ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA
El pacto in extremis en Estados Unidos para reabrir el gobierno federal y evitar el impago de la deuda pública deja al menos tres lecciones sobre el estado de la política en la primera potencia del mundo. En primer lugar, el Tea Party ha demostrado que no es un movimiento que representa al ciudadano de a pie, sino como tantos otros grupos políticos americanos a poderosos intereses económicos (las aseguradoras, la industria farmacéutica o los fabricantes de aparatos médicos) que utilizan para conseguir sus objetivos esta corriente potenciada por la cadena Fox. Los republicanos no han conseguido chantajear a la Casa Blanca para detener la reforma sanitaria en vigor, pero sin un liderazgo fuerte desde el fiasco de Irak su verdadero fracaso ha sido dejar que unos pocos controlen su agenda de prioridades, algo que muchos de sus votantes perciben ahora claramente con disgusto. La segunda lección es que las manos al mando de Casa Blanca no han pasado por las durezas del laberinto legislativo. Inexpertos en el poder, Obama y los suyos son maestros del proceso electoral. El presidente prefiere formular políticas a través de grandes discursos que negociarlas. En situaciones de crisis como la vivida, su instinto es aguantar la apuesta como un jugador de póquer profesional, a pesar de los enormes riesgos para la credibilidad del sistema. Finalmente, el campo republicano se ha batido en retirada con el anuncio de que no renuncia a dar la misma batalla en pocos meses, lo que revela que hay algo fundamentalmente roto en el sistema político de EE.UU. Faltan costumbres democráticas y un diseño institucional mejor, en el que el poder legislativo no pueda caer rehén de 40 representantes con distritos electorales blindados y muy poco que perder, dispuestos a llevar a cabo su amenaza de volar la recuperación económica si no se les da todo lo que piden.