CAMERON Y RAJOY, EL REINO UNIDO
Es cierto que la agenda de la próxima entrevista entre David Cameron y Mariano Rajoy no declara cómo abordar las reclamaciones de separación de Cataluña o Escocia. Pero estos dos asuntos domésticos tienen puntos en común y son tensiones añadidas al estrés de gobernabilidad que sufre la zona del euro. Sin el sí de Cameron a la convocatoria de un referéndum, la consulta catalana sonaría todavía más excéntrica, y sin la ofensiva española en Bruselas para desmontar el mito sobre lo fácil que es ser un nuevo Estado de la UE el Gobierno británico difícilmente se hubiese decidido a girar hacia una opinión tan contundente como la del pasado 11 de febrero, que subraya cómo una Escocia independiente se quedaría fuera de la UE. Ambos gobiernos cuentan con que a ninguna capital europea le interesa apoyar las escisiones dentro de la Unión Europea, por el temible efecto contagio y por lo que supone de choque frontal con la dinámica de la integración europea, concebida para unir y hacer compatibles diferentes niveles de gobierno e identidades colectivas. La unidad europea porta consigo la moral práctica de aprender a gestionar las diferencias. Por otro lado, se trata de no complicar las ampliaciones pendientes con reclamaciones de adhesión instantánea de hipotéticos nuevos Estados. El pragmatismo tan alabado con el que Cameron y Rajoy abordan estas presiones topa con límites a su proverbial elasticidad de políticos tan conservadores como adaptativos. El discutido tory sabe que, mientras controle la pregunta y el procedimiento, ganará la consulta. Y apuesta a que el habilidoso líder escocés, Alex Salmond, pedirá otra ronda de competencias y recursos, a cambio de guardar en el cajón el intento durante un tiempo. En el caso del presidente español, su táctica de parapetarse en la legalidad procesal y hablar con dictámenes en lugar de dar voces altisonantes avisa de que la mala educación es tan innegociable como el imperio del Derecho.