DOS NOBEL CONTRAPUESTOS
Con un intervalo de tres años, la Academia más astuta y política de entre las academias del mundo entero ha ensalzado a ambas orillas del Atlántico norte, al conceder el premio Nobel de la Paz a un presidente norteamericano y a la Unión Europea. El Nobel en 2009 fue una distinción prematura a un recién elegido que llenó de esperanza al mundo y canceló la belicosidad de Bush. Como era previsible después de tanta idolatría, Obama ha quedado por debajo de las expectativas generadas. Al menos ha recuperado el prestigio internacional de su país y ha demostrado un realismo en política exterior sensato, muy en la línea del republicanismo moderado. Pero al encumbrar al primer presidente afroamericano se premiaba a alguien que encarnaba un proyecto de cambio social y un futuro de ciudadanía global. Una vez más, la gran ventaja de EEUU es su sociedad abierta, con una asombrosa capacidad de reinventarse a través de la autocrítica y de la innovación. En la edición de 2012, el Nobel ha distinguido a la Unión Europea y el contraste resulta muy llamativo: la imagen del americano como aurora y los europeos en su ocaso destila una atmósfera de siglo XX en la que todavía respiramos los occidentales. El Nobel europeo, tan merecido por el recorrido histórico de la integración, suena a galardón a título póstumo y a nostalgia de un pasado ejemplar. El ideal de paz explica la puesta en marcha de las Comunidades Europeas y su admirable trayectoria hasta las actuales complicaciones de la gran ampliación y del euro. Pero esta invocación no moviliza ya a las generaciones europeas de hoy. La foto de la treintena de dirigentes europeos en Estocolmo es solo un alto en el camino, para volver enseguida a la tarea de Sísifo de rediseñar el gobierno económico compartido, sin contar del todo con las condiciones de solidaridad necesarias para hacerlo.