HABLAR EN EUROPEO
La Comisión Europea sufre, como cualquier otro gobierno, la crisis del euro. Pero la suya es una erosión silenciosa, sin manifestaciones en la calle y sombríos sondeos de popularidad. La institución más original del gobierno comunitario ha perdido relevancia e independencia con las urgencias para rediseñar la moneda única. Concebida como el motor de la integración, en los últimos tiempos ha pasado a trabajar a media jornada, a partes iguales, para Berlín y el Consejo Europeo. Pero, a diferencia de la Comisión, los miembros del cónclave intergubernamental no hablan en europeo ni sirven de forma prioritaria al interés general de la Unión. Dos casos recientes acentúan la devaluación política del antaño embrión del Ejecutivo europeo. El primero es la negociación para que no se reintegren las ayudas fiscales a la financiación de la construcción naval en España. Argumentos sólidos apoyan la causa de nuestro país, pero se debilitan cuando alza su voz la reclamación de que el español Joaquín Almunia, al mando de la cartera de Competencia, defienda la posición nacional con uñas y dientes. Es, exactamente, contrario a lo que exige el Tratado sobre la independencia de los miembros de la Comisión respecto de sus Estados de origen.
La afición a maltratar a los comisarios como embajadores, vuelve como un boomerang al lugar del que partió. El otro aviso de que lo urgente es la Comisión misma, es el rechazo indisimulado de Alemania a sus planes para concretar la unión bancaria, presentados esta semana. El portavoz de Angela Merkel ha esgrimido razones legales y financieras que apenas sostienen la hoja de parra de un nacionalismo rampante. Valga, si Berlín solo quiera negociar condiciones más favorables y ganar unas semanas hasta sus elecciones de septiembre. Sin embargo, en el horizonte de las elecciones europeas, en mayo de 2014, se corre el riesgo de retrasar mucho más el acuerdo principal ya pactado en el Consejo Europeo para abordar la crisis del euro en un idioma común.