EL NO DE MERKEL
Durante la tediosa negociación en Berlín para formar la gran coalición, se ha colado la propuesta de llevar a referéndum las grandes decisiones acordadas en Bruselas. El asunto trae cuenta de la última campaña electoral alemana, en la que tanto los socialdemócratas como los conservadores bávaros se comprometieron a poner en danza las consultas populares, el campo de juego favorito para los populistas que aguardan su ocasión en las elecciones al Parlamento europeo. Esta medida, más propia de los cantones suizos que del sofisticado constitucionalismo alemán, obligaría a cambiar la Ley Fundamental de Bonn. Angela Merkel, que no participa en el día a día de las conversaciones, enseguida ha dicho que no, invocando la superioridad de la democracia representativa, como el árbitro que pita una falta desde la banda.
Más que salvaguardar la dignidad del Parlamento, a Merkel le preocupa la gobernabilidad, es decir, que su pueblo rechace las cautelosas transferencias de poder a Bruselas para rediseñar el euro o los recursos empleados en dar oxígeno a los países deudores. La seguridad en sí misma de la canciller es de tal calibre, que ha sustraído el capítulo europeo de esas conversaciones para el programa de gobierno, y presentará su propio plan sobre la futura UE antes de las elecciones europeas. Porque ella, y cualquier político sensato, recuerda que, si los alemanes hubieran podido votar en referéndum la moneda única europea, hasta un 70 por ciento hubiera rechazado abandonar el marco y es consciente de que una mayoría potencial similar abortaría en las urnas la evolución hacia un gobierno económico común. Ayer mismo, la Comisión y el eurogrupo anunciaron una investigación, con amenaza de sanciones, a los superavit, alemán el primero, que desequilibran la zona euro. Otros Estados miembros, con Francia a la cabeza, discrepan cada vez más de esta nueva gobernanza a dos manos entre Bruselas y Berlín. Pero saben que, llegada una emergencia como la del segundo rescate griego, no habrá referendos populares que valgan, ni recuentos siquiera del voto en sus parlamentos.