EL AMIGO RUSO
Si no acepta los diez mil millones de euros y las duras condiciones que le ofrece la Unión Europea, Chipre quebrará en unos días. Pero, además, en el mismo plazo el pequeño país debe encontrar siete mil millones adicionales para completar la financiación de su rescate. Descartada la idea de hacer pagar a los pequeños ahorradores mediante un impuesto sobre sus depósitos bancarios, una iniciativa lamentable del gobierno chipriota, bendecida en Bruselas y que no recibió un solo voto a favor en el parlamento de Nicosia, el enviado del primer ministro Nicos Anastasiades negocia ahora en Moscú la extensión de varios préstamos, con la garantía de sus recursos de gas aún por explotar.
En el plano europeo, estamos ante un caso claro de pésima gestión política de una mini-crisis anunciada. Para entender cómo se ha llegado a esta situación nada como fijarse en la estrecha relación tanto de Alemania como de Chipre con los rusos. En teoría, los gobiernos de Berlín y Nicosia han protagonizado un desigual duelo durante la negociación del rescate. El primero ha dejado claro ante sus electores que la solidaridad tiene límites y condiciones. En la práctica, a alemanes y chipriotas les ha unido el mismo deseo de no dañar en exceso los intereses de los inversores rusos en la isla, que representan la mitad de sus depósitos bancarios.
Los sucesivos gobiernos germanos han desarrollado una relación de dependencia en asuntos energéticos con el régimen de Vladímir Putin y su debilidad se nota en estas situaciones críticas. En el caso del pequeño país, como ha explicado Hugo Dixon, su gobierno ha preferido proteger a la mafia rusa que a las viudas chipriotas, una elección económica comprensible en el contexto de un paraíso fiscal, pero con consecuencias que podrían ser devastadoras para el conjunto de la Unión. Si impera el sentido de la responsabilidad, en los próximos días Bruselas volverá a negociar con Chipre para evitar males mayores.
