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Ramón Tamames

China y EE.UU. frente a frente: cómo superar el conflicto

07/02/2014
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EE.UU. y China tienen intereses compartidos, pero también persiguen objetivos diferentes. Hasta el punto de que no puede descartarse que en un futuro más o menos lejano, las tensiones latentes conduzcan a un conflicto de grandes proporciones. Se trata de una larga historia, que contemporáneamente comenzó con la decisión del General Marshall (1947), como Secretario de Estado, de no implicar más a EE.UU. en la guerra civil china; si bien es cierto que Washington DC fue el garante de que Chiang Kai-shek preservara para el Kuomintang la isla de Taiwán, siempre reclamada por la República Popular como parte de China. Lo que se entreveró con las relaciones más hostiles durante la guerra de Corea (1950-1953), y la ulterior oposición manifiesta de Washington DC a la presencia de Pekín en la ONU (1953/1971). Una tormentosa relación que empezó a cambiar en 1971, con el deshielo propiciado por Kissinger/Nixon. Lo mejor del libro de Henry Kissinger On China es la visión directa del autor sobre la distensión a que él contribuyó entre las ahora dos superpotencias mundiales (…).

Ramón Tamames es Catedrático de Estructura Económica y Académico de Número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas..

El artículo fue publicado en El Cronista n.º 41 (enero 2014), correspondiéndose con la intervención del profesor en la sesión plenaria del martes 17 de diciembre de 2013 de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

KISSINGER Y NIXON EN CHINA (1971/72)(1)

EE.UU. y China tienen intereses compartidos, pero también persiguen objetivos diferentes. Hasta el punto de que no puede descartarse que en un futuro más o menos lejano, las tensiones latentes conduzcan a un conflicto de grandes proporciones.

Se trata de una larga historia, que contemporáneamente comenzó con la decisión del General Marshall (1947), como Secretario de Estado, de no implicar más a EE.UU. en la guerra civil china; si bien es cierto que Washington DC fue el garante de que Chiang Kai-shek preservara para el Kuomintang la isla de Taiwán, siempre reclamada por la República Popular como parte de China. Lo que se entreveró con las relaciones más hostiles durante la guerra de Corea (1950-1953), y la ulterior oposición manifiesta de Washington DC a la presencia de Pekín en la ONU (1953/1971). Una tormentosa relación que empezó a cambiar en 1971, con el deshielo propiciado por Kissinger/Nixon.

Lo mejor del libro de Henry Kissinger On China(2) es la visión directa del autor sobre la distensión a que él contribuyó entre las ahora dos superpotencias mundiales. Primero como Asesor de Seguridad Nacional, y después como Secretario de Estado, del presidente Nixon. A quien Kissinger consideró como el político estadounidense más perspicaz. Y no por el hecho de ser él mismo uno de sus hombres de confianza, sino esencialmente por estimarlo como el más preparado de todos los mandatarios norteamericanos, sobre todo en temas de política exterior. A pesar de lo cual, su vida pública se vio quebrada por el episodio Watergate, que le llevó a la dimisión de su cargo en 1974.

La apertura de EE.UU. a la China comunista comenzó a plantearse con ocasión del discurso inaugural de Nixon como presidente reelegido, el 20 de enero de 1969: “Queremos –dijo– un mundo abierto a las ideas, al intercambio de bienes y de gente, un mundo en que nadie haya de permanecer aislado”; lo que se interpretó como un primer paso para acabar con la exclusión de China de las Naciones Unidas.

Así las cosas, en medio de la inacabable guerra de Vietnam (recordémoslo, iniciada de facto por el hoy tan admirado y recordado John F. Kennedy), se preparó el viaje secreto de Henry Kissinger a Pekín, que se produjo el 9 de julio de 1971, que permitió un primer encuentro con Chu Enlai, quien para Kissinger fue el personaje más fascinante de la corte imperial de Mao: “En 60 años de vida pública, nunca encontré una figura tan importante como Chu. Su cara era expresiva, tenía ojos luminosos, y una inteligencia excepcional”.

El viaje secreto de Kissinger posibilitaría que Nixon fuera a Pekín un año después, el 15 de julio de 1972 para mantener su célebre entrevista con Mao; que se tradujo en el trascendente Comunicado de Shanghái, con un doble compromiso: rechazo de cualquier propósito de hegemonía en la región Asia Pacífico, y aceptación, por EE.UU., de que Taiwán era y seguiría siendo parte de una sola China. Fue un cambio sensacional respecto a las anteriores relaciones entre las dos potencias continentales, que a partir de entonces no cesaron de ampliar sus intercambios.

El acuerdo Mao/Nixon de 1972 cabe relacionarlo directamente con el anterior y persistente antagonismo EE.UU./URSS, en el que China aparecía sólo como un tercero en discordia; pues a partir de la misma proclamación de la República Popular el 1 de octubre de 1949, Pekín se negó a convertirse en segunda pieza de un bloque dirigido hegemónicamente desde Moscú(3). Y en ese contexto, el episodio de la Guerra de Corea (1950-53) fue todo un ejercicio de astucia y de recíprocos intentos de engaño. En un juego perverso ruso-chino por ver quién había de sacar las castañas del fuego al dictador norcoreano Kim Il Sung, tras su fracaso en ocupar, con sus propias y únicas fuerzas, toda la península asiática y echar al mar a las tropas estadounidenses. Un fiasco que condujo a la directa y masiva implicación de China en el conflicto, que con sus aportes de recursos humanos y materiales consiguió hacer tablas con EE.UU.; lo que permitió el armisticio de 1953, con una zona desmilitarizada, DMZ, en torno al paralelo 38, ya con Eisenhower como Presidente de EE.UU.

Las cosas entre China y la URSS se complicaron aún más desde 1958, al preconizar Nikita Kruchev la teoría de la coexistencia pacífica, considerada por Mao como puro revisionismo soviético en favor del imperialismo capitalista. Discrepancia, que junto con otras, hicieron sentir a los chinos la dramática amenaza de un castigo atómico soviético desde Siberia. Eventualidad que pesó grandemente, a la hora de abrirse negociaciones con EE.UU. desde 1971; para establecerse, a la postre, un entendimiento China/EE.UU., frente a la eventualidad, nada desdeñable, de que la Unión Soviética fuera a una guerra nuclear preventiva.

El caso es que superado ese riesgo de frontal enfrentamiento, y acabada la propia Era Mao en 1976, Deng Xiaoping pasó a ser el impulsor de la nueva China: tras largas vicisitudes y una vez vuelto al poder de su penoso destierro de reeducación por los guardias rojos, su discurso de diciembre de 1978 ante el Tercer Pleno del 11 Comité Central del PCCh, Deng esbozó las cuatro modernizaciones: en la agricultura, para acabar con las comunas, en la industria dando entrada a la iniciativa privada, en la defensa en pro de un sistema más sofisticado, realzándose a la postre todo lo que significan las nuevas tecnologías para el progreso. En la ocasión, Deng se hizo portavoz de las ideas de Chu Enlai con un propósito central: “Tenemos que emancipar nuestras mentes, usar nuestra cabeza para pensar, buscar la verdad de los hechos y forjar la unidad de todos mirando al futuro...”.

CONCESIONES Y DESCONFIANZAS CHINO-AMERICANAS

La comentada apertura de EE.UU. permitió que la República Popular ingresara finalmente en la ONU en 1971 con el beneplácito de Washington DC. A lo que siguió casi de inmediato el restablecimiento de relaciones diplomáticas de facto en 1972, que se hicieron plenas en 1979; ya terminada la Guerra de Vietnam en 1975, con una verdadera derrota norteamericana, por primera vez en la historia de la Unión.

Con base en el Comunicado Mao/Nixon de Shanghái de 1972 –y ya configurada una nueva situación menos tensa en el sudeste asiático–, EE.UU. fue dejando de ver a China como un país peligroso, para considerar que inevitablemente se configuraría como una de las grandes protagonistas del escenario mundial; con grandes posibilidades de intercambios económicos a través del Océano Pacífico, en un flujo que fue convirtiendo la relación entre los dos países en una verdadera simbiosis económica. Sobre todo, a partir de 2001 cuando la República Popular ingresó en la Organización Mundial de Comercio (OMC) con la explícita decisión de convertirse en una economía mixta, en el sentido que Paul Samuelson dio a esa expresión. En fin de cuentas, EE.UU. pasó a ser el gran mercado para la exportación china, con fuertes inversiones y aportes tecnológicos; y la República Popular pasó a ser el gran tesorero de la Unión norteamericana(4).

La posibilidad de crecimiento económico de China desde 1978, impulsada por las cuatro modernizaciones de Deng, se combinó con los avances de la globalización, que fue aprovechada a fondo por la República Popular con su modelo exportador; basado inicialmente en su ventaja competitiva máxima, los bajos salarios. Lo que permitió grandes excedentes de balanza comercial, que se tradujeron en ingentes reservas internacionales, hoy en más de 3,5 billones de dólares.

Tras ese esfuerzo de crecimiento, plagado de costes ambientales y dualismo social, la previsión del Banco Mundial de que la República Popular podría alcanzar el PIB de EE.UU. (en términos de paridad de poder adquisitivo) en 2017, fue toda una señal de alarma; especialmente por la posibilidad ulterior de que en 2030 China pueda doblar a EE.UU. Y aunque esa nueva situación podría verse compensada con la prevalencia sostenida de EE.UU. en tecnología y capacidades militares (¿por cuánto tiempo?), de facto ya estaba gestándose un posible cambio de hegemonías, de EE.UU. a China; en un proceso mucho más complejo que un mero juego de números. Situación ante la cual cabe preguntarse si EE.UU. todavía mantiene su proclama de 2002 –después del ataque a las torres gemelas de septiembre de 2001– de que nunca podrá tolerar que haya una potencia más fuerte que la propia Unión.

La contestación a ese interrogante tendría que ser muy matizada, pues su gran crecimiento económico no hace de China, hoy, una potencia global. Por la sencilla razón de que carece de un plan para hegemonizar el mundo, y mucho menos para salvarlo con propuestas de general aceptación. Eso es lo que plantea David Shambaugh –uno de los expertos en el gigante asiático al que respetan simultáneamente Washington y Pekín y que es director del programa sobre China de la Universidad George Washington–, en su último libro, China goes global: The partial power(5). Demostrando su aserto, a base de medir el peso diplomático, la presencia en instituciones como la ONU, la capacidad económica, el prestigio cultural y la influencia general de China(6). Por lo demás, en ese análisis, Shambaugh niega que el sedicente régimen comunista tenga la intención de subvertir el orden internacional para convertirlo en un traje a su medida. Pero al tiempo sostiene la idea de que los líderes chinos ya no pueden dejar que funcione indefinidamente el actual estado de cosas de la hegemonía de EE.UU.

La historia, pues, sigue pesando mucho, por las humillaciones del pasado y las reiteradas negativas de los japoneses a reconocer su despiadado comportamiento en China entre 1931 y 1945; o el rencor residual que pueda haber por EE.UU. que entre 1949 y 1971 mantuvo a China fuera de EE.UU. Todo ello, con las tensiones que hacen que de tiempo en tiempo resurja en China una retórica que, sin ser guerrera, sí es belicosa; con tres posibles evoluciones respecto a EE.UU.: guerra fría, conflictos locales calientes, o cooperación. China dice preferir la tercera opción, pero no presenta objeciones serias a las dos primeras.

En la tendencia a aumentar su poderío, los chinos manifiestan que la nación más vieja del mundo, tras haber recuperado su fuerza y su orgullo, no permitirá ser doblegada de nuevo. Y frente a la visión occidental de que, a la hora de la verdad la democracia es la ley natural de la humanidad, la convicción oficial en China, por ahora, es que en el mundo coexisten varios sistemas; y que la vía china es la más eficaz, sin que haya hueco para un compromiso ideológico(7).

CUESTIONES MILITARES

Desde los encuentros Kissinger-Chu y Nixon-Mao en 1971/1972, ha pasado mucho tiempo, de modo que actualmente, en la confrontación de las dos superpotencias, una de las cuestiones fundamentales es la militar. En ese sentido, China dispone de mayores Fuerzas Armadas en términos de efectivos humanos, con 2,29 millones de soldados en 2010 (en 1951 eran 6,27 millones) frente a 1,47 millones de EE.UU., según puede apreciarse en el cuadro 1 que incluye también otros países significativos.

A Washington DC le preocupa que en los últimos diez años esté habiendo un fuerte crecimiento del presupuesto de defensa chino, en términos más rápidos que el ritmo de expansión del PIB. Ante lo cual el gobierno de Pekín subraya que su presupuesto militar de 166.000 millones de dólares (2012), sólo representa un 24 por 100 del estadounidense, que en ese mismo año alcanzó los 682.000 millones de dólares. Relación que se modificaría sustancialmente de ser ciertos algunos estudios publicados en EE.UU., según los cuales el potencial militar chino es mayor de lo que suponen las cifras citadas, al ser los precios de la República Popular mucho más bajos.

Claro es que en todo el tema militar tienen gran importancia los nuevos ingenios que de un lado u otro pueda haber. Siendo especialmente significativos los bombarderos estadounidenses B-2, de 52 metros de envergadura, silenciosos, con alas de murciélago y a prueba de tifones, portadores de 80 bombas de 225 kg. de gran fuerza explosiva guiadas por GPS; y que en vuelo pueden alcanzar objetivos en cualquier área de Asia Oriental en pocas horas desde las bases de EE.UU. en el Pacífico (Guam, Okinawa).

“Tener ese avión en el escenario del Pacífico, es como enviar un mensaje al mundo”, dijo el Comandante de la Fuerza Aérea norteamericana Tom Bussiere, al introducirse los aviones F-22, Raptor, cazas furtivos; y, sobre todo, al llegar a la base de Guam los cuatro primeros B-2 ya citados. Un destacamento con el que se reemplazó el último contingente de viejos B-52 –que ya operaron en la guerra de Corea de 1950/53–, marcándose así la fuerte reorganización militar de EE.UU. en la región. Algo que ha corroborado el Presidente Obama, al poner de relieve los programas militares de EE.UU. para Asia/Pacífico(8): “La renovación de armamento de EE.UU. en el Pacífico Occidental está programada para varios años, como reacción a la creciente presencia diplomática y económica de China(9) con armas cada vez más sofisticadas, hasta que la República Popular dé muestras en actitud más benigna”(10).

Que China está avanzando rápidamente en todo lo referente a defensa, ya lo apreció en 2010 Robert Gates, por entonces Secretario de Defensa de EE.UU.; al denunciar las fuertes inversiones militares de la potencia asiática, amenazantes de la posición de EE.UU. en el Pacífico y sus aliados: “China –manifestó– va a acabar con lo que fue el santuario operativo de nuestra marina en el Pacífico occidental durante seis décadas”. Y en cierta medida, otro tanto cabe decir de la expansión de la armada china fuera del Pacífico, en el Índico y otros mares, incluido el Atlántico, en cuanto a su presencia manifiesta para proteger las importaciones por mar(11).

En definitiva, China aspira a disponer de unas fuerzas armadas en correspondencia al peso político y económico que está alcanzando, lo cual inevitablemente despierta las suspicacias en EE.UU. y de toda una serie de países asiáticos; que se preguntan sobre las verdaderas intenciones de la República Popular.

... (Resto del artículo) ...

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NOTAS:

(1). Ramón Tamames (con Felipe Debasa Navalpotro), China, tercer milenio. El dragón omnipotente, Editorial Planeta, Barcelona, 2013.

(2). Henry Kissinger, Penguin Books, Nueva York, 2011, 586 pp., 39 dólares. Puede verse la reseña que del libro hizo Ramón Tamames, en la revista Política Exterior, septiembre de 2011.

(3). Ramón Tamames, “El libro de Henry Kissinger On China”, Política Exterior, septiembre de 2011.

(4). The Economist, “China in space. How long of reach? The International Astronautical Congress is meeting in Beijing. But what, exactly, does China want from outer space?”, 28.IX.2013.

(5). Oxford University Press, Nueva York, 2013.

(6). Gonzalo Toca, “China ni puede ni quiere amenazar al mundo”, Expansión, 24.VII.2013.

(7). Richard N. Haass, “¿Qué siglo asiático?”, La Razón, 4.XI.2013.

(8). El País, 7.I.2012.

(9). Edward Cody, “U.S. Forces realign in Pacific to counter China’s New Might”, The Wall Street Journal Europe, 19.IX.2005.

(10). “Friends, or else”, The Economist, 4.XII.2010.

(11). Geoff Dyer y Richard McGregor, An analyze on naval rivalry in the Asia-Pacific region as a rising superpower looks to assert and extend its sphere of influence beyond its near seas, “Beijing builds to hold US power at bay”, Financial Times, 19.I.2011.

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