MORDER LA BALA
La matanza de Newtown ha obligado a Barack Obama a prestar atención a un asunto que no estaba dentro de sus prioridades de gobierno, el control sobre las armas de fuego. Desde que dio su salto a la política nacional el presidente ha evitado cuidadosamente impulsar normas que parecen de sentido común.
En su primer asalto a la Casa Blanca defendió la posesión de armas de fuego para ganarse el voto de los trabajadores blancos, partidarios de Hillary Clinton, y de los demócratas conservadores. Ya en el poder, hizo callar al responsable de Justicia en su gabinete cuando este quiso convertir en permanente la prohibición federal de venta de armas de asalto, que había expirado.
Su pasividad ha sido muy criticada por el Centro Brady, la iniciativa suprapartidista con mayor prestigio para limitar la posesión de armas de fuego, que evalúa de forma periódica el desempeño de cada político en este terreno. El centro honra al republicano James Brady, secretario de prensa de Ronald Reagan, tiroteado junto al presidente durante el intento de magnicidio de 1981, que ha dedicado el resto de su vida a esta justa causa, en un país con más de doscientos millones de armas de fuego y siete veces más asesinatos con ellas que en cualquier otro occidental.
Uno de los frentes de batalla es la interpretación del derecho a llevar armas, la segunda enmienda constitucional, de la cual se hace una interpretación expansiva. Pero el frente decisivo es la concienciación ciudadana. Tras el horroroso episodio de Newtown, hay una oportunidad de introducir nuevos controles en la compra y la posesión de armas.
El presidente Obama ha encargado al vicepresidente Joe Biden, con gran experiencia en el legislativo, que encabece un grupo de trabajo para proponer nuevas medidas. Veremos a ver si con esta comisión se compra tiempo o se lidera un necesario cambio social.