PARA QUÉ SIRVE UN HURACÁN
Esta cumbre europea de junio no tiene el dramatismo de hace un año, cuando no había otro orden del día que la supervivencia del euro. Pero la velocidad con la que la Unión Europea se dirige a puerto seguro tras el huracán sigue siendo muy lenta y no cabe ignorar la amenaza de nuevas tormentas.
La toma de decisiones en Bruselas sobre la moneda común se mueve acuciada por este miedo, pero con un método defectuoso, basado en un sistema de Consejos que deja muchos cabos sueltos. Acuerdos como el alcanzado estos días, bajo una hábil presidencia irlandesa, sobre la resolución de crisis bancarias están cogidos con alfileres y no se aplicarán hasta el año 2018. Además, necesitan una tramitación legislativa llena de interrogantes, empezando por una posible reacción adversa del parlamento alemán a aquello que se concrete antes de fin de año.
Sobre todo falta por resolver qué institución gestionará esta importante parte de la unión bancaria. Berlín no se fía de la Comisión y prefiere una solución entre gobiernos. Para dejar claro su recelo, la canciller alemana, Angela Merkel, cuestionaba hace una semana en Viena ante sus correligionarios de otros países que la pretensión de más Europa fuera la correcta, y aireaba sus dudas sobre la designación del futuro presidente de la Comisión a través de la competencia entre cabezas de listas en las próximas elecciones al Parlamento Europeo.
En el fondo, la canciller se aferra a la seguridad de lo bien conocido, el nivel nacional de toma de decisiones. Tienen razón, en cambio, los que reclaman visión de conjunto y un gobierno europeo. El escritor de Nueva Orleans Walker Percy sostenía que el anuncio de huracanes servían para unir a las personas y romper su aislamiento. Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y lo hace. En el caso de nuestra Unión, el huracán ha levantado el egoísmo divisor y parecemos dispuestos a desperdiciar la gran zozobra de 2012.