EL TRIÁNGULO VIRTUOSO
La reforma en curso sobre el euro ha desconcertado a Cameron, que se ha situado al margen del debate Estados Unidos no ha dejado de ser una potencia europea, a pesar de que su atención preferente se dirija cada vez más hacia el Pacífico. Prueba de ello ha sido la seria advertencia al Reino Unido hecha por Philip Gordon, responsable de asuntos europeos en el Departamento de Estado, de que cometería un error saliendo de la Unión Europea. Este experimentado altlantista no se anda por las ramas: hace unos años fue el primero en criticar el Tratado de Lisboa por la profusión de presidencias y el torpe diseño institucional con el que se pretendía el relanzamiento de la acción exterior de la Unión. Gordon opina casi como un europeísta, preocupado por conseguir que el proyecto de integración se refuerce y que exista una voz europea en los asuntos globales, eso sí, en asociación con Estados Unidos. Ante las dudas hamletianas de los británicos, presiona ahora al Gobierno Cameron para que evite la trampa de un referéndum de salida de la Unión Europea, que ensimismaría al país y simplificaría los términos de un debate mucho más complejo.
El enviado del presidente Obama va incluso más allá: propone que el Reino Unido se quede en la Unión para hacerla más abierta al mundo y convertirla en un actor global. De modo implícito, subraya que esa es la condición para seguir hablando de una relación especial entre los primos ingleses y norteamericanos. El problema es que la reforma en curso de la moneda común ha desconcertado a David Cameron, que se ha situado al margen del debate sobre el gobierno económico europeo e intenta competir en euroescepticismo con el cada vez más popular alcalde de Londres.
En muchos sentidos, la Unión Europea de 2013 responde a las ideas británicas sobre integración europea (número de países, centralidad del mercado interior, peso de los grandes Estados miembros). Resultaría paradójico que el Gobierno de Londres en vez de declarar victoria se replegase y perdiera su batalla europea.