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Garzón y los siete pecados capitales

13/02/2012
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El día 12 de febrero de 2012, se ha publicado en el Diario El Mundo, un artículo en el que siete autores analizan los flancos débiles de Garzón. Transcribimos íntegramente el texto de dicho artículo.

GARZÓN Y LOS SIETE PECADOS CAPITALES

Soberbia; por Javier Gómez De Liaño

Hace ya muchos años, a punto de ingresar en la carrera judicial, unos me dijeron que los peores pecados capitales de un juez eran la ignorancia y la pereza. Otros me hablaron de la ira y de la soberbia; incluso hubo algunos que me advirtieron de la sumisión al poder como el más grave de todos. Para mí tengo que con los pecados judiciales no se debe hacer listas o catálogos. Ahora bien, sí afirmo que de las cuatro virtudes cardinales, la prudencia y la humildad deben asistir siempre al juez para evitar osadías y vanidades.

Si conozco a Baltasar Garzón tan bien como creo, el mayor reproche que le haría es el de su obstinación por ser el más grande de los jueces, con olvido de que un super juez puede ser un magnífico personaje literario, pero, en sentido auténtico, es una muesca carnavalesca muy ajena a la Justicia. Quien entiende y hasta declara que todo vale no puede ser espejo donde mirarse si no es para escapar de la imagen como del fuego.

Mesura y compostura fueron siempre muy recomendables para los jueces, incluso en momentos difíciles. La experiencia me ha hecho simpatizar con la paciencia y según sabia exhortación que Camilo J. Cela me hizo un buen día, antes de sacar los pies de las alforjas es preferible aguantar hasta el sufrimiento. Nunca había imaginado en Baltasar Garzón tanta soberbia como rezuma el comunicado que emitió a raíz de conocer la sentencia que le condena. Admito que el espectáculo organizado ha podido entretener a la concurrencia, pero al propio tiempo afirmo que con ese tipo de acrobacia de que “Yo soy el Supremo” y todos los demás quienes cometen abusos y tropelías, el protagonista ha caído por el precipicio del ridículo.

CONDENADO. La virulenta respuesta del juez ante la sentencia del Tribunal Supremo es una muestra de su soberbia: “Es una sentencia que estaba anunciada desde hace meses”, declaró Garzón en su comunicado.

Decir que la sentencia que le condena es “una aberración”, que sus derechos “han sido sistemáticamente violentados” o que “el juicio oral ha sido una excusa”, es, además de incierto, una confesión de soberbia sin límites. La humildad nunca sobra, pero tras leer esa reacción a la sentencia, estoy seguro de que serán muchos los que piensen que él la desconoce. La actitud de Baltasar Garzón frente a la sentencia afianza mi tesis de que así como la humildad de un juez es virtud a premiar, la soberbia es pecado no fácil de perdonar. Y lo que es peor: A superbia ini-tium sumpsit omnis perditio. Perdón por el latín. “Toda perdición tiene su principio en la soberbia”. (Vulgata. Ecclisiasticus. 10.15).

Pereza; Por Ignacio Gordillo

Entre los pecados capitales que se pueden atribuir a Baltasar Garzón, está el conocido como “pereza”. Si entendemos “pereza” como el descuido en realizar acciones, movimientos o trabajos, o también el no malgastar energías si no hay un beneficio, en el ámbito judicial la pereza consistirá en no poner mucha energía en la tramitación de los procedimientos penales.

A Garzón siempre se le ha clasificado como un juez que, una vez iniciado un procedimiento, lo deja un tanto aparcado en los despachos no dándole ningún impulso procesal. Todos estamos acostumbrados a ver al juez, o ya ex juez Garzón, acudir en helicóptero al lugar de los hechos donde se producen detenciones y la ocupación de importantes alijos de droga. Esos primeros momentos iban siempre acompañados de gran publicidad aprovechando las horas de máxima audiencia en las radios o televisiones. La actitud policial o judicial en esos momentos hace concurrir al lugar a varios medios de comunicación y es noticia de portada durante varios días. Así, hemos visto detenciones de comandos de miembros de ETA o grupos islámicos o, en otras ocasiones, importantes narcotraficantes. Hasta ahí el éxito en la operación es completo. Estamos ante un gran juez.

Pero, sin embargo, y desde ese primer éxito, el sumario judicial empieza a dormir un sueño que a veces dura varios años. La instrucción se paraliza y ya la opinión pública olvida aquel éxito inicial. Durante ese tiempo, que podíamos denominar de “pereza”, Garzón dejaba en un armario el procedimiento en manos de un funcionario, a veces no muy meticuloso, que hacía correr el grave peligro de que el delito prescribiese.

Esa “pereza” del juez durante la investigación ha supuesto que, en algunas ocasiones, los tribunales hayan tenido que admitir como circunstancia atenuante las dilaciones indebidas. Pero, en otras ocasiones, y esto es más grave, los hechos han podido prescribir ante la inactividad judicial. El Tribunal Supremo en ocasiones así lo ha hecho saber en diferentes resoluciones judiciales.

“OPERACIÓN NÉCORA”. El juez se hizo famoso al plantarse en Galicia a bordo de un helicóptero policial. Pero su perezosa instrucción hizo que los detenidos recibieran penas muy leves. Un “pecado” que repitió en otros casos sonados.

La “pereza” tiene una buena solución, o incluso una buena penitencia: el actuar con el mismo afán durante toda la investigación hasta que concluyan finalmente las pesquisas y se trasladen al órgano judicial que debe enjuiciar los hechos y dictar sentencia.

Lo contrario de “pereza” es el impulso del proceso, la agilización de las investigaciones, el no dejar pasar un minuto sin tomar alguna resolución.

Ira; Por José García Abad

La ira, que el diccionario describe como “pasión del alma que mueve a indignación y enojo”, es quizás el pecado más respetable, aunque otros como la lujuria y la gula sean más populares. De hecho la Iglesia lo ha elevado a la categoría de “Santa” y el Antiguo Testamento la atribuye al mismo Dios.

No sé si Baltasar Garzón se siente Dios, pero en algunos momentos su ira ha respondido a pasiones no santas. El magistrado fue arrebatado por ella cuando no consiguió sus propósitos de ser nombrado ministro a pesar de que González, cuando se sentía perseguido por esta, trató de seducirle.

Sabido es que el ex presidente trató de salvarse en solitario de las acusaciones de guerra sucia rodeándose de jueces y colocando a Garzón a su vera, de número dos por Madrid, en las elecciones de 1993. Ríe cuando Barrio-nuevo dijo aquello de que Felipe había actuado como Moisés al abrir un pasillo en el mar Rojo, pero que a diferencia del profeta sólo quería pasar él.

A Garzón, que fue consolado con la Secretaría de Estado del Plan Nacional sobre Drogas, le negaron los espectaculares medios que pedía, helicópteros y demás y, airado, dimitió. Y es que González fue convencido por otro ambicioso juez, Juan Alberto Belloch, que le salvaría de la quema.

La suya fue una ira con premeditación y alevosía. Cuando se hace público que va a ir en las listas del PSOE, presiona a Domínguez y consigue una declaración que guarda en un cajón sin informar de ello a quien le sucede en el juzgado. Es un arma secreta de su exclusiva propiedad por si González no le da lo que ambiciona.

En cuanto volvió a su despacho sacó del cajón el expediente Marey. “Se van a enterar”, debió exclamar para sus adentros y, valiéndose de Amedo y Domínguez, ordenó el desfile por el juzgado de altos cargos socialistas. La ira sin venganza es una pasión inútil.

CASO GAL. Cuando González le nombró número dos en las elecciones de 1993, Garzón guardó en un cajón sus pesquisas sobre el GAL. Sin embargo, no obtuvo su ansiado ministerio y el “superjuez”, iracundo, retomó el caso.

El asunto había prescrito según la doctrina mantenida hasta el momento pero el juez consigue resucitarlo valiéndose de una triquiñuela: reactiva una denuncia en prensa contra Amedo formulada 11 años antes por una asociación contra la tortura y de esa percha cuelga sus requisitorias a las más altas instancias de la nación.

La causa, el castigo de la guerra sucia, era noble y su ira hubiera sido santa como lo fue la aplicada contra Pinochet si en aquella ocasión no estuviera motivada por el egoísmo, el afán de venganza y por otro pecado capital anexo: la soberbia.

Lujuria; por Javier Esteban

El eneagrama, psicología de origen sufí, establece cuales son las sombras del carácter que cada uno debe trabajar para poder crecer. Todos las tenemos. Una de ellas es la lujuria, no entendida al modo profano y superficial como mero desenfreno sexual, sino como una enfermedad del alma mucho más sutil, que a menudo padecen hombres poderosos que se sienten llamados a cambiar el mundo.

El psicoterapeuta Claudio Naranjo escribe que el eneatipo o carácter de la lujuria se manifiesta “en una lucha en solitario para conseguir el propio placer justiciero, sin esperar nada de nadie”. Los lujuriosos son rebeldes que ejercen su autoridad con determinación. Entre sus rasgos destacan la rebelión, la dominación, el protagonismo, la necesidad de triunfo frente a lo que consideran el mal... Vista así, la lujuria de Baltasar Garzón es, en todo caso, lujuria de justicia, como han demostrado años de lucha incansable contra el terrorismo y el narcotráfico.

Lujuriosos de justicia fueron Marx y Garibaldi, pero también lo fue Enrique VIII. El lujurioso ejerce un contrapoder desde un poder donde se hace fuerte. Muchos rebeldes y revolucionarios pertenecen a este rasgo de personalidad, caracterizado normalmente por una pérdida de afecto infantil que se compensa en un deseo de arreglar el mundo para tratar de llenar la pérdida originaria. Por eso resultan tan combativos, necesitan ganar, casi a cualquier precio, para realizar lo que consideran justo. ¿No es esto lo que le ha pasado a Baltasar Garzón?

En su libro Eneagrama, los psicólogos Carmen Duran y Antonio Galán van más allá y definen la lujuria “como una tendencia al exceso y una búsqueda vengativa de la verdad y la justicia”. Se trata, explican, de gente que “toma la justicia por su mano”. ¿No han pensado esto de nuestro juez los magistrados del Supremo?

VENGANZA. La lujuria es “una tendencia al exceso y una búsqueda vengativa de la verdad y la justicia”, según los psicólogos Carmen Duran y Antonio Galán. Son personas “que se toman la justicia por su mano”. Como Garzón.

A Baltasar Garzón me lo presentó un amigo común -el juez Joaquín Navarro- un 14 de abril en el Ateneo de Madrid. Años después, asistí en el Foro de Porto Alegre a su apasionada intervención a favor de los Derechos Humanos, donde defendió desde el corazón la imprescriptibilidad de los delitos contra los mismos y su persecución donde fuera necesario y como fuera necesario. El antídoto de la lujuria, en el eneagrama, es precisamente la inocencia: la que derrumba el prejuicio sobre la maldad de los otros. Puede que la sentencia del Supremo se ajuste a Derecho, pero muchos creen en la inocencia de Garzón.

Envidia; Por Javier Castro-Villacañas

Decía Ortega que “el hombre es el problema de la vida”, siendo el mundo el escenario donde se desarrolla esta tragedia. Los mundos infantiles de Baltasar Garzón nos llevan al seminario menor de Baeza, allí estudió para sacar adelante el Bachillerato y, si sonaba la flauta de la vocación, convertirse en sacerdote. En la España de los años 60, y aún hoy, los seminarios menores eran la fórmula que las familias humildes tenían para dar a sus hijos una formación de calidad.

Es evidente que Baltasar Garzón no fue llamado por los caminos del Señor, pero sí es seguro que en esas aulas aprendió los conceptos básicos del catecismo católico: “La envidia es la tristeza del bien ajeno”. Un pecado, en principio, muy melancólico. “Contra la envidia, caridad”, se repetía a coro en clase de Religión, como si se tuviera la posibilidad de esgrimir un escudo de amor con el que vencer al mal del rencor.

Cuando Baltasar Garzón dejó de ser niño, desarrolló su profesión en un mundo particularmente individual, como juez de instrucción. Una actividad tan delimitada por la ley y tan personal que no debía crear conflictos a la hora de alegrarse por el bien ajeno. Pero no fue así: Baltasar solamente se deleitaba con la dicha propia.

Cuentan los que le trataron durante aquella época en la Audiencia Nacional que no admitía rival, ni parangón con nadie. Afirman que sentía celos, pelusa, resentimiento si algún compañero adquiría por cualquier razón más protagonismo que él. Los éxitos de sus compañeros no eran los suyos. Las instrucciones de sus colegas siempre eran un desastre. Incluso, los que tuvieron la oportunidad de escucharle en tertulias de sobremesa no daban crédito a sus oídos cuando el incipiente juez estrella era incapaz de suprimir de su vocabulario una palabra que repetía con insistencia: prevaricación. Ahora, eso sí, siempre refiriéndose a los demás.

PREVARICAClÓN. En sus años en la Audiencia, sentía celos por los éxitos de sus compañeros. Tachaba de desastrosas sus instrucciones e, incluso, les acusaba de prevaricación: el delito por el que el Supremo acaba de condenarle.

La psicología quita la razón a la religión al afirmar que las personas envidiosas no tienen por qué ser tristes, ni amargadas. Garzón es alegre y divertido: “cuenta los mejores chistes de España”, afirman sus amigos. Pero un rasgo de los envidiosos, que sí se advierte en el ex juez, es que tienen una sensación permanente de carencia: como si siempre le faltase algo para ser feliz. Esta característica suele ser compatible con la habilidad que tienen para captar los estados emocionales ajenos. Incluso a la hora de expresar su resquemor hacia los demás: “Voy a freírle los huevos a Javier”.

Gula; Por Jesús Neira

Conocí a Garzón en los 80. Asistíamos a una tertulia en el madrileño restaurante Lhardy en la carrera de San Jerónimo. Sin llegar a la gula, él siempre supo disfrutar de los placeres de una buena mesa. Entre los contertulios estaban Jaime García Añoveros, el magistrado Joaquín Navarro, Antonio Navalón, del que decía Garzón que pondría la mano en el fuego por él, lo que nos resultaba curioso a Joaquín y a mí. También asistían Daniel Regalado y Ezequiel Jaquete, ex gobernadores civiles. Formaron parte de la tertulia el médico Paco Albertos y los periodistas Soledad Gallego y Bonifacio de la Cuadra de El País. También se incorporaron Raúl del Pozo (cuando era articulista y fundador de El Independiente) y Lorenzo Contreras, de ABC.

A la salida de aquel restaurante le preguntó un día Lorenzo Contreras: “¿Por qué te metes en estos líos?”. Su respuesta fue muy rápida: “Porque creo en la Justicia”.

Ahora que se le han vuelto tantos contra él, quizá fuese conveniente recordarles a aquellos que entonces se rompían las manos aplaudiéndole, que al paso que van las cosas sólo falta que le descubran que fue él quien asesinó a Abel. No es que haya que recompensar los éxitos del ayer con los errores posteriores, como ya advirtiese Maquiavelo. Pero sí tener en cuenta la realidad de una persona que ha realizado grandes servicios a la Justicia española, con sus luces y sombras.

Ante los procesos judiciales a los que hoy se enfrenta Garzón, en el peor de los delitos para un juez, quizá sea bueno recordar que después de tantos y tantos procesos de instrucción que supo llevar adelante ante el aplauso general no ha logrado ni tan siquiera la presidencia de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, ni llegar al Supremo al que llegaron otros de rodillas ante el poder. Y se puede recordar que alguno llegó a decir:

“¿Cómo voy a dar amparo a un juez que quiere meter en prisión al presidente del Gobierno?”. Sí, fue una contestación muy ejemplar, digamos, de una sala.

BON VIVANT. A Garzón siempre ha degustado los placeres de la vida: el flamenco, los chistes, las monterías... También la buena mesa, como lo demuestran los kilos que ha cogido desde sus años mozos en la Audiencia Nacional.

Otros estarían en el Supremo con menos merecimientos; hay ejemplos demoledores. Y aun otros, plegados siempre a los pies del poder, presidieron altos tribunales. Quizá cometió el error de no mantenerse en la misma posición y no estar plegado cual alfombra persa a los menores deseos del poder. Llevaba razón al parecer Dorothy Pickles cuando decía que nada triunfa tanto como el éxito. No deja de ser singular tanta prevaricación sin haber llegado al TS. Ha sido un juez con coraje, un gran valor cívico. Un viejo amigo.

Avaricia; Por Gonzalo Suárez

Nada complace más a Baltasar Garzón que retratarse como un héroe de la clase obrera. Como el hijo de un agricultor que trepó a la cumbre de la judicatura a golpe de codos (de los de estudiar, se entiende). Aun así, el super juez nunca logró desprenderse del todo de la “ansiedad por el estatus” que describió Alain de Bortón: esa insaciable pulsión por acaparar bienes materiales que igualasen sus logros como magistrado.

El sueldo en la Audiencia Nacional nunca le dio para derroches. En el mejor de los casos, entre pluses y trienios, juntaba 5.000 euros al mes. Así que tenía que buscarse la vida sin toga: libros, cursos, conferencias, seminarios... En total, según su biógrafo José Díaz Herrera, el ex magistrado habría ingresado 12 millones de euros en su carrera.

La avaricia, en fin, fue uno de los pecados que ha liquidado su carrera. Sólo así se explica el tercero de sus juicios en el Supremo: el de los cursos de Nueva York. Garzón se sentará en el banquillo por obtener 1,2 millones de empresas con causas pendientes en la Audiencia y así financiar unos seminarios. Suficiente para que el tribunal le haya imputado por cohecho impropio.

Tras su sentencia de esta semana, una nueva condena por este caso apenas le cambiaría la vida. Ya le han inhabilitado durante 11 años por prevaricación y le han arrebatado los 1.800 euros de sueldo que siguió cobrando mientras llegaba su sentencia. Pero, por lo visto hasta ahora, al superjuez no le costará rellenar este agujero salarial.

En los dos últimos años, el jienense ha tejido Garzón SA: un entramado jurídico-empresarial con intereses en Colombia, Ecuador, México, Francia, España... Día tras día, ha ido acumulando lucrativos encargos como asesor, docente, consejero, conferenciante... Según los cálculos de Crónica, Garzón ingresa unos 340.000 euros al año.

NUEVA YORK. La avaricia es la raíz de una de sus tres causas ante el Supremo. Recaudó 1,2 millones entre empresas con causas pendientes en la Audiencia que luego invirtió en unos cursillos suyos.

Ahora, el Supremo ha liquidado su carrera como juez aunque, de rebote, quizá relance su faceta empresarial. En el extranjero, la sentencia ha apuntalado su fama de héroe con las alas amputadas por el establishment español. Además, al ser expulsado de la carrera judicial, ya no tiene que pedir permiso al CGPJ antes de acometer nuevos negocios. Tiene las manos libres. Ya hay quienes le ven al frente de un bufete de postín a lo Garzón & Asociados. O de asesor deluxe de una empresa con alma oenegera. Puede que el jienense ya no cuente con su toga de super juez para calmar su “ansiedad por el estatus”. El dinero puede ser un buen sedante.

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