En el artículo el autor reflexiona sobre las últimas reformas incorporadas al Código penal en el año 2003, cuya filosofía responde en líneas generales a dos tendencias igualmente rechazables. La primera de ellas se manifiesta en relación con la criminalidad menor en una política de “tolerancia cero”, que si bien produce como efecto inmediato una sensación de tranquilidad o seguridad ciudadana, a la postre no contribuye sino a criminalizar la pobreza y, con ello, a desplazar el problema de la delincuencia. La segunda, visible en relación con los crímenes de mayor gravedad, responde en muchos de sus rasgos al llamado Derecho penal del enemigo, que refleja el renacer de un Derecho penal de cuño autoritario y que plantea su compatibilidad con el modelo de Derecho penal propio del Estado de Derecho.