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Winston Churchill: El británico del milenio; por Rafael Navarro-Valls, Secretario General de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y Catedrático de la UCM

28/01/2015
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El día 24 de enero se ha publicado en el elconfidencial.com un artículo de Rafael Navarro-Valls con motivo del cincuentenario de la muerte de Winston Churchill.

WINSTON CHURCHILL: EL BRITÁNICO DEL MILENIO

Conocí a Winston Churchill algún día de septiembre de 1958. Por entonces yo era un muchacho. El yate 'Christina', el más grande y lujoso de su tiempo, fondeó en Cartagena, mi ciudad natal. Una embarcación despegó de su costado y se detuvo muy cerca del Club de Regatas, del que mi padre, - un abogado del Estado, enamorado de la mar,- era su presidente, que le esperaba con su Junta directiva. De la falúa descendieron, entre otros, Winston Churchill, su mujer Lady Clementine, Onassis y su primera esposa, Tina Livanos. Yo, que me “colé” entre los que esperaban en pie, me uní al protocolario saludo. Winston encendió su habitual puro, sonrió y ceremoniosamente correspondió levantando ligeramente su sombrero blanco de ala ancha. Onassis y Winston cogieron un taxi que les esperaba. Lady Clementine y Tina - según narra la prensa local y los cronistas - prefirieron pasear por la ciudad. Winston tenía por entonces 85 años, había dimitido cuatro años antes como primer ministro y todavía viviría hasta 1965. El 24 de enero de ese año, a las 7'58 horas, moría en Londres. Ahora se cumplen 50 años.

¿Un egocéntrico, oportunista y charlatán?

¿Qué peripecia histórica se esconde tras esa figura voluminosa que, en un atardecer septembrino, se movía con cierta dificultad por las escaleras del más importante puerto natural del Mediterráneo? Desde luego, merece ser llamado “el británico del milenio”. Isaiah Berlin va más lejos: “ Churchill fue - dijo- el ser humano más grande de nuestro tiempo”. Y probablemente, lo fue. No sólo por sus victorias, también por sus derrotas. Y no sólo por sus aciertos, también por sus errores.

Contra lo que pudiera creerse, se sentía triunfador no tanto en la política y en la guerra cuanto en su faceta de periodista y escritor. Acaba de recordarse que, en un breve ensayo de Churchill llamado El sueño, escribe que se le apareció el fantasma de su padre y le preguntó por las cosas que había hecho en su vida. Winston contestó: “He sido periodista y escritor”. Al parecer, el fantasma no se alegró, sino que dio media vuelta y se marchó decepcionado. Conviene advertir, que este personaje soñador y, al tiempo cínico, legendario político, excepcional orador, periodista y escritor, tenía una íntima herida, guardaba un secreto - desvelado en una reciente biografía de Frédéric Ferney - : el desprecio que por él sentía su padre, que lo consideraba un inútil. Tal vez porque compartía el juicio de uno de sus profesores de Harrow, que escribió en su boletín de calificaciones : “No se puede confiar en Winston. Es inteligente, pero de pésimo comportamiento, no para de hacer diabluras y constantemente falta al respeto”. Toda su vida intentó cauterizar esa herida, intentando demostrar que su padre - Lord Randolph Churchill, que fue ministro de Hacienda - se equivocaba.

El cincuentenario de la muerte de Churchill se ha iniciado en el Reino Unido con unas duras palabras de Jeremy Paxman - conocido analista de la BBC - que lo ha definido “como un oportunista, un completo egocéntrico y tal vez un charlatán”. Antes, la revista The Spectator lo denunció en su día como “un demagogo sin escrúpulos, con un ego descomunal, que busca demasiado el protagonismo, la acción y el melodrama”. En su momento, el líder liberal lord Asquith se refería a él como una “criatura brillante, pero carente por completo de convicciones”. Conectan estos juicios negativos con una reciente corriente bibliográfica (Robert Raico, Patrick Buchanan etc) que ven en Churchill un criptosocialista, defensor de la limpieza étnica, un mentiroso patológico, un criminal de guerra y un “ títere” de Stalin. En una palabra : “un hombre sanguinario y un político sin principios”

Un luchador hiperactivo

No comparto esos duros juicios. Más bien coincido con Andrew Roberts, cuando dice que esos intentos de desacreditarlo “ causan el mismo impacto en la percepción del ciudadano que una chincheta en la piel de un paquidermo”. Su popularidad sigue siendo inmensa. La realidad es que Churchill fue, ante todo, un luchador hiperactivo. Atravesó revoluciones y guerras, transitó del partido conservador al liberal y vuelta, sobrevivió a ataques cerebrales y a la depresión (“el perro negro”, la llamaba), sufrió un largo desierto político entre la primera y la segunda guerra mundial, en su juventud recorrió medio mundo : de Cuba a Sudán, de la India a Sudáfrica. Era obstinado, insolidario y autoritario. Pero un autoritario que luchó contra tres despiadadas fuerzas totalitarias: fascismo, nazismo y comunismo estalinista. Primero hizo de Casandra alertando a su pueblo contra la tiranía hitleriana, a la que venció. Después, al final de la segunda Guerra Mundial, comprendió que el comunismo era también adversario de la democracia, no su perfeccionamiento. Como él mismo escribió : "un monstruo que desciende de su pirámide de cráneos". Percibió la trampa intelectual que ocultaba, y lo captó con años de anticipación. Sus biógrafos suelen afirmar que fue en Fulton, Missouri, cuando en marzo de 1946 acuñó la expresión "telón de acero", al lanzar la primera gran andanada de la guerra fría contra sus antiguos aliados soviéticos. Esto no es exacto. La expresión la deslizó por primera vez en un telegrama dirigido a Truman, casi un año antes, el 12 de mayo de 1945: "Sobre el frente ruso, decía, ha caído un telón de acero. No sabemos lo que ocurre detrás de él". Lo que sí es verdad es que el discurso de Fulton fue el comienzo de una abierta contienda entre las democracias y el socialismo real, batalla que, cincuenta años más tarde, finalizó con el triunfo de la libertad.

Entre la gloria y el error

Era un conservador tirando a reaccionario, pero con gran sentido del humor. Cuenta Piers Brendon que, en una ocasión, el presidente de la Real Academia inglesa de las Artes le preguntó: "¿qué haría si Picasso fuese paseando delante de usted por Picadilly?". La contestación fue: "Le daría una patada en trasero ". Dos de sus bestias negras- aunque llegara a tomarles cierto afecto- fueron George Bernard Shaw y Lady Astor, la primera mujer que ocupó un escaño en el Parlamento británico. Bernard Shaw le envió dos entradas con esta nota: "Venga a mi comedia y tráigase a un amigo, si es que tiene un amigo". Churchill le contestó: "Tengo un compromiso para el estreno, pero iré a la segunda representación, si es que la hay". Lady Astor- "la más encantadora Colombina de la pantomima capitalista"- le dijo en otra ocasión: "si yo fuera su esposa, le envenenaría el café". Respuesta de Churchill, siempre galante: "Señora, si yo fuera su esposo, me lo bebería".

Por supuesto, Churchill no está por encima de la crítica. Tanto el desastre de los Dardanelos como la sangrienta batalla de Gallipoli hay que apuntarlos en su saldo negativo. Fracasó en sus intentos de convencer a Roosevelt de atacar por el “bajo vientre de Europa” (los Balcanes) para detener a los soviéticos, en su avance hacia Viena. Igualmente no consiguió de Eisenhower que se “diera la mano “ con los rusos cuanto más al Este mejor. En Yalta no logró tener un protagonismo aceptable: Roosevelt y Stalin maniobraron a sus espaldas. En fin, los sangrientos bombardeos sobre Dresde y Leipzig, en buena parte ordenados por él, fueron de una injustificable crueldad: las bombas de fósforo aniquilaron centenares de miles de civiles y no soldados.

No es extraño que el cuadro tenga sombras. Pero las sombras no logran apagar las luces de un buen retrato. Nadie permanece en política más de 60 años sin mancharse la ropa. La política no siempre es el simple arte de lo posible. Demasiadas veces, por desgracia, “consiste en elegir entre lo desastroso y lo desagradable”, como dice Galbraith.

Churchill fue un hombre hecho para la guerra. Su “hora mejor” fue la defensa de Inglaterra contra Hitler. En la paz, su trayectoria fue errática. Durante los últimos años de su vida se sentía - según su propia confidencia a Butler- "como un aeroplano al final de su vuelo, en el crepúsculo y sin gasolina, en busca de un lugar seguro donde aterrizar". Cuando el aterrizaje forzoso se produjo, fue llevado a Wetminster antes de ser enterrado en la tierra inglesa de un cementerio de pueblo. Tuvo uno de los funerales de Jefe de Estado más memorables que conoce la historia de Inglaterra, lo que no ocurría con ningún inglés desde la muerte del duque de Wellington.

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