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Fue Neptuno; por José Luis Requero, Magistrado

19/11/2013
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El día 19 de noviembre de 2013, se ha publicado en el diario La Razón, un artículo de José Luis Requero, en el cual el autor opina sobre el “caso Prestige”.

FUE NEPTUNO

Vaya por delante que no he leído los trescientos mil folios del “caso Prestige” ni he seguido -ni asistido- durante los más de ocho meses a las sesiones del juicio. Y tampoco he leído la sentencia de la Audiencia Provincial de La Coruña, con sus trescientos folios. Todo lo que sé de este asunto lo conozco a través de los medios de comunicación.

Ha coincidido con las excarcelaciones de etarras y otros criminales tras arrumbarse la “doctrina Parot” por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Y como es lo usual, una crítica general llueve sobre los jueces, la Justicia y el sistema judicial español; un estado de opinión que no hace justicia a la propia Justicia erigida en pararrayos en quien derivar la indignación.

Sin embargo no se reconoce a los jueces -en este caso al Tribunal Supremo- el mérito de haber evitado hace años lo que ahora estamos viendo. La “doctrina Parot” es sensata, pero es una creación judicial. Si hace años -décadas- esa doctrina hubiese sido ley, no estaría sucediendo lo que ahora vivimos. Sin embargo, lejos de criticarse la pasividad -consciente, querida o aprovechada- de los partidos políticos a lo largo de estos años, las iras se derivan hacia los jueces. No se les agradece que desde 2006 hasta hoy hubiesen evitado las excarcelaciones de etarras.

El asunto “Prestige” es harina de otro costal. Hay sorpresa porque se haya tardado en juzgar once años y se compara con la rapidez de esas excarcelaciones, todo un ejercicio de mala fe en quien no se entera, o no quiere enterarse, de que ante los tribunales cada asunto es distinto, con sus propias circunstancias. Oyendo algunos comentarios, más de uno habría deseado que la Audiencia Nacional hubiere dictado una resolución que dijese poco menos esto: “procede retrasar las excarcelaciones del condenado X porque la Audiencia de La Coruña ha sentenciado ahora un asunto abierto hace once años; en consecuencia, el condenado X, afectado por la ‘‘doctrina Parot’’, seguirá en la cárcel otros once años”.

Pero hay similitudes, las elementales. Por ejemplo, que todo tribunal está sujeto a la legalidad, algo obvio pero olvidado. De introducirse este dato quizás habría sido cuestión preguntarse si un juez -la Audiencia de La Coruña- puede condenar cuando quien tiene la carga de probar la culpa de un acusado no aporta pruebas de cargo convincentes. La respuesta es no, pero con la Justicia ocurre como con esa degradación del periodismo resumida en palabras atribuidas a Hearst: no dejes que la realidad te estropee un buen titular; es decir, no dejes que una sentencia te estropee una estrategia o prejuicio político o ideológico. Que en el “caso Prestige” no haya condenas -salvo del capitán y por desobediencia- estropea la estrategia políticamente interesada de que la culpa, toda la culpa, es del Gobierno.

Admito que sorprende que no haya ningún responsable entre los que, sin escrúpulos, lanzaron al mar un barco viejo, cargado de crudo y quizás de codicia. Pero si no se prueba la negligencia del capitán, del armador, del jefe de máquinas, poco hay que hacer, aunque aun quedan los recursos contra la sentencia. Otra cosa serán las responsabilidades pecuniarias, camino aún no transitado salvo la demanda, desestimada, que planteó España en Nueva York contra la American Bureau of Shipping que certificó la idoneidad del buque.

En otras catástrofes sí que hubo responsables. En la del Mar Egeo lo fueron el práctico y el capitán; en la del Urquiola, el Estado por los defectos de las cartas marinas y las órdenes de las autoridades marítimas. En el extranjero la tragedia del Exxon Valdez fue responsabilidad de un capitán cargado de vodkas y en el desastre pionero, el del Torrey Canion, también del capitán, no sin enojo de los marinos que se ven erigidos por sistema en causantes de todo desastre.

El del “Prestige” deja muchas incógnitas y dos convicciones: una, que aun queda mucha guerra legal por librar y en la que emplearse a fondo para que España recupere los 4.328 millones de euros de daños; y otra, que hoy por hoy y aunque pese, no cabe excluir que la culpa sea de Neptuno, que agitó las aguas al paso del petrolero.

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