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Enterría, Azaña y Cataluña; por Jorge de Esteban, Presidente del Consejo Editorial de El Mundo y Catedrático de Derecho Constitucional

08/10/2013
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El día 8 de octubre de 2013, se ha publicado en el diario El Mundo, un artículo de Jorge de Esteban, en el cual el autor opina que acaba de fallecer el mejor jurista español y Cataluña, una vez más en la Historia, deambula por un camino que no sabemos a dónde conducirá.

LA ÚLTIMA vez que hablé con mi colega y amigo, el maestro de juristas Eduardo García de Enterría, desaparecido hace unos días, fue el 30 de marzo de 2011. Ese día tuve el honor de presentar en la Fundación Alfonso Martín-Escudero el libro de Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes, El Estado sin territorio. Como tanto el Presidente de la Fundación, José Ramón Parada Vázquez, como el propio Sosa Wagner, son discípulos de Eduardo García de Enterría, no me extrañó que éste asistiese a dicho acto, acompañado de su mujer, por lo que tuve ocasión de conversar un rato con él, durante la copa que se ofreció. De este modo, a propósito de las tesis contenidas en el libro, hablamos del futuro del Estado de las Autonomías. García de Enterría me había dicho años antes que estaba preparando un libro sobre este tema, pero debido a su avanzada edad, ese proyecto no parecía que lo pudiese llevar a término.

Por supuesto, es una verdadera pena que no lo pudiese escribir, porque no sólo ha sido el jurista más importante de España en el siglo XX, sino que los que nos dedicamos al Derecho Constitucional y, por supuesto, al Derecho Administrativo, somos deudores de la grandiosidad de su obra. En lo que respecta a mi especialidad, debo decir que su libro La Constitución como norma y el Tribunal Constitucional significó una verdadera revolución en la forma de afrontar los estudios constitucionales en España. Curiosamente, cuando muchos se fijaban para construir las bases del nuevo Derecho Constitucional español en países como Gran Bretaña, Italia o Alemania, Enterría supo encontrar la fuente de inspiración para la comprensión de nuestra Constitución en el Derecho Constitucional americano y, en concreto, en la labor del Tribunal Supremo. Creo que es de justicia reconocer lo que debemos a este gran jurista que se echará de menos en el futuro, aunque la obra de los grandes hombres no desaparece nunca.

Pero volviendo a la conversación que mantuve con él, recuerdo no sólo su inquietud por el rumbo que había tomado, desde años antes, el Estado de las Autonomías, sino que su mayor preocupación era lo que podía pasar en Cataluña. Su pesadumbre por el “problema catalán”, como lo definió Ortega, le venía de lejos. Es más: esa fue una de las razones por las que dedicó probablemente su último libro jurídico al pensamiento de otro español, buen intelectual y controvertido político, como fue Manuel Azaña. En efecto, Enterría publicó una selección de textos de Azaña sobre Cataluña, con un espléndido estudio preliminar, junto al que se recogen los discursos y artículos del político más importante de la II República y, por decirlo así, el inventor de la autonomía de Cataluña.

Ciertamente, el 27 de marzo de 1930, Manuel Azaña pronunció un discurso en Barcelona, que marcaría el futuro de Cataluña y, por consiguiente, de España. En su parlamento Azaña dice algo revolucionario en nuestro país, aunque como veremos después, acabaría arrepentido de haber sido el adalid de la autonomía catalana. Habla así Azaña: “Yo concibo pues a España con una Cataluña gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad. Unión libre de iguales con el mismo rango, para así vivir en paz, dentro del mundo hispánico que nos es común y que no es menospreciable. Y he de deciros también que si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera ella remar sola en su navío, sería justo el permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz...”. Pocos meses después, el 18 de agosto, se firmó en San Sebastián un pacto entre republicanos, socialistas y nacionalistas catalanes, comprometiéndose, cuando llegase la República, a reconocer la autonomía de Cataluña.

Sin embargo, en lo que se refiere a la doble alma de Cataluña, Azaña no llegaría a percibirla hasta poco antes de atravesar la frontera entre España y Francia, siendo todavía presidente de la República. Esta doble alma de Cataluña se confirma con dos hechos que marcan todavía hoy la dualidad de su sentimiento identitario. En efecto, es sorprendente que el día 14 de julio de 1931 en dos edificios que se hallan, uno frente a otro, en la actual Plaza de Sant Jaume, se oyese a Luis Companys proclamar, desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona, la II República Española, mientras que desde el balcón de la Generalitat, Francisco Macia proclamaba por su cuenta la II República catalana como Estado autónomo dentro de la que debería ser la República Federal Española. El segundo factor, que también caracteriza la ambigüedad catalana que llega hasta nuestros días, consiste en el hecho de que se presentase el Estatuto de Autonomía de Cataluña en las Cortes elegidas en abril de 1931, antes de que se hubiese aprobado la Constitución española. Como subraya García de Enterría en su Introducción, este hecho tiene una importancia capital. En él se afirma, por un lado, el “derecho de autodeterminación” que compete al pueblo catalán. Pero, por otro, se añade a continuación que “la personalidad política de Cataluña debía precisar su compromiso con la República española. Con esta obligación, voluntariamente asumida, se ha querido ofrecer a las Cortes Constituyentes de la República una prenda del amor (sic) que pone Cataluña en la defensa de la libertad que todos los pueblos de España han conquistado por la revolución del 14 de abril”. No deja de ser paradójico que unas palabras parecidas las hayan pronunciado recientemente los dos líderes de la independencia de Cataluña, esto es, Artur Mas y Oriol Junqueras. En este punto no hay más remedio que recordar dos frases de Jorge Santayana. Una: “Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo”. Y dos: “El nacionalismo es la indignidad de tener un alma controlada por la geografía”.

Pero hay más. Enterría recuerda que antes de su remisión a las Cortes Constituyentes se sometió este proyecto de Estatuto a una serie de plebiscitos sucesivos, que se justifican por el derecho de autodeterminación del pueblo catalán. Ante esta situación absolutamente insólita, en donde se pone el carro delante de los bueyes, Azaña trata de encajar las piezas recurriendo, como señala Enterría, a dos principios que eran jurídicamente “revolucionarios”. Por una parte, Azaña reivindica el valor normativo inmediato de la Constitución, afirmación que en España era una auténtica primicia. Y, por otra parte, afirma que la Constitución debe interpretarse en su conjunto y no sólo, en lo que se refiere al régimen de Cataluña, a través de los limitados preceptos que se refieren a las autonomías territoriales. Enterría se sorprende de esta verdadera novedad que introduce un político que no era un constitucionalista y que, salvo en Estados Unidos, suponía estar en la vanguardia del constitucionalismo de la época.

Pues bien, si Manuel Azaña fue el gran defensor de la autonomía de Cataluña, antes y durante su periodo de presidente del Gobierno, cambiará radicalmente de opinión en el escaso tiempo que fue presidente de la República Española, por causa de una Guerra Civil que duraría tres años. En efecto, como presidente de la República, en mayo de 1937, Azaña comunica, de forma sorprendente, al Gobierno presidido por Negrín una única y explícita consigna: el Estado debía recuperar los poderes que le reconoce la Constitución y las Leyes en Cataluña, para poner fin a los “excesos y desmanes” que estaban realizando los órganos autonómicos catalanes. El Gobierno de Negrín adoptó sin ningún problema ese encargo y en poco tiempo recuperó para el Estado todos los poderes que las autoridades catalanas se habían apropiado en contra de lo que señalaba la Constitución. En buena lógica, está más que justificado el cambio radical de Azaña con respecto a la autonomía catalana. Como escribe en un artículo, esos hechos “parecen demostrar que nuestro pueblo está condenado a que, con Monarquía o con República, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario y asimilista o bajo un régimen autonómico, la cuestión catalana perdure como un manantial de perturbaciones, de discordias apasionadas, de injusticias, ya las cometa el Estado, ya se cometan contra él: eso prueba la realidad del problema”. En definitiva, aunque en su momento discrepase de Ortega por lo que dijo en las Cortes Constituyentes sobre Cataluña, le acabaría dando la razón, de forma implícita, respecto concretamente a estas palabras: “Cataluña es un pueblo frustrado en su principal destino, de donde resulta la impaciencia en que se ha encontrado respecto de toda soberanía, de la cual ha solido depender, su discordia, su descontento, su inquietud; vendría a ser, sin duda, el pueblo catalán un personaje peregrinando por las rutas de la historia en busca de un Canaán que él solo se ha prometido a sí mismo y que nunca ha de encontrar”.

NO HACE falta insistir mucho en que si García de Enterría publica este libro con los textos de Azaña sobre Cataluña, se debe no sólo a que se identificaba con el pensamiento del político republicano, sino porque además, como yo pude comprobar en la conversación que mantuve con él en el año 2011, también estaba enormemente preocupado por lo que ya se veía venir con respecto al separatismo catalán. Sin embargo, García de Enterría, cuya doctrina ha sido básica para el funcionamiento del Estado de las Autonomías, como posible solución a los problemas de Cataluña y el País Vasco, comenzó a partir del año 2004 a preocuparse por el futuro de una organización estatal que ya se vislumbraba que podría encallar. En efecto, en enero de 2004, en una entrevista publicada en el diario ABC, Enterría todavía tenía esperanzas de que se estabilizase el complejo Estado de las Autonomías, aunque, comenzaba a temer, como así fue después, que la autonomía de Cataluña podría rozar la independencia y eso que, en ese momento, todavía no se había aprobado el demencial Estatuto catalán del año 2006.

Sea lo que fuere, Enterría insiste en esta entrevista en que los microestados han fracasado, como ha fracasado el famoso principio de Wilson, según el cual todos los pueblos tenían derecho a poseer su propio Estado. Así las cosas, en ese momento se acababa de rechazar el plan Ibarretxe, puesto que a juicio de Enterría comportaba la ruptura del marco constitucional, manifestando a este respecto: “Yo no soy nadie para llamar a los nacionalismos a una reflexión un poco seria y objetiva. Ellos harán lo que tengan que hacer, naturalmente, pero conviene repetir que no hay motivos para romper ahora el pacto social y político al que se llegó en 1978”. Y, de forma premonitoria, añade: “Además, la Unión Europea no va a aceptar esas fragmentaciones. Si se han integrado las grandes naciones durante siglos protagonistas del devenir histórico, no es el momento de que las pequeñas naciones puedan jugar en Europa un papel decisivo. Que esas pretensiones puedan llevar a un ruptura sería también un error para sus propios intereses”. Y acaba afirmando que “el artículo 155 de nuestra Constitución, por el que se puede suspender una autonomía, está en todas las Constituciones federales, menos en Austria, y además lo han utilizado. Si se llegase a aplicar en España sería un fracaso de la política, pero el artículo 155 está ahí, tiene que estar como defensa de toda federación, porque la nuestra es una federación aunque no se llame así”. Nueve años después de conceder esta entrevista, acaba de fallecer el mejor jurista español y Cataluña, una vez más en la Historia, deambula por un camino que no sabemos a dónde conducirá.

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