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LA ADMINISTRACIÓN ESPAÑOLA EN EL INICIO DE LA MODERNIDAD (1844-1868)

 
Autor:
TOMÁS RAMÓN FERNÁNDEZ
Referencia Iustel:92724012
ISBN978-84-9890-483-3
ColecciónEdiciones El Cronista
Área:Administrativo
Formato y acabado:23 x 13,5 cms. – Tapa dura
Páginas:196
PVP:24€ IVA incluido
Fecha de publicación:Abril de 2024
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Breve reseña de la obra:
A pesar de su desastroso final, no todo fue tan malo, tan negativo, en el reinado de “La de los Tristes Destinos”. Así como en la primera parte del mismo hubo una década, entre 1844 y 1854, en la que se levantó de la nada, piedra a piedra, el imponente edificio de la Administración contemporánea, en la segunda hubo también un periodo de prosperidad, una suerte de bélle époque, como dijo Raymond CARR, en los años comprendidos entre 1860 y 1865, durante el “Gobierno largo” de O’Donnell, en los que España recuperó su retraso anterior y dio un espectacular salto hacia adelante con el que se incorporó a la modernidad.
En el mapa de 1860 sólo aparecía una línea de ferrocarril completa, la que llevaba de Madrid a Alicante y Valencia; en 1865 Madrid aparecía conectada con los principales puertos del Mediterráneo, Málaga, Cartagena, Alicante, Valencia y Barcelona, vía Zaragoza, y con Bilbao y San Sebastián también en el Cantábrico. La S de la línea capital que une Irún con Cádiz estaba prácticamente ultimada y faltaba muy poquito para conectar Madrid con Santander.
El progreso fue, por lo tanto, espectacular con el ferrocarril, el gran invento del siglo, y no fue menos con el correo. Sólo 613 municipios, de un total de 9.625, contaban en 1857 con correo diario. En 1865 los municipios con reparto diario alcanzaron la cifra asombrosa de 7.810. El telégrafo eléctrico se implantó también con enorme rapidez. En 1855 se empezó con 713 kilómetros y 14 oficinas, cifras que diez años después se elevaron a 11.253 kilómetros y 215 oficinas.
En 1859 se inició, en fin, la era de los ensanches de las ciudades con el de Barcelona, obra de Ildefonso Cerdá, un Ingeniero genial, que, sin embargo, no ha sido apreciado como merecía hasta hace bien poco. Al de Barcelona siguió el de Madrid en 1860 y, poco después, el de San Sebastián, en 1864. Las viejas ciudades encerradas en sus murallas o en una cerca fiscal se abrieron de este modo al futuro.
Y, entre tanto, la Administración fue buscando y encontrando el camino de su profesionalización con las Escuelas de Ingenieros que, a imagen y semejanza de la de Caminos, acertaron a formar profesionales de primera calidad en sustitución del viejo empleado que no tenía otros saberes que los que proporcionaba la rutina de las oficinas.
Al final del periodo, en 1868, el país había dejado definitivamente atrás el Antiguo Régimen. De esta transformación, da cuenta este libro.
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