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Violencia mecánica, asesinos natos; por Araceli Mangas Martín, catedrática de Derecho Internacional Público de la Universidad Complutense de Madrid

28/05/2015
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El día 28 de mayo de 2015 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Araceli Mangas Martín, en el cual la autora considera que hay que salvar Palmira para evitar que venza un imperio criminal.

VIOLENCIA MECÁNICA, ASESINOS NATOS

Vivimos la paradoja de una de las épocas menos violentas de la Historia de la Humanidad y, al tiempo, el surgimiento de una violencia fiera. Son muchos los estudios de organismos internacionales e institutos académicos que arrojan cifras claras sobre la práctica desaparición de las guerras entre estados y la disminución de conflictos internos y sus secuelas sangrientas en comparación con épocas pretéritas, incluido el siglo XX. Esa constatación no significa triunfalismo ni resignación, en especial, porque la violencia organizada y masiva ha sido desplazada y sustituida por una violencia desestructurada, mecánica y salvaje.

Hoy, como nunca en el pasado, los estados son muy vulnerables y pueden ser desestabilizados con facilidad y rapidez. En parte porque se ha difuminado su poder; son más determinantes las adscripciones étnicas, territoriales, culturales y religiosas que las ideológicas sustituyendo el tribalismo nacionalista y los fundamentalismos religiosos a la lucha ideológica. Algunos estados, antes pobres, con sociedades civiles nada organizadas o sistemas sociales tribales y con débiles administraciones públicas, se han visto sorprendidos por su inmensa riqueza sin una verdadera estructura estatal que permita un aprovechamiento en interés común, multiplicando la miseria y la corrupción infinita. Muchos estados, casi todos en África, no fueron capaces de construir un Estado.

Ya apenas hay guerras como las que conocíamos, ya fueran conflictos armados internos o internacionales; no son guerras presididas por el dios Marte. La impureza de la violencia armada del siglo XXI, tanto la común o sin fines políticos como el terrorismo islamista, no acepta mínimas reglas humanitarias en la conducción de sus acciones armadas ni en el trato a los no combatientes y civiles. Esa brutalidad sin los frenos últimos de civilización, nos plantea cómo actuar en situaciones que están al margen de la lógica y de las reglas del conflicto armado. En toda guerra, en mayor o menor medida, ha habido un mínimo espacio humanitario, de negociación y mediación de Cruz Roja o de terceros estados para preservar una parte de las vidas humanas y su legado cultural.

Lo que más llama la atención de la violencia interna del siglo XXI es que son guerras privadas, de múltiples grupos autónomos de delincuencia que se apoderan para sus tráficos ilícitos de parte del territorio (en Colombia, México, Guatemala, Irak, Afganistán, Pakistán), o de casi todo (República Democrática del Congo) o incluso de todo (Somalia), de sus recursos y de los resortes del Estado en la zona que ocupan y controlan. Lo grave y desconcertante es el nivel y arraigo que ha alcanzado la violencia en una veintena de estados envueltos en bucles o ciclos de violencia repetida. Además, en amplias zonas de África y Asia, la violencia común está trufada de otra mucho más peligrosa para el conjunto de la Humanidad, especialmente para los europeos, con conocidos grupos terroristas islamistas (Irak, Afganistán, Pakistán, Siria, Libia, Argelia, Egipto, Somalia, Malí).

La múltiple criminalidad para fines económicos pretende poner fin o debilitar a las estructuras estatales (estados fracasados y frágiles) para llevar a cabo, sin ley ni orden político social, en plena o parcial anarquía, sus actividades criminales trasnacionales (el comercio y distribución de droga en terceros estados, comercio ilegal de armamentos, esclavitud de personas -tráfico de migrantes y refugiados, trabajo forzado, prostitución de adultos y menores-, la explotación y comercio de diamantes, oro, cobalto, coltán, marfil, tráfico de fauna y flora silvestres, etc.)

Los grupos político-criminales en África, Asia y América que controlan partes del territorio ligadas a la explotación de diversas riquezas o tráficos ilícitos, al modo del narcoterrorismo en Colombia o en México, a veces financian y condicionan a los partidos políticos, tal vez desean tener cierto impacto sobre las instituciones para subordinarlas o bloquearlas, pero no aspiran a ejercer el poder político ni desean administrar el estado.

La antigua violencia interna tendía a establecer un orden político nuevo y distinto, a hacerse con el estado por la fuerza pero, luego, para actuar como un estado con todas sus consecuencias internas (servicios públicos y seguridad) y jurídico-internacionales. Los rebeldes, hasta hace pocos años, perseguían la sustitución de las personas al frente del estado con fines políticos y de organización de la vida pública.

La violencia común contemporánea no pretende objetivos políticos y su control del estado se concentra en conseguir libertad para su acción criminal generalizada y garantizar su impunidad. Desplazan al estado, no lo sustituyen. Esta violencia masiva interior no siempre es jurídicamente un conflicto armado, puesto que los actores no desean ejercer el poder político ni adueñarse directamente del estado. Lo que desean es que el estado no interfiera en su actividad criminal y les deje un territorio sin policía, sin jueces y sin sociedad civil.

Por el contrario, aunque con la misma brutalidad, el terrorismo islamista de Al Qaeda y, más aún, el IS, persiguen levantar un régimen político estatal al margen de normas de civilización y humanidad. Ya han transcurrido cuatro años de la guerra civil en Siria con su secuela, por cientos de miles, de muertos, desplazados y refugiados. Sin embargo, los medios de comunicación olvidaron hasta qué punto muchos de ellos estimularon la guerra sin control contra el dictador sirio y alentaron y justificaron la entrega masiva de armas a todo el que pasara por allí por parte de EEUU, Arabia Saudí y Turquía. En una reciente entrevista en este periódico (15 de marzo), el profesor israelí Yuval Noah Harare, reconociendo que “estamos en la época con menos violencia de la Historia”, decía que “Al Qaeda quiso cambiar Oriente Próximo pero como no pudo hacerlo en solitario encontró el elefante a quien molestar En las ruinas de la tienda, florecen fenómenos como IS o Al Qaeda”. Estados Unidos fue el cooperador necesario de la mayor amenaza actual para la humanidad, para Europa en particular. En política exterior, más que nunca, hay que medir las consecuencias de las acciones y descartar cualquier decisión que pueda causar un mal mayor.

En efecto, si nunca se hubiera invadido militarmente Irak y Afganistán, ni armado indiscriminadamente en Libia o en Siria (lo que es una clara violación del Derecho internacional) a cientos de grupos armados opositores, incluido los restos del ejército de Sadam Hussein en Siria, no estaríamos hablando de la brutalidad y rapidez con que el más fiero terrorismo se ha enseñoreado de parte de Asia y África.

Estados Unidos, Turquía, Arabia Saudí o la OTAN han demostrado que no pestañean en sus políticas cortoplacistas a la hora de dar ayuda militar a los opositores para debilitar a estados -aunque fueran dictaduras brutales como la misma Arabia Saudí o en deriva autocrática como Turquía- pero que combaten junto a nosotros el terrorismo internacional. Ya que las armas de esos estados y organizaciones han contribuido a matar a cientos de miles de personas y a fortalecer al IS y sus franquicias, al menos para honrar la memoria de los muertos y legado de civilización, se debería actuar ya para salvar al resto de humanidad de la zona antes de que tengamos que plantearnos el salvarnos a nosotros mismos. Palmira es probablemente la más hermosa y completa ciudad grecorromana. Hay que salvarla con determinación y premura. Si se hacen con el control total de Irak y Siria, nuestra indefensión sería culpable y cooperadora.

El IS y Al Qaeda nos someten a oleadas salvajes de terror; pero lo que pretenden es el poder político pero no para actuar como un estado ni tan siquiera como estado gamberro, sino para imponer salvajemente un imperio criminal basado en su brutal interpretación de una religión y anular la civilización, toda la civilización humana. Palmira y todos los seres humanos estamos en peligro.

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