la rememoración de reyes fratricidas, en donde más nos sorprenda el investigador de este libro, pues en él nos seguirá adentrando en las profundidades de esa sombra, casi noche cainita, nada más ni nada menos que en la deliciosa y rica historiografía clásica hispánica. Esto lo hará recurriendo a tres ejemplos tomados específicamente de la historiografía española, aunque ya nos lo había dejado como anunciado en el capítulo anterior, al analizar el papel de Caín en la obra antijudía de Isidoro de Sevilla.
El primer ejemplo de uso ideológico de la sombra de Caín lo tomará de la obra del cronista Jiménez de Rada: Historia de rebus hipaniae, finalizada en Toledo en 1243, quien para justificar o condenar a reyes fratricidas, algo común en las cortes hispánicas, se valió del denostado hijo de Adán, de formas, algunas veces, tan imaginativas, que la víctima pudo ser condenada como cainita envés del victimario, según la intención del narrador a la hora de recordar los sucesos.
El segundo, viene por partida doble. Por un lado, se tiene la General e grand historia de Alfonso X, la cual narra una de las versiones más humanizadas y ricas de Caín, basado en el relato bíblico, en la tradición apócrifa y pseudoepigráfica, y en las interpretaciones cristianas y judías, y posiblemente, también, en las islámicas. Lo más interesante es que este Caín no parece tener ninguna relación con los sucesos de la vida del Rey ni servir de espada ideológica en contra o favor de nadie. Sin embargo, este relato será imprescindible para entender, por otro lado, el Libro de las armas de Don Juan Manuel. Este libro es “un hábil y sofisticado juego memorístico redactado desde el rencor y el deseo de venganza”, en el que vitupera a su tío Alfonso y exalta la memoria de su padre Manuel; el texto es una especie de palimpsesto bíblico, que requiere de lo que Umberto Eco llama un lector ideal, que desentrañe los hypotextos silenciados que le dan sostén a la narración, a través de los cuales Alfonso nos aparecerá como la mismísima encarnación de Caín.
El tercero y último será la Crónica del rey Don Pedro, de Pedro López de Ayala, que Peña Fernández denomina la más cainita de todas las crónicas y “la más brillante relación de un fratricidio redactada en la lengua castellana a lo largo de toda la edad media”. Ésta fue escrita por encargo del rey Enrique II, medio hermano y verdugo del legítimo heredero de la corona Pedro I. Para exculpar al asesino y condenar al asesinado López de Ayala con arte sumo deshumaniza al rey Pedro, asimilándolo a la figura monstruosa de Caín y otros monstruos cainitas como Grendel, Licaón y Donostre, de manera que cuando Enrique lo asesina, no mata a su hermano, ni siquiera a un hombre, sino a un ser salvaje que comparte todas las características de Caín. Y justo ahí concluye el libro, poniendo en evidencia la sombra proyectada de Caín en la protohistoria de España, que también es una parte de la historia de América. Abriendo un sinfín de posibilidades para repensar nuestro pasado y presente.
Para terminar, sólo resta decir que con este trabajo se abre todo un campo de investigaciones alrededor de la recepción de la figura de Caín en las letras hispanas e hispanoamericanas, que esperamos halle su continuación pronto, ya sea a manos del autor o de sus discípulos. Después de todo, quizás este ensayo de amor intelectual sea sólo una ofrenda de primicias, con el único fin de levantar el rostro de Caín y devolverle su voz, para que no nos llegue sólo su eco bronco y áspero que grita desde las profundidades de nuestra historia, como lo hace el Caín de Byron, en la bella traducción de José Alcalá: “Y yo que vertí sangre, yo, no puedo/ Lágrimas derramar: los cuatro ríos/ No podrían limpiar el alma mía”.
REFERENCIAS
Byron, G. (1886). Poemas dramáticos de Lord Byron [Texto impreso] / traducidos en verso castellano por José Alcalá Galiano ; con una carta prólogo de Marcelino Menéndez y Pelayo. Madrid: Imp. de A. Pérez Dubrull.
Assman, J. (1997). Moses the Egyptian: The Memory of Egypt in Western Monotheism. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Mellinkoff, R. (1981). The Mark of Cain. University of California Press.
Ortega y Gasset, J. (1914). Meditaciones del Quijote. Madrid: Publicaciones de la residencia de los estudiantes.
Quinones, R. (1991). The Changes of Cain: Violence and the Lost Brother in Cain and Abel Literature. Princeton University Press.
NOTAS:
(1). “(…) is concerned not with the past as such, but only with the past as it is remembered (…) Mnemohistory is reception theory applied to history”.