OTRA RELACIÓN ESPECIAL MÁS
Henry Kissinger suele explicar que la única potencia que queda con vocación imperial es Francia. Este viejo admirador de la capacidad de un país para unir su poder en torno a objetivos permanentes de política exterior ha sido uno de los asistentes a la magnífica cena con la que Barack Obama honró a François Hollande en su visita de Estado. Ambos jefes de Estado son elegidos directamente por sus ciudadanos y su posición institucional es un reconocimiento republicano a la mayor fuerza simbólica de la monarquía. La posiblemente mejor diplomacia del mundo consiguió que la Casa Blanca desplegase el máximo protocolo y colmara de atenciones a Hollande, pero aún puede y debe echar una mano en Irán, el tablero internacional donde más se la juega el presidente Obama.
El francés llegaba con una imagen maltrecha a Washington, de los brazos de su amante a los del guardaespaldas en la única moto oficial con chófer que circula en París (como han explicado los especialistas en política francesa, se trata del mismo colaborador al que envía a buscar cruasanes).
Con todo, Hollande se ha convertido en un aliado fiable y serio de Estados Unidos, incluso más que David Cameron, con un Parlamento impredecible. Francia es el otro país europeo con capacidades militares importantes y dispuesto a emplearlas. El contraste entre el antiamericanismo del conservador Chirac y el atlantismo del socialista Hollande no puede ser más llamativo.
Obama chapurreó francés con su aliado, lo tuteó, alabó el vino de su país -aunque sirvió un tinto barato del Estado de Washington en la cena- e improvisó una metáfora no muy acertada al decir que Francia y el Reino Unido eran como sus dos hijas, entre las que no podía elegir. Lo importante de esta alianza, en cualquier caso, es su contenido. El primer objetivo es trabajar juntos en Irán y en Siria. Jean Monnet, el francés que más influyó en el poder de Washington durante el siglo XX, ya estaría redactando un plan.