EL MALO DE LA PELÍCULA
Uno de los grandes objetivos para los próximos cinco años de integración debería ser el fortalecimiento institucional, jurídico y político de la eurozona. La sola enumeración de las medidas aprobadas desde 2010 para salvar el euro es impresionante. Pero ahora es necesario dotar de coherencia al cúmulo de parches e improvisaciones. Se trata de conseguir que la unión económica y monetaria sea creíble por su diseño y no solo por la voluntad política de sus gobiernos de seguir adelante. Hay que darle la vuelta a la situación actual, en la que predominan los pactos entre unos pocos gobiernos, mirando a corto plazo y sin mucho debate público, en el fondo por el temor de contar a los electorados que es preciso seguir transfiriendo poderes al nivel europeo. En este escenario, la Comisión se ha hecho más necesaria que nunca.
Es la única institución con la visión de conjunto y la imparcialidad para proponer una visión atractiva de la integración y concretarla en una senda jurídica aceptable para todos. En estos días, la sensación de sus responsables es cada vez tienen más atribuciones, sobre todo de supervisión y ejecución y, sin embargo, menos peso político. Su temor es que la nueva Comisión que se nombre en octubre no invierta esta tendencia tecnocrática.
ntre sus nuevas competencias están nada menos que el control sobre la elaboración de los presupuestos nacionales y las reformas económicas, como han comprobado los rebeldes que desafían a Manuel Valls, el nuevo primer ministro francés.
Asimismo, la Comisión ha comenzado a analizar con detalle el respeto a los derechos fundamentales dentro de cada Estado miembro. El riesgo que corre la institución es convertirse en un brazo ejecutor de decisiones políticas que ella no toma y tener que asumir la responsabilidad de las medidas más duras y exigentes frente a los electorados nacionales. Si convertimos a la Comisión en el malo de la película, no podrá escribir el guión que necesitamos para inventar el europeísmo del siglo XXI.