SE BUSCA ALTO REPRESENTANTE
El dinosaurio sigue aquí tras la larga siesta veraniega de Bruselas: mañana los jefes de Estado y de gobierno deben sacrificar su sábado para seguir decidiendo sobre el reparto de puestos en el nuevo ciclo político tras las elecciones. Una repetición de la cumbre de julio, en la que Angela Merkel bendijo la candidatura de Jean-Claude Juncker a presidir la Comisión y un embalado Matteo Renzi fracasó en su intento de promover a su inexperta ministra al puesto de jefe de la diplomacia europea.
Lo importante no es solo ponerse de acuerdo sobre quién sucederá a Lady Ashton, cuyo desempeño ha sido manifiestamente mejorable, sino utilizar este nombramiento para impulsar la gran asignatura pendiente de la Unión, convertirse en un actor global en el mundo. Embridada la crisis de la moneda común, la mayoría de los problemas y desafíos a los que tenemos que hacer frente desde Europa vienen de fuera de nuestras fronteras -seguridad, energía, migraciones, gobernanza económica global- y ningún Estado miembro puede abordarlos con éxito de forma independiente.
La solución realista no es una única política exterior o de seguridad a escala europea, sino reforzar la visión estratégica y las capacidades de la Unión -léase dejar atrás la exigencia de unanimidad entre 28 miembros- para defender intereses comunes y proyectar valores propios. Un paso adelante que requiere mucha coordinación con las diplomacias nacionales europeas más activas, en una polifonía necesaria.
Por eso no es lo mismo quién sea Alto Representante: en un puesto todavía a medio hacer, la personalidad y las habilidades de liderazgo de su titular son decisivas, como ha demostrado el hábil Van Rumpoy al frente del Consejo Europeo, una presidencia también pendiente de renovación. Si la lógica política del reparto de poder exige que la diplomacia europea la siga dirigiendo una mujer de credo socialdemócrata, es cuestión de buscar a la mejor y no simplemente de ceder a la presión italiana de colocar a una ministra novata.