Las pequeñas buenas noticias con las que ha empezado el año en España contrastan agudamente con las vivencias al otro lado de la raya. En Portugal, la depresión económica sin perspectiva de cesar hace que nadie quiera gobernar. El ejecutivo de Passos Coellho cumple escrupulosamente todas las condiciones de la troika pero los resultados son desalentadores. El 2013 comienza con una subida brutal de impuestos, un aumento del 30% en el impuesto de la renta, además de impuestos de <<solidaridad>>. Se han vendido a inversores chinos y franceses joyas de la corona como la empresa de electricidad o los aeropuertos y ha quedado pulverizado el proteccionismo lisboeta de antaño. La distancia que separa al gobierno de la población se ensancha al compás de cada medida y los propios líderes del centro-derecha reconocen que se están inmolando por un objetivo incierto. El presidente Cavaco Silva toma distancia y ha llevado al Tribunal Constitucional el presupuesto por los recortes a funcionarios y pensionistas. La oposición socialista se felicita por no tener la responsabilidad de hacer frente a una crisis convertida en normalidad. Los dirigentes políticos y empresariales miran a España con enorme atención y contienen la respiración ante la negociación diaria de Mariano Rajoy para no pedir el rescate y fijar condiciones en el caso de que tuviera que pedirlo. Esta sofisticada jugada asusta a nuestros vecinos. A algunos les recuerda las vacilaciones del primer ministro Sócrates en sus últimos meses de gobierno, cuando para evitar el rescate puso en marcha varias reformas pero no las completó. Otros reconocen que España vuelve a tener peso y capacidad negociadora en la Unión Europea y confían en que la recuperación española les arrastre, gracias a la enorme interdependencia peninsular. Unos y otros, en fin, esperan que Angela Merkel gane sus elecciones en septiembre y empiece de verdad un nuevo año para el euro.