CARPETAZO AL REFERÉNDUM
Las posibilidades de que el Reino Unido no vote en 2017 si se queda en la Unión aumentan cada día. La promesa con la que el primer ministro David Cameron intentaba aplacar a los euroescépticos de su partido y competir con la formación antieuropea UKIP, a su derecha, se ha convertido en un bumerán. Cameron sabe que si es reelegido en 2015, en buena medida por la recuperación económica, no conseguirá renegociar unos nuevos tratados europeos que favorezcan a su país y teme la deriva populista consiguiente.
Hace unos días sesenta y dos diputados de su formación conservadora se han constituido como una corriente proeuropea, liderados por el veterano ministro Ken Clarke. Sostienen que los intereses del Reino Unido en la UE no necesitan ser protegidos por nuevas reglas comunitarias y que el rechazo a Europa es una forma de hacer campaña a los radicales del UKIP.
La City y la comunidad empresarial respiran con alivio, y en Berlín Angela Merkel se siente reconfortada, porque aspira a que su socio en asuntos económicos sea el Reino Unido. Más aún cuando el líder laborista, Ed Miliband, ha rechazado la idea de mantener el referéndum de Cameron si su partido gana las próximas elecciones, como apuntan las encuestas. Miliband solo convocaría un referéndum si hubiese que justificar una gran transferencia de poderes a la Unión, algo poco probable. A cambio, piensa en Europa como el espacio natural para promover la competitividad de los Estados miembros y, al mismo tiempo, en el contexto de la crisis de Ucrania, entiende la integración como la creación de una comunidad de valores.
El laborista, por otro lado, teme un resultado adverso en otro referéndum, el escocés, porque sin este territorio en el resto del país ganarían fácilmente los conservadores. Lo mejor de que el establishment inglés lo guarde en el cajón el referéndum europeo es que enfría la idea a los radicales, sobre todo a Le Pen, de salir a la calle en Francia para reclamarlo.